Aldo Llanos
Iglesia Católica y derechos humanos (III)
El triunfo de los revolucionarios
Tal y como lo hemos visto en la entrega anterior, la Iglesia Católica participó activamente en la Asamblea Nacional constituyente de 1789 por medio de miembros comprometidos -tanto clérigos como seglares-, quienes redactaron diversos proyectos de Declaración Universal de Derechos del Hombre, en clara contraposición de quiénes lo hacían desde una inspiración puramente secular.
Con el transcurrir del tiempo, empezaron a notarse claramente dos posturas entre las propuestas católicas: las de quienes se oponían radicalmente a la postulación de derechos del hombre sin una clara e inequívoca referencia a Dios, y las de quiénes vieron en esto una posibilidad que a la postre podría superarse.
Mientras tanto, en el otro bando, el masón Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau, trabajaba incansablemente generando adhesiones políticas para bloquear cualquier referencia al Dios de los cristianos en los textos. Pero no estaba solo. Aunque sea difícil de creer, muchos de estos bloqueos fueron apoyados por el bando católico refractario, liderados por Anne Louis Henri de la Fare, obispo de Nancy, quienes jugaban a su vez, su propia partida de ajedrez.
En efecto, nadie sabe para quién trabaja, porque el astuto conde de Mirabeau, redactó su proyecto junto a calvinistas como Jean Paul Rabaut, quiénes le ayudaron a perfilarlo a cambio de incluir el tema de las libertades religiosas, buscando restarle fuerza, al monopolio de la fe que hasta ese momento detentaba la Iglesia Católica en Francia.
Frente a esto, el futuro obispo de París, Jean Baptiste Joseph Gobel, propuso no oponerse frontalmente al reconocimiento de los derechos del hombre siempre y cuando, en el tema de las libertades religiosas, estas tuviesen como límite el “orden público”. ¿Por qué dicha referencia? Porque el orden público aún seguía teniendo el ethos católico y hasta ese momento el catolicismo era considerada la religión oficial del país. Mientras que otros constituyentes, como Louis Charles de Machault, obispo de Amiens, propusieron mantener el catolicismo como religión oficial del nuevo Estado.
Tampoco faltaron quienes, desde fuera, como el padre Claude Rougane, quién luego del triunfo de la revolución abandonó su parroquia para irse a vivir como un ermitaño, granjeándose con ello cierta popularidad; calificaron la Asamblea como el inicio del fin para Francia como nación convirtiéndose en profetas de calamidades futuras.
Desde mi perspectiva, considero que, al no haber uniformidad en las posiciones católicas, al multiplicarse, perdieron fuerza común pasando a ser vencidas por las posiciones seculares. Pero aún faltaba la posición oficial de la Iglesia Católica y la del Papa Pío VI.
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