Eduardo Zapata
No te entiendo, miss
El pobre desempeño académico de la Generación de Cristal
Conversaba con una gran amiga. Profesora de larga experiencia que ha trabajado siempre con jovencitos y jovencitas que andan por su segundo semestre en una prestigiosa universidad limeña.
Y ella se sorprendía con una expresión cada vez más sistemática –y por eso relevante– de sus alumnos. Aquella expresión que precisamente titula esta nota: “No te entiendo, miss”. Expresión donde el tuteo –sobre todo conociéndola a ella por su carácter– no es irrespeto sino práctica usual entre los jóvenes y por qué no decirlo, valiosa confianza.
Pero ciertamente esa expresión traduce –y en eso también coincidimos– una ingenuidad hasta hace pocos años extraña en un joven de esas edades. Los 17, 18 o aun 19 años. Más extraña todavía tratándose de un joven universitario.
Se entiende que un niño, al no entender algo, pueda suscribir una pregunta así codificada. Dirigida no solo a la profesora, sino en el mismo tono y temperamento a sus propios padres. Pero un alumno universitario –hasta hace pocos años y ante la dificultad de comprender lo que explica el profesor– se hubiese hasta avergonzado de admitirlo y hubiese optado más bien como estrategia por el silencio o por una enunciación acaso indirecta. Del tipo: ¿Podrías precisarme eso, por favor?
El fenómeno se viene repitiendo particularmente con los jóvenes nacidos a partir del año 2000. Sobre todo con hijos de padres generosos que tratan de darle al hijo lo que ellos no tuvieron (por alguna razón) a esas edades. O –admitámoslo también– con hijos de padres que creen compensar con un regalo su ausencia paterna o materna.
Algunos los han llamado Generación de Cristal. Queriendo envolver finalmente virtudes y defectos como rasgos generacionales inocuos. Resulta más que claro advertir que debajo de la expresión ´Generación de Cristal´ hay una suerte de indulgencia engreidora hacia estos jóvenes. Y los jóvenes no son ya niños y menos lo van a ser cuando se enfrenten al mundo más allá de los muros de las escuelas o universidades. Allí no habrá ni misses ni ´misters´ que les expliquen.
Ciertamente estos jóvenes tienen una serie de virtudes en comparación con jóvenes pre millennials. Pero precisamente esas competencias y habilidades, esas virtudes, están siendo no aprovechadas por alimentar engreimientos facilistas y artificiales. Dando pie a la formación de personas que se satisfacen al final de una clase con el powerpoint del profesor, en vez de aprehender y aprender.
En muchas escuelas de los Estados Unidos han tenido que volver a poner en aulas –y en espacios de tránsito en las escuelas– relojes con manecillas. Porque los alumnos no sabían ya ver la hora en ellos. A fin de cuentas el reloj digital fija una hora determinada. Y ver el recorrido de las manecillas es importante porque ayuda a entender que el tiempo no es solo el pasado inmediato sino que supone un antes y un después, un pasado y un futuro. Bien pensado el asunto, con las manecillas del reloj y esos tiempos vamos consolidando la idea de que un acto presente tiene causas y consecuencias.
Los jóvenes ciertamente necesitan afecto, pero no engreimiento.
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