Manuel Gago
La poderosa conexión de Fujimori con el mundo popular
Una de las razones del antifujimorismo de la izquierda
Las exequias de Alberto Fujimori demostraron su envidiable y poderosa conexión con el mundo popular. “Fujimori es símbolo de prosperidad”, declaró un joven que estaba haciendo una extensa fila para despedirlo.
El tsunami Fujimori, con virtudes y defectos, con errores y aciertos, mostró su poder transformador ni bien fue elegido presidente de la República. Por ser una persona práctica identificaba los problemas sustanciales y, sobre la marcha, dictaba órdenes puntuales para resolverlos de inmediato. Le impuso a su gobierno la agilidad esperada para recuperar los años perdidos. Los resultados llegaron pronto: pacificación por intermedio de comités de autodefensa, estabilidad económica sin inflación, numerosas obras ejecutadas sin demoras y cierre definitivo de los límites fronterizos con Ecuador.
Optimismo, autoestima, confianza y valoración de capacidades humanas, aplastadas desde la dictadura velasquista, sin que el segundo gobierno de Fernando Belaunde y el primero de Alan García hicieran algo para revertir la desastrosa situación, se suman a esos logros. Por los resultados obtenidos, la eficacia de Fujimori fue notable y aplaudida por las mayorías; pero sobre todo por los pobres, por aquellos a quienes la excluyente y falsa intelectualidad zurda trata despectivamente por el hecho de aplaudir a Fujimori. Desde entonces, la izquierda pierde aceptación en el mundo popular.
Con Fujimori surge la impetuosa derecha popular, fuente de nuevas clases medias rurales y urbanas. Asimismo florecieron las manifestaciones artísticas y el mercado del espectáculo. ¿Tan pronto olvidamos este significativo hecho que contribuyó al desarrollo social? Si continuaba ese “dejar hacer, dejar pasar” de los gobiernos anteriores, en un escenario espantoso heredado por Fujimori, Perú estaría hoy atomizado, dividido en zonas liberadas sometidas al narcotráfico, minería ilegal, contrabando de madera, tala ilegal y otras criminalidades controladas por el maoísmo, con comisarios del partido con machetes y látigos para supuestamente enderezar a la población, como intentó hacer Pedro Castillo.
Con Fujimori, protagonista de innumerables sucesos, queda claro que quien mucho hace puede equivocarse más respecto a quien poco o nada hace. Asimismo, debemos recordar que cualquier gestión se mide por los resultados y no por los esfuerzos realizados; y menos todavía, por una palabrería bien intencionada. Es entonces que en la cruel balanza de los resultados, el peso se inclina en favor de Fujimori.
Si, pues, los jóvenes no conocen a Fujimori. Muchos de ellos han sido envilecidos en colegios, universidades y por líderes de opinión a su medida; y hacen público sus odios repitiendo falsedades en audiencias fanatizadas y volubles. Esos jóvenes no experimentaron la ausencia de oportunidades, escasez de productos y violencia desatada por el terrorismo homicida, causantes de la huida del país de miles igual a ellos. Contrariamente, los detractores más encarnizados del chino –actores políticos durante su gobierno–, muestran ponderación, reconocen sus aciertos y ofrecen condolencias. Las buenas maneras hacen llevadera toda convivencia.
Fujimori –personaje excepcional, único y difícil de volver a ver– tomó distancia de la Lima cortesana, de los manjares servidos en salones distinguidos, los que atraen a los medianos. Prefirió estar del lado de los marginados. No necesitó de media training para hacerse atractivo, para ubicarse por encima del 80% de popularidad. Por esa arrolladora aceptación ciudadana, el chino ganó enemigos. Carcomidos por la envidia, sus opositores trazaron planes de destrucción implacable.
En síntesis, los comunistas odian a Fujimori porque les arrebató el liderazgo en los sectores populares, por vencer al terrorismo y por desarmar el aparato estatista heredado de Velasco.
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