Eduardo Zapata
Los disfraces son para los carnavales
¿Hemos vivido simplemente una “aventura política” disfrazada del acto de gobernar?
Cada advenimiento de un año nuevo, es usual que la gente se haga promesas. Desde dejar de fumar, bajar de peso, ahorrar más, dar un paso para el negocio propio, predisponerse para algún viajecito deseado… No siempre enunciamos formalmente las promesas y ciertamente no siempre las promesas habrán de cumplirse.
Sin embargo, este año 2015 ha sorprendido con una promesa –obviamente no deseada por muchos- que se ha hecho realidad: se ha desnudado una profunda corrupción en torno a los gobernantes en ejercicio. Corrupción de palabras (medias verdades y mentiras) y corrupción de hechos (licitaciones con un solo postor y sospechosos movimientos de dinero que comprometerían a la propia pareja presidencial).
Tal vez las fiestas y el verano y las ilusiones personales puestas en ellos no hayan todavía permitido ver la dimensión del asunto. Pero los perpetradores del affaire Martín Belaúnde sí lo sabían. Lo que se inició como una “aventura política” podría terminar en una desventura penal.
Ya lo decíamos en una nota publicada en este mismo espacio y titulada Se necesita libretista. Refiriéndonos precisamente al caso MBL y a la gravedad que iba adquiriendo señalábamos: “…tal vez libretistas exitosos de la talla de ´Gigio´ Aranda o productores como Efraín Aguilar puedan lograr que una asociación ilícita para delinquir devenga –transitoriamente- en un caso para el cual ´Al fondo hay sitio´”.
Truman Capote solía decir: “Mi propósito es eliminar disfraces, no fabricarlos”. Y el primer disfraz que debería haberse eliminado es aquel de la ingenua promesa de la “gran transformación”. Como también el disfraz del cambio por la llamada hoja de ruta. Así como también los disfraces de los garantes de todo esto. Porque de lo acaecido –y de lo que se irá descubriendo gradualmente- solo queda claro que hemos vivido simplemente una “aventura política” disfrazada del acto de gobernar.
Asistiremos a más mascaradas. Seguro algunos ministros ya no bramarán como antes. Pero lo cierto del caso es que este baile de disfraces ha significado no solo la desaceleración de la economía, sino la pérdida de inversiones privadas y –consecuentemente- la pérdida de miles de empleos posibles.
Tal vez haya llegado la hora de que el discurso político deje de lado los disfraces. Tal vez haya llegado la hora de que para el 2016 incluyamos en nuestra lista de deseos personales un deseo que deberíamos hacer carne para que la democracia también lo sea. Hagámonos la promesa de dejar los disfraces solo para carnavales y no elijamos disfraces o aventureros de la política.
Leí hace poco unas declaraciones de la ministra del MIDIS. Decía que este gobierno ha bajado la pobreza extrema “gracias a los programas sociales como Juntos y Pensión 65”. Esas palabras son un disfraz más porque todos sabemos que la pobreza no se supera con la dádiva. Claro está (y esperemos que no vuelva a ser así) que la dádiva puede generar adhesiones incondicionales precisamente entre quienes, quizás, tengan la ilusión condicionada de un disfraz.
Resulta revelador que cuando hoy se pregunta a personas medianamente educadas ¿Por quién votaron el 2011?, nieguen su voto por quien hoy es presidente. Esperemos que sea por un sentimiento de culpa dado que votaron por el aventurerismo político.
Eduardo E. Zapata Saldaña
(08- Ene - 2015)
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