Eduardo Zapata
Más sobre la representación objetivada
La base de los sistemas políticos representativos
En una nota anterior señalamos que dos habían sido los insumos culturales fundamentales para que Occidente construyese el concepto de representación objetivada, base de los sistemas políticos representativos.
Mientras la escritura fonética posibilitaba que inequívocamente un sonido se graficase con una letra determinada, una moneda también representaba objetiva e inequívocamente un valor. Del intercambio de subjetividades propiciado por el habla y el trueque, pasamos a representaciones objetivadas.
La representación objetivada que trajo consigo la escritura fonética (coadyuvada por la moneda) contribuyó así a configurar una categoría profunda en las relaciones de poder en las sociedades. Así como la letra representa al sonido, el rey es representante de Dios, pues el rey lo es por derecho divino. Y todo esto se fundamenta por escrito. Y esto está en la base de las monarquías autoritarias. Con el añadido —lo hemos señalado— de que lo que está escrito es indiscutible, como indiscutible es la palabra de Dios en las sagradas escrituras.
El racionalismo de los siglos XVII y XVIII contribuyó —desde lo profano— a sacralizar la representación objetivada. Occidente construyó entonces un modelo perfecto: escritura / divinidad / poder. Un modelo inmodificable. Una sola versión (Universalidad) era posible. La obra empezada por Dios podía ser completada con escrupulosidad a través del objeto llamado escritura, manejado por los hombres, hombres que habían sido creados a imagen y semejanza de Dios. Solo una versión, la universalidad, funcionando solo entre semejantes, era posible.
Posteriormente, estados laicos se basaron ya no en la Biblia o en que el rey lo es por derecho divino. Entonces el Estado se basaba en la Constitución y el presidente no lo era por derecho divino, sino por mandato del pueblo. Pero en profundidad se siguió manteniendo la categoría básica: la representación objetivada propiciada por la escritura fonética y la moneda como sustituto de valor.
Las constituciones, al ser escritas, tenían la justificación que tenía la sagrada escritura. Aun cuando su autor no es Dios, las constituciones son inmodificables porque son escritas y el presidente es como el rey, solo que no lo ha elegido Dios sino por el pueblo, que ejerce la función que Dios tenía. Y Occidente se siguió construyendo. Así, monarquías y democracias, con todas sus diferencias, tenían una pertinencia fundamental: la de la representación objetivada a distancia, representación alentada en su origen por la escritura fonética y la moneda, y reforzada y establecida como indiscutible por las sagradas escrituras y el ulterior racionalismo.
Ahora que se está discutiendo una necesaria reforma electoral, conviene más que nunca hacer referencia a estos insumos culturales y sus consecuencias sobre el poder político. Pues cabe preguntarse si esos mismos insumos siguen perviviendo tal cuales en una sociedad marcada ya por la tecnología de la información electronal. No olvidemos que los usuarios del Estado que se reformule no serán ya solo los llamados baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964), sino por los hijos de la electronalidad: los millennials y los centennials.
Eduardo E. Zapata Saldaña
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