Raúl Mendoza Cánepa
Queremos reelegir
No idealicemos a los partidos políticos
Decía Susel Paredes en 2018: “En cada periodo parlamentario pensamos que los congresistas no pueden ser peores; sin embargo, los partidos políticos tienen una capacidad infinita para asombrarnos”. Ocurre que precisamente es en estos contextos de incesante renovación política que el Congreso nunca llega a hacer fuegos, pero nos empecinamos en hacer leyes para resolver problemas inexistentes o para agudizarlos. La tasa de reelección parlamentaria no pasa del 25% en el Perú. ¿Dónde está el problema? En 2016, solo 35 de 130 congresistas fueron reelegidos. Si sumamos la mala calidad de la representación, la no reelección no serviría para nada, convertiría el 75% de renovación en 100%.
Somos el segundo país que no reelige a sus parlamentarios. El primero es Costa Rica. México se dio para atrás en 2014. En el Perú tampoco se reelige alcaldes. No sabemos por qué. La no reelección quita perspectiva a los proyectos; acorta la carrera política, la desincentiva y distrae a los actores con retos complicados y ajenos a la vida pública. Dice el Poder Ejecutivo: “La reelección consecutiva (de congresistas) trae diversas desventajas generales, tales como: a) el enquistamiento nocivo de las élites en el poder, y b) se impide la renovación de élites de las organizaciones políticas”.
Dos veces el término “élite” en un texto; pero solo llámela “oligarquía partidaria”, da igual, porque la no renovación sí distrae y no da fin a lo que es central: el caudillismo partidario, que es distinto a la oligarquía. Esta puede morir y dar paso a otra, al servicio del jefe, pero el líder carismático no puede darse tal lujo. En el Perú los partidos no se fundan por ideas sino por el aura del líder. Dado así, arriba se decide todo, quién entra, quién sale. Poco podría hacer la ONPE para custodiar la democracia interna si el libreto se escribe de antemano.
En el Perú el caudillismo siempre ha tenido más peso que sus pasantes oligarquías. El jefe decide y si el jefe desaparece, la organización se cae, se cae la élite y la militancia detrás. Nada sería el Apra si tras Haya no hubiera aparecido la labia arrasadora de Alan García; y sin éxito que la encumbrara (aunque con arrastre para sobrevivir) nada hubiera sido del PPC sin Lourdes Flores (Bedoya inactivo). AP, tras Belaunde, encontró a Paniagua, el menos votado de aquel Congreso; pero Paniagua no encontró el poder, fue encontrado por él. Carecía del aura y del discurso de Belaunde. Sin auparse a las alianzas, AP post-belaundista correría siempre por una nueva inscripción. Sin Barnechea y su prestancia de savoir faire en 2016, se tendría que haber acurrucado a algún cacique de esta pequeña comarca. No hay partido sin caudillo ni caudillo sin masas (o votantes). No los idealicemos, los partidos son solo un forzado vehículo de la ley.
Si de masas se trata, la carrera política es clave para ganar terreno en ellas ¿Tantearán los partidos a sus nuevos caudillos en las escuelas de oratoria partidarias o en las dinastías por default? ¿O lo harán en la vista pública del ejercicio continuo de los buenos políticos? ¿Qué viene tras el mandato? ¿Un tribuno deberá disfrazarse de alcalde para sobrevivir? ¿Deberá sondear dos años antes qué negocio privado emprenderá?
¿Y qué tal el Senado? “Referéndum en pack” al margen, la alta cámara es una buena opción, pero dicen que fortalece a las oligarquías partidarias. Quizás, pero resulta curioso que los referentes oligárquicos (en comparación con las cámaras bajas) no hayan sido tan malos (allí están los diarios de debates). Piense en Alberto Ulloa, Raúl Porras, José Antonio Encinas, Luis Alberto Sánchez, Enrique Bernales o Felipe Osterling.
Si de alcaldes se trata, es más grave aún. Es la gente de los distritos la que mide la eficiencia y define si alarga la oportunidad por impacto de obra. Es su derecho. Es democracia, pero ahora es la opción que le quitamos a la gente. En el Perú, el alcalde que llega desmonta lo anterior. Cuatro años sin reelección, harán de las alcaldías un depósito de obras a la mitad.
No nos toquen el derecho de elegir, persistir, acertar, equivocarnos y reeditar.
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