Mario Vilchez Valenzuela
No es Maduro, es el socialismo en su máxima expresión
Reflexiones sobre el fallido modelo económico estatista
Tras asumir la presidencia de Venezuela de manera ilegítima, Nicolás Maduro ha aumentado el odio no solo de venezolanos, sino de millones de personas en el mundo libre. La permanencia de Maduro en el poder representa más sangre, hambre y migración de millones de venezolanos. Sin embargo, quienes condenamos esta tiranía estamos expuestos a padecer una crisis similar, porque las causas de esta tragedia no solo tienen que ver con el régimen dictatorial imperante, sino también con el modelo económico estatista que ha terminado liquidando las posibilidades del país con mayores reservas de petróleo en el mundo. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), Venezuela terminará el 2019 con una inflación de 10,000,000%.
No es casualidad que a la crisis de Venezuela le siga la de Argentina, otro país víctima de la izquierda, representada por la pareja presidencial más corrupta del país rioplatense: Néstor y Cristina Kirchner. A ellos se les acusa de enriquecerse con más de US$ 12,000 millones en 12 años de gobierno. ¿El saldo para Argentina? Una inflación del 43.9% y 33.6% de pobreza en el país considerado la tercera mejor economía de Latinoamérica. Según el FMI, debido a la crisis de Venezuela y Argentina, Latinoamérica crecerá este año apenas un 2%, frente a una expansión mundial del 3.5%.
Tanto el chavismo como el kirchnerismo estatizaron grandes empresas, lo que dio como resultado el alejamiento de la inversión privada, la disminución del empleo y el incremento de pobreza. Pero la crisis venezolana es muchísimo peor, ya que su economía depende del denominado “oro negro”. En el 2002, cuando el Estado asumió el control de toda la economía, todo se vino abajo. El chavismo estatizó 505 empresas; de ese total, 110 estaban relacionadas con filiales de Petróleos de Venezuela. Esto ocasionó que el país y su petrolera cayeran en default y la producción de crudo, fuente de 96% de las divisas, se desplomara a 1.4 millones de barriles diarios, la más baja en 30 años.
Por otro lado, tampoco es casualidad, que los izquierdistas del Partido de los Trabajadores (PT), en Brasil, hayan estancado el desarrollo de la segunda economía más grande del continente. Brasil tiene todo el potencial para ser una economía avanzada, de primer mundo. Sin embargo, el socialismo sudamericano es fuerte en ciertos sectores de la población. Hoy se sabe que Odebrecht financiaba a este partido para acceder ilícitamente a los contratos estatales, a cambio de gigantescas coimas.
Con la llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia del país, nuestros vecinos pueden respiran esperanza. Con Bolsonaro, uno de los pocos políticos libres del caso Lava Jato, se aplicará un plan capitalista sólido que catapultará a Brasil al desarrollo. Entre tanto, el ex presidente socialista Lula Da Silva seguirá en prisión, condenado a 12 años por recibir US$ 4 millones de Odebrecht y un dúplex para multimillonarios.
Las experiencias de nuestros vecinos nos deben llamar a la reflexión al elegir a nuestros próximos gobernantes. En las dos décadas pasadas no hemos padecido una dictadura izquierdista como la del ex presidente Juan Velasco Alvarado, y ni por asomo dictadura como la de Venezuela. Pero hemos tenido presidentes ineficientes como Ollanta Humala y Alejandro Toledo, quienes además están involucrados en el caso Lava Jato, al igual que la ex alcaldesa de Lima, Susana Villarán.
Una vez en el poder por la vía democrática, la izquierda violenta la Constitución para perennizarse, violando las leyes y controlando todas las instituciones y los poderes del Estado, como sucedió en el caso de Venezuela. El objetivo de las izquierdas son estados gigantescos para controlar, incluso, la vida privada de los ciudadanos. En cambio, en los estados libres y democráticos, el mercado —ofreciendo bienes y servicios de calidad— reduce la participación del Estado, disminuyendo su control en la población.
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