Raúl Mendoza Cánepa
La política y el odio
Necesitamos un frente de gente honrada que regenere la república desde la fusión
Cuando el “¡que se vayan todos!” truena, la antipolítica celebra y los enemigos de la democracia encuentran el punto de consenso que querían: “el Congreso no funciona, ergo, el sistema no funciona, ergo, la república no funciona”. Si el eje de la discusión era la presidencia, la linterna gira tramposamente y pone su luz en el Congreso, lo asimila como parte del problema. El tema no es el Congreso, el tema es que hay en el Congreso algunos que gestionan intereses para condicionar sus votos, el tema es la disfuncionalidad de los partidos (La Ley de Partidos fracasó y hay que elaborar una nueva). Hacer una reforma de adelanto de elecciones generales tienta al reconocimiento por los propios congresistas de una gestión propia fracasada y, peor, de una república fracasada. Y volvemos así al estribillo de “los doscientos años de…”.
Es muy fácil triunfar en política sembrando odios, creando un enemigo, algo que un colectivo –como es el Congreso– no puede hacer por su pluralidad de voces. El presidente del Congreso es un líder en la dispersión. Es más fácil que la gente crea de primera lo que escucha del gobernante. La política no está hecha para la gente buena porque recorrer caseríos y poblados hablando de amor no pega. Maquiavelo aconsejaba al rey “hacerse temer” y los maléficos estrategas de la política sugieren sembrar el odio. Hitler apeló a resentimientos ficticios como lo hicieron todos los políticos de izquierda que lograron el poder. Cuando se siembra el odio siempre hay un perverso y una víctima, y la victimización casi siempre rinde frutos.
Por desgracia, sembrar odios destruye la idea de nación, agudiza las contradicciones y diluye la noción de peruanidad. Destruye la institucionalidad, resta a la fe, envilece al ser humano y divide a la gente. Esta es la mala política. De allí: “eres demasiado bueno, no te metas en política”, “quien entra en política pacta con el diablo”; decires propios sobre el contenido del poder.
Marx azuzaba a las clases sociales, un conflicto que se adecuaba a la sociedad industrial de entonces. Los políticos marxistas modernos saben que alimentar la guerra entre sindicatos y empresas ya no es funcional; de allí que el falso indigenismo preste herramientas para crear antagonismos raciales, étnicos, geográficos: el indígena contra el blanco, el rural contra el urbano, la provincia contra la capital, el pobre del Ande contra el rico de la costa, D contra A, el campesino contra el pishtaco y, en algún ámbito, la divergencia entre sexos, la incredulidad contra la fe, la disolución de la patria. En todos los discursos de la antipolítica siempre hay alguien que roba u oprime al otro.
El Perú necesita, por tal, un frente de gente honrada que cohesione, que persuada sobre la unidad y que regenere la república desde la fusión. Un frente de nuevos nombres con ganas de hacer docencia de decencia, bajo un liderazgo que truene con el discurso del bien, del amor, del servicio, del progreso y la libertad. Contra todo lo escrito antes, ¿habrá espacio para esa buena política?
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