Alejandro Arestegui
La pequeña Edad Oscura (I)
Reflexiones y críticas a la Revolución Francesa, a propósito de las violentas protestas actuales
Hoy viernes 14 de julio, como todos los años desde 1880, el Estado francés y toda la comunidad europea celebran y festejan un evento que en el fondo encubre sadismo, terror y muerte. Me refiero al episodio nefasto conocido como la “toma de la Bastilla”, evento que tradicionalmente marca el inicio de un episodio histórico conocido como la Revolución francesa. Aparentemente este episodio marcó un antes y un después en la historia del poder político y, según lo que nuestros profesores nos enseñaban en los colegios, marcó el inicio de la democracia moderna, la república y sus valores fundamentales de libertad, igualdad y fraternidad.
Pero ¿es esto cierto? Los recientes episodios de violencia y destrucción, causados por olas de vándalos –y fruto de décadas de socialismo, progresismo y multiculturalismo implantados en la nación francesa desde las jornadas de mayo de 1968– nos hacen retrotraer al origen del problema. Vamos a tratar de explicar, en base a fundamentos de expertos y usando datos concretos, por qué la decadencia de Francia no comenzó con la migración extranjera masiva, sino con las nefastas políticas gubernamentales que han llevado a Francia a ser un país que ha ido dando golpes de mediocridad y fracaso a lo largo de las décadas. Y que tiene el origen de todos sus males en la Revolución francesa, episodio que irónicamente es alabado por muchos. La primera parte es una crítica sociopolítica de este acontecimiento histórico.
Basándonos en el trabajo detallado y metódico del historiador Scott Trask, nos damos con la sorpresa que la Revolución francesa fue un episodio completamente nefasto que trajo terribles consecuencias no solamente a nivel político y social, sino también a nivel económico, Francia jamás podría recuperarse y tuvo que conformarse con estar siempre debajo de su eterno rival: Inglaterra, el cual a pesar de tener mucho menos población y territorio pudo durante muchos años convertirse en el imperio más grande y poderoso en la faz de la Tierra ¿pero cómo este evento que hoy es alabado y considerado un hito en la historia pudo haber sido el germen de tantos fracasos y miserias del pueblo francés hasta nuestros días?. Gran parte de la explicación se debe a la errónea interpretación que historiadores socialistas y marxistas le han dado a este episodio, ya que para justificar la división de clases y la dialéctica que implica la lucha eterna entre los supuestos grupos de “opresores y oprimidos” olvidan en gran medida a factores económicos que pueden explicar las razones por las cuales la Revolución fue un rotundo fiasco, así que sin más preámbulo comencemos.
Como en muchas otras cosas, el régimen revolucionario francés (1789-1794) fue el precursor de los despotismos centralizados, totalitarios, directivos y pseudo democráticos que ahora reinan en Occidente. Scott Trask también recuerda que el mal de la democracia de masas (demagogia) y la inflación van juntas, igual que el trueno y el relámpago.
La principal y más importante crítica la Revolución Francesa provino del intelectual británico Edmund Burke, ya que él fue contemporáneo a todos estos trágicos eventos de la Revolución sangrienta, toda su crítica bien fundamentada la plasmó en un libro que se conserva hasta nuestros días bajo el nombre de “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”. Burke fue al mismo tiempo un liberal y un hombre de derecha. Creía en la tolerancia religiosa, pero apoyaba una iglesia establecida, la Comunión anglicana. Amigo y admirador de Adam Smith, defendía la libertad comercial, pero también creía que la civilización dependía de la perpetuación de una aristocracia terrateniente que tenía su propia representación política independiente. Aunque negaba que un rey pudiera fijar impuestos a sus súbditos sin su consentimiento, era un feroz opositor a la democracia y el sufragio universal. Burke negaba que pudiera alcanzarse la libertad por la revolución y el trabajo manual. Para él, era el producto de la tradición y la historia y sus victorias tenían que encarnarse en instituciones.
