Aldo Llanos
¿Polarización o polaridad para el Perú?
Para el cristiano la unidad siempre es superior al conflicto
La sociedad peruana en la actualidad se encuentra, en parte, dividida por dos visiones contrapuestas de la realidad: la progresista y la conservadora. Esto pasa desde lo político hasta lo espiritual, escindiendo el tejido social. Pero, ¿toda polaridad es mala en sí misma? ¿En qué casos sí y en qué casos no? Bien vale precisar las respuestas para no ser acusados de ingenuos ni para situarnos cómoda y superficialmente en un centro donde nunca se queda mal con nadie.
Para empezar, pienso que se trata de huir fundamentalmente de toda lectura maniquea de la realidad, de esas que nos inducen, por medio del poder del discurso, a quedar arrinconados en una falacia de falso dilema: se “debería” ser lo uno o ser lo otro, y no hay más. Pero también se puede encontrar un camino diferente, sin minimizar las tensiones y mucho menos negociar la verdad. En ese sentido, y de acuerdo a como se ha ido desarrollando la batalla cultural en el Perú, es primordial vertebrar nuestra conciencia de “nosotros”, antes que reducir todo análisis de la realidad a simples antagonismos. ¿Qué puede aportar el cristianismo en ello?
El cristiano parte de reconocer que los planes de Dios son siempre mayores (y mejores) que los nuestros. Esto significa que el principio de unidad,será siempre Él. Al decir esto no evitamos la polaridad que puede ser bien entendida como pluralismo, sino la polarización, entendida como conflicto permanentemente alentado y vuelto una “razón de ser”. ¿No son acaso el diablo y los suyos los que dividen a los hombres entre sí y a estos con Dios? Lo nocivo de las ideologías es que buscan absolutizar sus principios y sus ideas sobre la realidad, y el conflicto sobre la unidad. Pero la unidad cristiana –cuyo principio no es una doctrina, ni unos “valores no negociables”, ni una praxis– siempre se construirá a partir del hecho de que existe un Dios y que este nos busca con pasión inagotable, sin dejar de apostar por cada uno de nosotros, aunque nosotros “no demos la talla”.
En efecto, el cristianismo construye una unidad que no es uniformidad, ya que esto ocurre cuando se busca una solución de síntesis de tipo hegeliano, que es una síntesis de la razón, una abstracción que termina preconizando los arquetipos por sobre las personas reales. Por el contrario, “la unidad en la diversidad” del cristianismo se encuentra en la respuesta afirmativa a un Dios que sale en nuestra búsqueda y nos “primerea”, reconciliándonos a nosotros con Él por el encuentro entre Gracia y naturaleza. De aquí que el cristiano comprometido con esta unidad es un contemplativo en medio del mundo, no tiene enemigos (aunque se sostengan diferencias) y vive la reciprocidad entre su fe y los sacramentos en la vida cotidiana.
En ese sentido, en la unidad propuesta por el cristianismo pueden caber distintas perspectivas. Pero para alcanzar tal unidad se requiere la voluntad de alguna de las partes para acercarse al otro y escucharse (re-conocerse), ya que en las partes se encuentran aspectos que pueden ser tomados en cuenta en pos del bien común. Quien no quiera ver esto solo estará dispuesto a la demonización del otro (achacándole todos los males posibles) y a la construcción de una identidad por oposición. Maniqueísmo puro y duro. Una cosa es sostener clara y firmemente nuestras posiciones en el debate público y otra cerrar el diálogo con el que sostenga una perspectiva diferente, mellando su dignidad personal, etiquetándolo con adjetivos denigrantes y recurriendo al insulto. En esa línea, San Josemaría Escrivá nos decía en abril de 1968: «El que recurre a la violencia para defender sus ideas demuestra con eso mismo que carece de razón».
Cuando las polaridades se desconectan y se cierran en sí mismas (polarización) terminan deviniendo en ideologías, en las que el ideal es superior a la realidad, la unidad se sospecha como confusión, las diferencias se comprenden como división y la reconciliación solo es admitida como “pensamiento único”. Todo en un espacio y tiempo en que el odio al otro va acrecentándose. Y eso no tiene nada de cristiano.
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