Tino Santander
La Mamacha Candelaria
Uno de los espectáculos más bellos del folklore latinoamericano
Puno es la capital folkórica del Perú y de América por su extraordinaria variedad en danzas, música, tradiciones y leyendas. La fiesta de la Virgen de La Candelaria es la máxima expresión de toda esa riqueza. El festejo empieza los primeros días de febrero, en los que las calles se desbordan de danzantes con vistosos y coloridos trajes para rendirle homenaje a la patrona del Altiplano. Esta celebración religiosa tiene un origen colonial y se ha convertido en un carnaval de devoción cristiana y hedonismo pagano que disfrutan todos aquellos que visitan la ciudad en el mes de febrero.
Las celebración dura aproximadamente dieciocho días y tiene más de doscientas danzas que son organizadas por la Federación Regional de Folklore y Cultura de Puno, que convoca a las comunidades campesinas y a los barrios de la ciudad de Puno para la conmemoración. Además, de los famosos danzantes de trajes de luces, participan más de 50,000 bailarines y 5,000 músicos, cientos de directivos de las danzas, bordadores, artesanos de máscaras, de botas, de zapatos, de cascabeles, vendedores de comidas y bebidas, empresarios que alquilan autos y camiones, dueños de locales comerciales, de servicios turísticos. Es decir, la fiesta de la Virgen de La Candelaria es una industria que dinamiza la economía regional.
La festividad empieza cuando el alferado —responsable de la fiesta— sube al el Santuario de la Virgen de La Candelaria, en el cerro Agoguini (ciudad de Puno), custodiado por músicos e invitados especiales, ofreciendo licor y lanzando bombardas en medio de rezos a la Virgen, dando así inicio a las celebraciones. La noche previa al día central se celebran varias misas y los fuegos artificiales resplandecen el cielo puneño, luego viene la alegría de las bandas musicales. Nunca falta ponche, anisado ni cerveza en las puertas de las iglesias. Además, el 12 de febrero —día central de la fiesta— cientos de danzantes, músicos, fieles y turistas de todas partes del mundo acompañan en procesión a la Virgen.
Asimismo, en el estadio Enrique Torres Belón se desarrolla el concurso de los trajes de luces, en el que los conjuntos —ataviados con máscaras multicolores— realizan bellas coreografías acompañados de bandas. Entre estas coreografías destacan las diabladas puneñas, El Rey Moreno, La Morenada, Los Caporales; los Waca Wacas, los Ricuras, los kullahuadas, los kallahuayas, las llameradas, los ayarachis, los sikumorenos, las zampoñadas, los teníus, los carnavales, los kajelos, los wifalas, los chacareros y las chacalladas. Finalmente se baila el Cacharpari, despedida de la fiesta. Casi siempre la celebración se prolonga de ocho a diez días más, y muchas veces coincide con el domingo de carnaval. Entonces, la fiesta continúa por veinte días más.
En síntesis, se trata de uno de los espectáculos más bellos del folklore latinoamericano. El pueblo danza, bebe, reza y tiene fe en el destino del Perú porque cree en la protección de la mamacha Candelaria. Dicen los danzantes que ella nunca los abandona; y cuentan que en 1781 protegió a la ciudad del asalto de las huestes rebeldes de Túpac Catarí. También, los comuneros de Azángaro exteriorizan su fe: “por la Virgen acabamos a los gamonales, por la mamacha vencimos al sendero, por La virgencita se acabaron las hambrunas y sequía. Ahora vamos a rezar para que castiguen a los presidentes corruptos”.
Un grupo de comerciantes cusqueños —devotos de la Virgen— señalan exaltadamente: “Rezaremos a nuestra mamita para que los suas (ladrones) del Aeropuerto de Chinchero sean castigados”. Por esta razón, cada año los puneños se preparan con mayor empeño para renovar su fe en la Virgen y en el Perú. Ellos siempre danzarán, beberán y rezaran por un país mejor.
COMENTARIOS