J. Eduardo Ponce Vivanco
La integración frustrada y sus elefantes blancos
Onerosos fósiles que no sirven para nada
En este Perú de modas y farándula política, la gimnasia de la bicameralidad es la última moda. Hojeando con escepticismo algunas propuestas pasadas, uno recuerda la reacción popular de rechazo que provocó la idea de aumentar el número de integrantes de una de las instituciones cuya desaprobación mayoritaria es una constante desde que se hacen encuestas en nuestro medio. La prudencia aconsejó entonces hacer dos cámaras de una sola para no aumentar el número de parlamentarios: 100 diputados y 30 senadores. Nadie sabe si estos saldrían de los otros, si serían elegidos entre los congresistas existentes, si se convocaría a nuevas elecciones, o para cuando sería factible el fatigoso trámite que exige tan importante reforma de la Constitución. Y nadie recuerda tampoco que, además de sus 130 congresistas, el Perú tiene cinco parlamentarios andinos, con todos los privilegios de sus colegas nacionales menos la capacidad de votar. (Recomiendo vivamente leer
https://peru21.pe/politica/elecciones-2016-parlamento-andino-sirve-214220).
En un alarde de realismo mágico, los latinoamericanos calcaron sus sistemas de integración de la experiencia comunitaria europea y crearon organismos tecno-burocráticos con todas las de ley. En la época del proteccionismo, la sustitución de importaciones y la programación industrial por decreto, convirtieron a la ALALC en ALADI y crearon mecanismos de integración subregional para desviar el comercio con criterios voluntaristas contrarios al mercado. En Sudamérica, surgieron entonces el Grupo Andino y el Mercosur. El Perú batalló por tener la sede de la actual CAN, que copió alegremente instituciones europeas. Destacan entre ellas el Parlamento Andino y el Tribunal Andino de Justicia, con sedes propias en Bogotá y Quito, además de un prolífico sistema en todas las áreas públicas imaginables. La carreta antes de los bueyes. Luego vino la gran proliferación de parlamentos: el del Mercosur, el Centroamericano, el Amazónico, el Parlatino y un probable etcétera.
A estos onerosos fósiles no solo se suman instituciones que no sirven para nada como el SELA (sede en Caracas), sino también las que después surgieron de las mentes afiebradas de Chávez, Lula y los esposos Kirchner. Estos últimos dieron a luz la ambiciosa pareja de UNASUR y CELAC, que llegó acompañada de parientes tan perversos como el ALBA y el Foro de Sao Paulo. Eran el escudo internacional del “socialismo del siglo XXI”, su proyecto geopolítico de dominación regional. Pero nadie reemplaza aún al último Secretario General de UNASUR (que cesó hace diez meses), y a nadie le urge volver a convocar a la CELAC (salvo a Venezuela, Cuba y el ALBA). Nacieron como tentáculos absorbentes del fracasado sueño de sus mentores y sobreviven gracias a los contribuyentes y a la negligencia de sus gobiernos.
Hay otros fenómenos tan atrabiliarios como que los socios andinos de Bolivia admitamos que sea, al mismo tiempo, miembro de la CAN y del Mercosur, beneficiándose de dos aranceles externos mutuamente incompatibles. Claro, si Chile y Venezuela salieron de la CAN, no queríamos que el “Hermano Evo” también se aparte. Por eso lo premiamos, además, con la secretaría general del organismo y la sede del parlamento de UNASUR, que hospedará en el enorme edificio que le construye en Cochabamba. ¿Para qué?
Dada la inoperancia de los modelos anacrónicos de la “integración del cemento”, han surgido alternativas modernas, eficaces y ligeras como la Alianza del Pacífico (no tiene sede alguna), los tratados de libre comercio, servicios e inversiones. También coordinaciones político-diplomáticas virtuales a través de los medios instantáneos que facilitaron que el Grupo de Lima se convierta en el primer mecanismo regional eficaz para tratar la crisis de Venezuela.
Con el equipo de primera que lidera Torre Tagle y con el valioso concurso del Mincetur y otros ministerios especializados, deberíamos sincerar la integración. Y también emprender la importante tarea de depurar ese Parque Jurásico, diseñando mecanismos regionales acordes con el interés de nuestros países y el entorno internacional que avanza a velocidad exponencial.
J. Eduardo Ponce Vivanco
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