Juan C. Valdivia Cano
Identidad e investigación en Derecho
¿Por qué Latinoamérica no puede acceder a la modernidad?
“Tombo” es el nombre que en el lenguaje popular se le da al policía en el Perú, como “combi” es un vehículo de transporte público, pequeño, barato, incómodo y popular. “Cierra la puerta que hay tombo” (y otras semejantes) es una frase frecuente en las combis, pronunciada con la seguridad que le da al cobrador la total inconciencia, ante los impávidos pasajeros que tal vez comparten su punto de vista y se identifican con él: “cierra la puerta que hay tombo”. La frasecita no parece inquietar lo más mínimo, porque este joven peruano es muy representativo del Perú de hoy (y de siempre). Si no hay tombo, todo está permitido, como diría un personaje dostoievskiano. Y que los pasajeros se caigan, se despanzurren y se mueran. El cobrador no ha internalizado la norma evidentemente, tal vez ni la conoce, solo trata de evitar la papeleta. Es un formalista, como en el mundo en el que vive, y solo expresa una seña muy representativa de identidad. Se olvida de los fines y de los principios.
Cada vez que escucho esa frase y otras análogas recuerdo a Octavio Paz, el Premio Nobel de Literatura mexicano (1990), que decía: “Somos hijos de la Contrarreforma”. Esta circunstancia, así como la influencia de las culturas prehispánicas, han sido determinantes en nuestra historia y explica las dificultades que hemos experimentado para penetrar en la modernidad. Creo que esto ha sido particularmente cierto en los casos de los grandes virreinatos: Perú y México” (p.161). ¿Qué tiene que ver la Contrarreforma con la anomia del cobrador de combi y con la investigación? ¿Qué representaron históricamente la Reforma protestante y la Contrarreforma?
En lo que interesa aquí, a pesar de sus paradojas o limitaciones, la Reforma luterana inauguró en la historia cristiano occidental la actitud crítica frente a la autoridad llegando hasta la ruptura. Un elemento esencial de la gestión del espíritu moderno, después de romper con la institución intermediaria de la divinidad: el derecho a la comunicación directa con Dios, sin intermediarios institucionalizados. Esa comunicación directa con Dios (con la propia conciencia) se expresa en la experiencia de la autocrítica y la reflexión propia, la introspección. Esa autocrítica se ha fogueado con la cismática y dura crítica a la autoridad papal, la más poderosa de la época. Ha creado una ética. Y Max Weber explicaría luego la fuerte relación entre esa ética protestante y el espíritu del capitalismo en su obra que titula precisamente “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”; es decir, de la modernidad económica. La crítica y la ruptura protestante con la autoridad institucional elimina al intermediario oficial de la divinidad: enfrenta al hombre de cultura protestante con su propio yo (o súper-yo), con su propia conciencia o con Dios. Ya no hay confesión sino introspección o auto examen (“conversación” directa con Dios).
Eso agudiza la inteligencia: decidir uno mismo si lo que ha hecho es, o no, malo moralmente, previo examen prolijo, desarrolla la capacidad autocrítica y reflexiva y su correlato, la capacidad crítica. Y ello procreó el desarrollo de la ciencia, la filosofía, la industria, etcétera. Es decir, todo lo que no ha ocurrido en el mundo católico que defiende la tradición, el pasado, la costumbre, la Iglesia, el Papa, la moral, etcétera: “hijos de la Contrarreforma”. El católico solo tiene que confesar sus pecados al sacerdote, no tiene necesidad de autoanálisis, de discusión consigo mismo, o por lo menos con el cura. El mundo católico no ha tenido el incentivo sino el desincentivo para desarrollar esa capacidad crucial.
Si el cobrador de combi fuera un poco más civilizado mantendría la puerta cerrada por la salud y seguridad de los pasajeros (que es la finalidad de esa norma, su telos) y no solo por evitar la multa. Lo cual, además de insuficiente, es de un cinismo y un egoísmo verdaderamente salvajes. Esto hace peligrosos a los cobradores de combi… cuando no hay tombo. No los han educado, no han interiorizado las normas para hacerlas suyas incorporándoselas, prescindiendo del cura exterior, del policía exterior, del juez exterior. Solo cumplen con la formalidad… cuando hay tombo. Ocurre casi lo contrario que en los pueblos protestantes, donde a punta de introspección llegaron a internalizar la norma: ya no requieren del cura o del policía exterior porque los llevan dentro.
La lógica católica solo evita el escándalo. ¿Para qué analizar los pecados si el cura los perdona? ¿No tiene esto que ver con el enano nivel crítico y autocrítico en el mundo contra reformado? Como nuestro cobrador de combi, la mayoría no ejercita esas facultades. Sabe que lo que se castiga es el escándalo, no el pecado, y que todo depende del “ampay” (si los demás se enteraron o no), que es lo que hay que evitar a toda costa. Mientras que el protestante tiene incorporado, internalizado al policía, al juez o a la autoridad que haga las veces. No necesita “tombo” exterior para cerrar la puerta de la combi. Lo tiene dentro, más adentro aún que la conciencia. (¿Se imagina el lector un cobrador de combi alemán gritando en alemán, en una combi berlinesa, “cierra la puerta que hay tombo”? Nosotros no. (Ni siquiera hay combis en Berlín).
