Jorge Varela
La nueva comunidad de Agamben
En lucha contra el Estado perverso
Francis Fukuyama –analizado y refutado por Jacques Derrida en Espectros de Marx–, sostiene que tanto Hegel como Marx pensaban que la evolución de las sociedades humanas no es infinita, que acabaría el día en que los hombres perfeccionen una forma de sociedad que satisfaga sus necesidades más profundas y fundamentales. Ambos pensadores habían establecido un «fin de la Historia»: para Hegel era el Estado liberal; para Marx, la sociedad comunista. Giorgio Agamben por su parte, ha abierto un nueva perspectiva: la de la comunidad que viene; aquella que ha de venir, según la visión de otros.
Agamben, filósofo autor de La comunidad que viene, sostiene en este texto que “la tarea política de nuestra generación” es “seleccionar en la nueva humanidad planetaria aquellos caracteres que permitan su supervivencia”. Su propuesta contiene un verdadero mensaje ético-político desarrollado de un modo enigmático: “Si los hombres, en lugar de buscar una identidad propia en la forma ahora impropia e insensata de la individualidad, llegasen a adherirse a una singularidad sin identidad, una singularidad común y absolutamente manifiesta… si los hombres pudiesen no ser así, en esta o aquella identidad biográfica particular, sino ser solo el así, su exterioridad singular y su rostro, entonces la humanidad accedería por primera vez a una comunidad sin presupuestos y sin sujetos, a una comunicación que no conocería más lo incomunicable”. Sería ésta nueva comunidad, según Agamben, la forma en que la humanidad no se encaminara hacia su propia destrucción.
A Agamben le interesa tanto el ser como la comunidad. Sobre el primero escribe: “el ser que viene es el ser cualsea”. Y continúa: “En la enumeración escolástica de los trascendentales (quodlibet ens est unum, verum, bonum seu perfectum, cualquier ente es uno, verdadero, bueno o perfecto)... el término que condiciona el significado de todos los demás… es el adjetivo quodlibet”. Formalmente, “quodlibet ens no es «el ser, no importa cuál», sino «el ser tal que, sea cual sea, importa»”. Lo que Agamben destaca aquí es: “el ser que viene es el ser cualsea”, el que interesa, el que importa, el importante. Esto es, la figura de la singularidad pura no condicionada por identificaciones de nacionalidad, clase, partido o adscripción religiosa: la subjetividad pura frente a los diversos discursos políticos despóticos o hegemónicos imperantes (capitalista, marxista, liberal, socialista). Es decir, el ser abierto a nuevas formas de existencia humana.
La aversión de Agamben por las referidas identificaciones condicionantes ha sido expresada de manera clara y directa. Este mismo juicio crítico de Agamben es totalmente coherente con su pensamiento medular sobre la humanidad, la comunidad, el ser y lo que él denomina la lucha entre el Estado y el no-Estado.
Por ello, donde el pensamiento de Agamben adquiere mayor trascendencia y vigor es precisamente en el fragmento final de su libro citado antes. Agamben se pregunta: “¿Cuál puede ser la política de la singularidad cualsea, esto es, de un ser cuya comunidad no está mediada por condición alguna?”. Y señala sin titubeos: “Una noticia llegada de Pekín nos trae algún elemento para una respuesta”. Leámosla con atención y anotémosla: “Puesto que el hecho nuevo de la política que viene es que ya no será una lucha por la conquista o el control del Estado, sino la lucha entre el Estado y el no-Estado (la humanidad), la disyunción insuperable de las singularidades cualsea y la organización estatal”.
De acuerdo con Agamben, “esto no tiene nada que ver con la simple reivindicación de lo social contra el Estado que, en años recientes, ha encontrado muchas veces expresión en los movimientos contestatarios”. Luego precisa: “Que las singularidades hagan comunidad sin reivindicar una identidad, que los hombres se copertenezcan sin una condición representable de pertenencia (ni siquiera en la forma de un simple presupuesto), eso es lo que el Estado no puede tolerar en ningún caso… pero que el cualsea mismo sea ganado sin una identidad, ésta es una amenaza con la que el Estado no está dispuesto a pactar”. “La singularidad cualsea que... declina por esto toda identidad y toda condición de pertenencia, es el principal enemigo del Estado. Allí donde estas singularidades manifiesten pacíficamente su ser común, allí habrá una Tiananmen y, antes o después, llegarán los carros blindados”, concluye Agamben.
¡Qué afirmación más explícita, clara y contundente!, ¿O queda todavía algún espacio para dudar? No obstante, esta misma argumentación agambeniana podría servir de fundamento subrepticio a quienes sin abandonar su identificación –nacional, de clase, política, ideológica o religiosa–, no ocultan sus intenciones de arrasar con el Estado para imponer de modo siniestro y artero otra máquina de poder, otro constructo aún más despiadado y opresor.
Para algunos, lo expuesto en La comunidad que viene pareciera acercar a su autor a los contornos de un túnel oscuro y largo. Mas si se analiza con detención lo que acontece actualmente en el mundo, es posible pensar que este manifiesto ético-político puede encender pequeños fulgores de esperanza y alumbrar un futuro que se divisa complejo e incierto. Hoy cuando la humanidad se encuentra en una fase en la que convergen el miedo, el terror y la muerte, la inseguridad y la no-libertad o la reducción de la misma –pues se trata de un atravesamiento del mal y la ley–, la comunidad que viene (o que vendrá), compuesta por los sujetos cualsea, es no solo la utopía histórica de Agamben, es también el sueño de muchos. Ojalá nunca aparecieran en el horizonte los carros blindados de Tiananmen con su estruendo, su metralla y su olor a sangre y muerte. Pero, ¿y si aparecen?
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