Jorge Morelli
La deuda del fujimorismo
Sobre la fragilidad institucional de nuestra democracia y el desafío de remontarla
Fracasan hasta la fecha cuatro gobiernos posteriores al fujimorismo, a lo largo de 14 años –Paniagua, Toledo, García y Humala-, en las reformas necesarias para alcanzar una democracia capaz de resolver los problemas, que avance realmente hacia la igualdad de oportunidades, afiance las libertades económicas y restablezca el principio de autoridad.
El Perú no ha podido hacer la transición con estos gobiernos. Catorce años después, sintomáticamente, siguen responsabilizando al fujimorismo de las limitaciones de nuestra democracia. No aciertan con el remedio, porque fallan en el diagnóstico.
El término autoritarismo fue acuñado por Juan Linz, en Yale, para caracterizar el régimen de Francisco Franco en España. Guillermo O´Donnell forjó luego el término “democracia delegativa” para referirse a la democracia disfuncional -demagogia, la llamó Aristóteles- cuya debilidad es incapaz de asegurar su propia permanencia.
La esperanza de que es posible escapar del círculo vicioso de la demagogia y el autoritarismo y dar el salto hacia una democracia de verdad, se halla en potencia en el concepto que desarrolló Robert Dahl, también en Yale: poliarquía. La idea de un proceso dialéctico que va de la tesis de la demagogia a la antítesis del autoritarismo y, eventualmente, al salto cualitativo a una poliarquía pertenece originalmente a Samuel Huntington.
En 200 años de República no hemos podido escapar del círculo vicioso. Hemos estado cerca de lograrlo, pero la transición se ha frustrado. En los últimos 14 años ha vuelto a frustrarse. Es frecuente la confusión de suponer que el tiempo corregirá por sí mismo las fallas en la arquitectura de nuestra democracia. No es así. La falla proviene de la ausencia de equilibrio de poderes -no de autonomía de poderes, que es su falso sustituto-. Es el desequilibrio de poderes lo que condena a la democracia a una baja gobernabilidad, la misma que crea la pendiente hacia la recaída en el autoritarismo. El paso del tiempo no puede corregir esto por sí mismo. Es necesario un esfuerzo de reingeniería institucional.
Nuestra democracia no ha mejorado sino marginal e insuficientemente en la última década y media, en sus capacidades para enfrentar y resolver los problemas. El narcoterrorismo, la delincuencia organizada, la ilegalidad, la informalidad en las actividades productivas, el permanente peligro de recaer en el desorden fiscal o en el mercantilismo, la tendencia a convertir los programas para la igualdad de oportunidades en clientelismo político, son prueba suficiente.
Hemos hecho varias veces la transición del autoritarismo a la democracia con fallas en su arquitectura institucional, que ha regresionado luego y recaído en el autoritarismo. Así hemos ido de una democracia de baja gobernabilidad, que fracasa en resolver los problemas, a un autoritarismo que procura inútilmente imponerla mediante la concentración del poder para fracasar igualmente en asegurar lo alcanzado.
Max Weber, el padre intelectual de todos los clásicos de la Ciencia Política, llamó "autoridad carismática" a esa fase intermedia del proceso histórico que lleva a todas las sociedades al cambio en la naturaleza de la legitimidad. Para hacer la transición de la "autoridad tradicional" –propia del mundo antiguo- a la "autoridad burocrática” –propia del moderno, fundada en el imperio de la ley-, hay que atravesar un sombría zona intermedia, llena de peligros. A esta forma de autoridad le llamó “carismática”, fundada en el carisma de un líder. Evitar el peligro de la recaída en el autoritarismo y recuperar al mismo tiempo el liderazgo carismático es lo que hace falta para llevar a buen puerto esta transición que ha quedado congelada en la travesía. Es lo que hacen los rituales de pasaje de todas las sociedades del planeta: hay un interfase entre la situación inicial y la final, un río o un abismo que hay que vadear o salvar.
Hemos naufragado en ese río demasiadas veces. En la transición fracasan gobierno tras gobierno en los últimos 14 años, y no aciertan sino a culpar al fujimorismo. Por lo mismo, es el fujimorismo quien tiene el deber de plantear al país las reformas que cree necesarias para dar el salto cualitativo y concluir con éxito esta larga travesía. Precisamente porque se vio obligado a la difícil decisión política del 5 de abril de 1992, tiene con los peruanos la deuda de rediseñar las instituciones necesarias para alcanzar por fin una democracia fundada en el imperio de la ley.
Por Jorge Morelli
(12 - nov - 2014)
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