Jorge Nieto Montesinos
Juego con fuego
¿La baja popularidad configura una crisis de gobernabilidad?
La caída del presidente en las encuestas ha multiplicado los pronósticos de una crisis de gobernabilidad. Institucional, constitucional o de gobierno. Algunos matizan. Otros no. Pero la mayoría concluye… “como Toledo”, recordando los años en que la sucesión de escándalos y errores puso a ese gobierno en 7% de aprobación, más de 80% de rechazo y, dato no menor, casi 60% de la población pensando en su relevo. Y aunque hubo quien la empujó con soterrado entusiasmo, ni aun entonces ocurrió una crisis de gobernabilidad.
Desde que la corrupción, el desorden económico y la impericia política provocaron la salida de Collor de Melho de la presidencia del Brasil, en 1992, en Latinoamérica se han producido una docena de esas crisis, de características, combinaciones y resultados muy variados: Fujimori (dos veces), Bucaram, Mahuad, Lucio Gutiérrez, De la Rua, Carlos Andrés Pérez, Chávez, Samper, Elías Serrano y alguno más que mi memoria pierde, hasta la actual de Maduro. Lecciones hay, y muchas, como para reducir el debate público a la lectura de las encuestas.
La calle cuenta, que duda cabe. Es uno de los actores decisivos. No la calle pasiva, abúlica; sino la vocinglera y movilizada, con la fuerza para provocar el desdoblamiento de otros actores, más importante en el proceso mientras más multitudinaria. Pero no es el único actor.
Están los poderes constitucionales, principalmente el Ejecutivo y el Parlamento. Y los poderes fácticos. Los legales, como los medios de comunicación o los grupos organizados; los ilegales, y hasta los criminales, que en algún caso jugaron un rol relevante aunque clandestino. Está la comunidad internacional, con estrategias estatales solo a veces convergentes. Y los poderes militares, ilegales cuando hay grupos guerrilleros o paramilitares; o legales, pues en cierta momento de la crisis las Fuerzas Armadas adquieren un rol deliberativo, llevadas por la defección política civil a su imaginario de garantes últimos del orden.
Todos esos actores –no es una lista exhaustiva- adoptan combinaciones caleidoscópicas. Hacen de las crisis de gobernabilidad un fenómeno complejo, irrepetible, único. No hay una teoría de las crisis de gobernabilidad, pero algo podemos saber si hemos seguido los detalles de todas ellas.
Sabemos, por ejemplo, que un entendimiento total o parcial entre el ejecutivo y el legislativo evita que la crisis termine en la salida del Presidente o el cierre del Congreso. Pero cuando entre ambos poderes existe un bloqueo, la crisis estalla y se resuelve, las más de las veces, en perjuicio del ejecutivo. De allí, imagino, la cautela de Humala con el Congreso.
Sabemos que los poderes internacionales son una influencia constante, pero si la correlación de fuerzas internas les es desfavorable, no tienen capacidad decisiva. Aun si internacionalizada, la historia sigue siendo nacional. Mírese Venezuela. Finalmente, porque este artículo debe terminar, sabemos que en esta época el poder de las Fuerzas Armadas, siendo importante, es arbitral. Por eso un régimen fundado en el partido de las fuerzas armadas es o un delirio conspirativo o una coartada de impotencia. Cosas menores ambas.
El Perú, que duda cabe, no es inmune a una crisis de gobernabilidad. Con proyectar un tiempo más el desborde criminal… Pero la baja popularidad del presidente no la configura. Es un pródromo, no la enfermedad. A menos que se quiera jugar con fuego: no advertir escenarios, sino construirlos. ¿Les suena conocido?
Por Jorge Nieto Montesinos
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