Normalmente en los libros de historia escolares nos enseñan que la Revolución fue muy positiva y trascendental para destruir el viejo sistema gubernamental de la monarquía absoluta, dónde el rey gobernaba con mano de hierro y ordenaba a diestra y siniestra, sin embargo, veremos que ello no era del todo cierto. El poder del rey francés estaba controlado por la opinión pública, por unos clérigos independientes y por los parlamentos de la nobleza judicial. La propia nobleza miraba llena de admiración a la forma de gobierno mixta de Inglaterra con el monarca limitado, su Parlamento, su declaración de derechos, su tolerancia de la disidencia religiosa, su economía más libre y querían encontrar una aproximación francesa y estaban en camino de lograrla. Burke pensaba que la Revolución francesa, en lugar de ser una necesidad ante la innecesariamente sangrienta colina en el camino del progreso y la libertad, era una catástrofe para Francia, para la civilización occidental y contra la libertad. Antes de la Revolución, el absolutismo real francés y el opresivo sistema mercantilista que le servía estaban en decadencia. Ya sus rigores y severidades se suavizaron considerablemente desde el reinado del Rey Sol, Luis XIV y su tataranieto (Luis XVI) tenía un espíritu reformista que estaba liberalizando la economía y resucitando las instituciones representativas de la libertad medieval—las asambleas provinciales y los Estados generales-.Edmund Burke calificaba a la monarquía francesa moderna como «un despotismo más aparente que real», en el que, si se daba algo, era «más bien demasiado espacio al espíritu de innovación», en lugar de demasiado poco.
Como apuntaba Burke, los cahiers e instrucciones de los nobles para sus delegados en los estados generales «respiraban con el espíritu de la libertad tan cálidamente y recomiendan la reforma tan fuertemente como cualquier otra orden». Tal vez más. El espíritu del capitalismo laissez faire, el constitucionalismo mixto y el libertarismo político era más fuerte entre la nobleza que entre la burguesía y sin duda más fuerte que entre los artesanos urbanos y el campesinado. De hecho esto nos demuestra que el viejo sistema conocido actualmente bajo el epíteto de “antiguo régimen” no era tan nefasto como creíamos y que si lo hubiéramos mantenido pero con los estándares de vida actuales y el desarrollo económico que hoy poseemos gracias al capitalismo, podría haber brindado a la población mucho mayor bienestar y satisfacción material que la que hemos logrado ahora bajo la demagogia de la democracia participativa y el flagelo contemporáneo del llamado “estado de bienestar”.
Burke no era tan ingenuo como para creer que Francia con sus 26 millones de habitantes, su amplia extensión de territorio, sus diversos intereses, pudiera ser nunca una verdadera democracia (esto lo cercioraría y corroboraría más tarde el pensador francés Alexis de Tocqueville). Esperaba que el poder efectivo lo ostentara «una innoble oligarquía», en alianza con «los intereses monetarios» de París, engordando con bonos públicos y aprovechando especulaciones febriles en las propiedades confiscadas al clero y la nobleza. Respecto de la turba rebuznante, «la multitud canalla», resultarían un instrumento muy eficaz en manos de la élite, especialmente para acabar a gritos con la reforma económica del libre mercado. Burke preveía un gobierno que combinaría los vicios de la democracia con los de la oligarquía y que sustituiría un gobierno de leyes y órdenes sociales por un despotismo de abogados plebeyos, ateos y sicofantes. Cuánta razón tenía.
¿Era sensato? ¿Qué legitimidad permanecía en poder de la Asamblea, el poder centralista de París? Burke pensaba que no quedaba ninguna. La Asamblea Nacional, afirmando ser la nación encarnada, había borrado a las antiguas provincias de Francia (sustituyéndolas por los artificiales departamentos), abolido el Parlamento de París y sus equivalentes provinciales, destruido el primer estado confiscando su propiedad y privándole de sus funciones, dejado a la nobleza políticamente sin poder y concentrado todo el poder político en una asamblea revolucionaria. Comparaba a París bajo el nuevo régimen con la antigua Roma. «Mientras París sea igual en relación con la antigua Roma, será apoyado por las provincias sometidas. Es un mal que acompaña inevitablemente al dominio de las repúblicas democráticas soberanas. Como ocurrió en Roma, puede sobrevivir esa dominación republicana que dio lugar a ella. En ese caso, el propio despotismo debe someterse a los vicios de la popularidad. Roma, bajo sus emperadores, aunó los males de ambos sistemas». Una vez se destruyen todas las autoridades sociales independientes, las instituciones legales y los controles institucionales sobre el pueblo soberano y divino, está lista la vía para males tales como le levee in masse, para les assignats y les papiers-monnaies, para el Maximum, para le Comite de Salut Public, para la Terreur, para la guerre totale… para Napoleón. La próxima semana abarcaremos en la segunda parte en este escrito las nefastas consecuencias económicas que sobrevinieron al gobierno revolucionario y a la sanguinaria etapa del Terror, episodio nefasto que llevó al cadalso a miles de franceses, directamente a la guillotina, expresado hoy en 2023, con la corrección política y el nefasto germen del multiculturalismo, estando sumida Francia en la actualidad en una “pequeña edad oscura” tal como pregona una bella y oscura canción de la banda indie MGMT. Reflexionemos profundamente lo que pasa en Francia porque las coincidencias entre lo que sucede en allá y en nuestro Perú son más cercanas de lo que parece.
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