Dante Bobadilla
La imposibilidad del Estado
¿Quė nos ha dado el Estado en estos años?
Una vez más los peruanos seremos afectados por la incapacidad del Estado, al no tener las vacunas contra el covid-19. Pero claro, ahora es el momento de lavarse las manos, empezando por Martín Vizcarra. Y ni siquiera tiene que esforzarse demasiado, pues tiene un enorme contingente de huérfanos que lo extrañan y defienden en las redes sociales. Es una especie de Hugo Chávez criollo y en versión reducida.
¿Cómo es posible que un sujeto tan limitado como Martín Vizcarra, con un gobierno mediocre, sin logros que mostrar y lleno de denuncias de corrupción, goce de tanto amor en un sector de la sociedad? La razón es solo una: hizo realidad el sueño del antifujimorismo patológico. Todo ese contingente de marchantes fascistas que salían a las calles –una y otra vez– a gritar contra Keiko Fujimori, son básicamente los mismos que salieron a protestar por la vacancia de Vizcarra, su ídolo. Vizcarra no tiene más que mostrar que la destrucción del fujimorismo y el Apra mediante el cierre del Congreso. Eso es todo su legado.
Y no lo imagino. Lo leo en las redes sociales. Vizcarra es el ídolo del antifujimorismo patológico, el manicomio más grande del Perú, sustentado en el odio, la ignorancia y el fanatismo, y cuya doctrina se alimenta de los mitos y mentiras que se han regado contra el régimen de los noventas durante veinte años. Tal vez no todo sea mentira, pero se ha seleccionado con cuidado todo lo malo de un régimen que –en el saldo final– sacó al país de la ruina total y lo libró del ataque criminal de dos grupos terroristas. No es poco. Pero les han enseñado que Fujimori destruyó la institucionalidad democrática, cuando esta no existía en realidad. Lo que hizo Fujimori fue reconstruir un país devastado, creando nuevas instituciones.
Pero nada de eso importa. Todo lo que cuenta es el odio que han sabido inocular en mentes débiles para crear contingentes de zombies dispuestos a marchar gritando consignas de odio. Vizcarra es el dios de todos ellos. Un presidente cuyo legado es la confrontación, la mentira, el odio, la traición, las corruptelas, la ineficiencia, el embuste diario, el gesto banal, su política de género y lenguaje inclusivo, y el copamiento del Estado por la izquierda. Pero básicamente será recordado como el presidente que montó el sistema más grande de propaganda, que se ocupó de engrandecer su figura hasta colocarlo como un George Washington cholo.
Todo eso es lo que se puede hacer cuando se toma por asalto el poder y el control del Estado, aunque sea por pura casualidad. ¿Qué de bueno hemos obtenido del Estado en los últimos cuatro años? ¿Estabilidad? ¿Empleo? ¿Seguridad? ¿Justicia? ¿Progreso? No. Nada de esto. Todo lo contrario. La seguridad está cada vez peor. La justicia es una ruina. La salud es una estafa. Las obras de infraestructura no existen o están paralizadas. Y todo esto en un país que tiene divisas. Ya no somos el país pobre de los ochenta, al que nadie le prestaba un dólar.
En apenas tres años, Vizcarra logró destruir el país. Es cierto que tuvo ayuda de la pandemia, que nos colocó en el último lugar del mundo en gestión de salud. Todo lo hizo mal. Su primer acto para enfrentar la pandemia fue despedir a su ministra de Salud para nombrar a un médico del Frente Amplio, conocido por ser un furibundo troll izquierdista en Twitter, cuyo primer reflejo fue contratar médicos cubanos y formar un comité de izquierdas para dictar medidas de salud pública con enfoque de género. Luego se montó el programa del mediodía “Aló presidente”, en versión de Vizcarra, para adormecernos con sus mensajes repetitivos.
Y esto es apenas la punta del iceberg del Estado. Multipliquen eso por miles de casos a menor escala, repetidos en cada ministerio, gobierno regional y municipio, al que llega cada pequeño dictador, émulo barato de Hitler, o un gánster dispuesto a levantarse el presupuesto o a llenar el aparato del Estado con sus familiares y amigos. ¿Alguien cree que las reformas de Vizcarra cambiaron algo esta realidad? No. Él mismo está ahora tratando de meterse al Congreso como un pericote buscando un agujero en la pared para eludir el escobazo de la justicia. Pero sigue siendo idolatrado por esas masas adoctrinadas, a quienes les hizo realidad sus sueños de odio.
Lo que sigue es aún peor: les están vendiendo la idea de que cambiando la Constitución todo será diferente y maravilloso. Y esas mismas masas lo creen.
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