Raúl Mendoza Cánepa

Literatura verista

Literatura verista
Raúl Mendoza Cánepa
23 de mayo del 2016

Novelas tan honestas y frontales como una cura psicoanalítica  

Asistimos a los tiempos del reality show literario, en los que se impone una nueva gesta creativa: aquella que personifica al autor, que lo torna en protagonista de su propia historia, que nos lo presenta con una mirada autorreferencial. No es que las más grandes historias se construyan desde los trozos diseminados de la propia vida del autor, pero la narrativa actual es rica en confesiones “aparentes” y ha permitido que, en pocos años, varias novelas peruanas generen un interés poco usual en el mercado literario. Quizás sea un giro que se acomoda a los tiempos del reality y una ruptura con aquella ficción que atizaba la imaginación, pero que no satisfacía plenamente la vocación real del escritor, que es en el fondo: “contarlo todo”.

La novela tradicional, desde un análisis psicoanalítico, no crea historias, sino que sublima dramas escondidos del propio escritor, desorganizando deliberadamente la memoria para tramar una nueva realidad, en la que los fragmentos de la autobiografía no se hagan reconocibles. La literatura verista (o de autor), por su parte, se desinhibe para tornar a la novela en una expresión franca y organizada, en una queja pública, en una reconciliación paterno filial o en un parricidio en medio de la multitud. El autor de la “autoficción” satisface su necesidad de “transferencia” psicológica, de comunión y acompañamiento; y el lector, su obsesión por escarbar los amasijos interiores de otro ser humano, los escondrijos inconfesables del propio escritor.

El autor del verismo parece tocar la cotidianidad de su propia vida, nos obsequia con datos reales de los escenarios en los que le ha tocado vivir cada detalle de su existencia, cautivante o monótona, fría o apasionada. Proust describía el acto de servirse el té en varias páginas, la forma como se volteaba en la cama en líneas inacabables. En busca del tiempo perdido es un registro de la vida que nos toca vivir, tramo por tramo, un registro lanzado crispadamente hacia la posteridad.

La obsesión por la memoria de lo cotidiano volcado a la novela deviene, para quien escribe estas líneas, de la lectura de los libros de Karl Ove Knausgård. Es él quien nos señala la ruta de esta nueva manera de contar, que solo sirve para el lector paciente, pues la suya es una novela sin saltos ni apresuramientos, sin nudos ni conflictos. En páginas interminables puede ocuparse de actividades intrascendentes, lo que nos retrotrae a Proust ¿Es Karl Ove Knausgård un escritor proustiano? Diría que sí. La realidad, finalmente, solo existe en el futuro si la contamos al detalle, de otro modo se pierde en los recovecos de la memoria, que serán polvo o ceniza. Al menos la vida, contada con tal coraje, existirá y sobrevivirá al autor que la vivió. Y ese logro es ya, de por sí, una victoria sobre el tiempo y sobre el cuerpo, una victoria de la novela verista sobre la vida misma.

El “verismo” no es la verosimilitud, que solo es una pista en el proceso de comulgar con la realidad. El verismo es honesto, frontal y se asemeja a una cura psicoanalítica; y quizás lo sea. Knausgård cambió los mecanismos de la autoficción, convirtiéndola en un compromiso de la literatura con la vida real, así como un pacto con la posteridad. Y eso es, aunque sin tanto detalle, lo que vienen haciendo algunos escritores en el Perú. La literatura verista nos dice que la vida que alcanzan los ojos y las manos del escritor es más rica que la fantasía de sus letras, aun en su pequeñez y cotidianidad. La novela verista tiene algo de inquietud unamuniana: sirve para trascender al creador sobre lo creado, para guardar la existencia del autor en la vitrina pública de la memoria.

 

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
23 de mayo del 2016

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