Raúl Mendoza Cánepa
La marcha roja
La democracia no puede dar entrada electoral a quienes quieren destruirla
En noviembre de 1989 Henry Pease convocó a una gran marcha por la paz, enfrentando directamente a Sendero Luminoso. Ocurría que los terroristas habían convocado a un paro armado en apoyo a "la guerra popular". Se plegaron a la marcha contra Sendero Luminoso Alfonso Barrantes, el padre Gustavo Gutiérrez, los trabajadores organizados que salieron masivamente desde la Plaza 2 de Mayo y muchos otros más, en un gran consenso de todos los partidos e ideologías. Fue una marcha multitudinaria, que contó con la participación de los barrios populares y las organizaciones de base.
Mario Vargas Llosa, decidido liberal, también marchó y se abrazó con Pease. “Se tenía que demostrar que la democracia era más firme que la subversión”. La izquierda en pleno y los sectores populares se unieron en una sola voz contra el terrorismo y su infiltración. Decía Pease: “Llenamos íntegramente Paseo de la República hasta bien avanzado el zanjón, por un lado, hasta Roosevelt, y todo el final. La cola seguía en toda La Colmena hasta 2 de Mayo”.
En 2012, como recuerda el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la PUCP, se realizó una enorme marcha de estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos contra Sendero Luminoso y todas sus fachadas. Se unieron grandes colectivos, partidos y ciudadanos. San Marcos se manifestaba así, con su juventud multitudinaria, como enemiga del terrorismo.
Ocurre que la izquierda antigua no es la de ahora. Henry Pease, Carlos Malpica, Rolando Breña y demás han sido reemplazados por Verónika Mendoza, Sigrid Bazán, Gahela Cari, y desde un frente menos solapado en su radicalidad totalitaria, Vladimir Cerrón, Guillermo Bermejo, Guido Bellido. La diferencia es insultante, pero el desparpajo antidemocrático de la izquierda actual no la separa claramente de los objetivos de Sendero Luminoso. Es más, el expresidente Pedro Castillo le dio entrada al poder al senderismo, quiso acelerar su infiltración en las instituciones y hacer el trabajo que Abimael Guzmán no pudo hacer. Lo que no esperaban los radicales rojos es que el burdo y esperpéntico Castillo tenía más interés en saquear la caja estatal que en hacer una revolución.
Como fuera, si Castillo tuvo socios fueron los representantes de todas las izquierdas que lo consagraron, esas que hoy se suman y apoyan las marchas para desestabilizar al poder y desde las ruinas elaborar una Constitución totalitaria que entronice en el poder a un alter ego de Fidel Castro o Hugo Chávez. No marchan por la paz como los izquierdistas de los ochenta, no rechazan la violencia y el terror como los sanmarquinos de 2012, ni siquiera se les mueve un pelo que la llamada “camarada Vilma” sea una de las convocantes.
La democracia no puede ser boba, no puede dar entrada electoral a quienes quieren destruirla. Resulta increíble que Guillermo Bermejo, quien hablaba de “pelotudeces democráticas” y de quedarse en el poder, tenga hoy un escaño; tan bobo y surreal como que Perú Libre haya ganado una elección.
No se pregunten a quién le ganaría Keiko Fujimori en una segunda vuelta (donde al menos se necesitan tres bloques de derecha), pregúntense cómo hacemos para que la izquierda antidemocrática y radical, esa misma que no deslindará jamás de Sendero Luminoso, desaparezca de una buena vez. Quizás este Congreso nada pueda ni quiera hacer; pero que en 2026 una derecha liberal, con un mandato claro en el Congreso, haga el trabajo legislativo e institucional que los mercantilistas y el centro nunca se atrevieron a hacer. La democracia boba, para los bobos.
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