La Contrarreforma católica –a través del Concilio de Trento que, re inaugura el Tribunal de la Inquisición– nace y vive para luchar a muerte contra el protestantismo, uno de los pilares de la modernización occidental. La Contrarreforma fue una apuesta por el catolicismo, el Papa, el orden, el pasado, la tradición, la Santa Inquisición. Un movimiento re-accionario, un movimiento re-activo que ha marcado a todos. Por cosas como esas la modernidad se nos pasó a los hispano-andinos por la nariz. Y seguimos portándonos bien… solo cuando hay tombo. Es lógico que en estas condiciones histórico-mentales nuestras capacidades investigativas, que en general se sostienen en la capacidad crítica y autocrítica, dejen mucho que desear. Para no hablar de ética.
Se supone que un elemento imprescindible del espíritu científico, que nace con la modernidad europea, es la actitud escéptica, prudente y hasta metódicamente desconfiada. “Dudo de todo” decía Descartes en el amanecer de esa época . Es la primera clave de su Discurso del Método. Investigar es ante todo cuestionar, plantear problemas, dudar, desconfiar, hacer preguntas; es ejercicio crítico. Y el ejercicio crítico y autocrítico (que es su fundamento) es lo que mejor explica y define la modernidad, más que las chimeneas de la industrialización o la tecnología de punta, que son consecuencia del espíritu moderno, no su causa. y Lichtenberg (1989) agrega: “La duda se convierte en otro nombre del rigor. Es un error enorme no querer dudar en asuntos del conocimiento; quien empieza con certidumbres, acabará con dudas. Buena parte de sus ideas están formuladas como preguntas. El escritor es ante todo un interrogador que solo dispone de un recurso autoritario: obligar al lenguaje a que suelte sus palabras” (p. 69).
¿Acaso hay un método científico general para todas las disciplinas científicas? ¿Acaso hay un método general para cada ciencia en particular? ¿Hay ciencia en general? Galileo Galilei no utilizó un método, sino que lo inventó de acuerdo a su problema. ¿Es racional partir del supuesto que el derecho es una ciencia sin discusión alguna? ¿No es una actitud dogmática, acrítica, anticientífica? ¿un pre-juicio? ¿No se construye el método al lograr los objetivos, resolviendo la sucesión de problemas? ¿No lo han hecho así los más grandes científicos? Ni Newton, ni Einstein siguieron métodos científicos a priori, sino que los crearon a la medida de los problemas que investigaban, previo planteamiento (formal o informalmente, explícita o tácitamente).
Los profesores talibanescos nunca nos han presentado por escrito eso que llaman “método científico”. ¿O no está escrito? Es importante la discusión sobre estos menesteres, porque puede desbloquear esta actividad que está bloqueada hace tiempo, tanto que parece natural o normal que así sea. Y también es consecuencia de la extrapolación metodológica aludida. Eso impide el desarrollo más fluido en las investigaciones de aprendizaje de los novatos en derecho, que les producen innecesariamente sangre, sudor y lágrimas, cuando hay que promover más bien la investigación con un proyecto simple y sencillo, promoviendo la adecuación del método al objeto, es decir sin que eso signifique menos rigurosidad, menos disciplina, sino mayor razonabilidad, mayor consistencia. Ser racional es adecuar los medios al objeto o finalidad que se espera. Seamos pues racionales hasta ese punto.
El despegue de la ciencia moderna se explica porque algo digno de repensarse ocurrió en el Renacimiento europeo: una profunda fractura histórica que se había preparado desde siglos atrás (quizás desde Las Cruzadas). La Europa cristiana consolida su apropiación del mundo greco latino en la Baja Edad Media, gracias a la laboriosa e inteligente actividad de moros y judíos hispanos. Se diría que entre el siglo XI y el s. XV el hombre occidental reaprendió a pensar a partir de sí mismo, mirándose a sí mismo y a su entorno, a través del derecho, a decidir y gobernarse por sí mismo. Crea a la vez un nuevo mundo, una nueva era (mundial, global) y con el sentido de individualidad, un novísimo sentimiento se desarrolla: la importancia y el valor del individuo y de lo nuevo, de la renovación, del cambio, que pasó de ser un disvalor a ser un valor. También una cierta pérdida de fe en todo tipo de dogmas, de prejuicios, de verdades de cliché; duda religiosa, metafísica, filosófica, físico espacial. Y una especie de sentimiento inédito de soledad cósmica, resultado de la sospecha de estar solos aquí abajo.
El hombre moderno es el que va a plantear problemas, desarrollar la economía, la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura modernos. Todo ello a través de esa novedosa ocupación que van a representar los ejemplares casos de uomo universale, como Leonardo, Galileo, Spinoza, Cervantes, Maquiavelo, Erasmo, o Pico de la Mirándola: la investigación. Que después de muchos siglos alguien se atreva a decir, como Copérnico, que la tierra no es el centro del universo porque no hay centro, le cambia la visión del mundo a cualquiera. Justamente porque lo que ha hecho cambiar la visión, cosmovisión, concepción del mundo y de la vida del hombre moderno. Son cambios en la visión física del mundo de los grandes físicos, como Galileo, que cambia la cosmovisión del hombre europeo. . Pero a nosotros no nos ha llegado la modernidad aún plenamente, porque no tuvimos ni Renacimiento, ni Reforma, ni Ilustración, ni Empirismo, ni Pragmatismo, etcétera. Todo lo que modernizó a Europa después del descubrimiento, conquista y colonización de América, hito fundamental en ese proceso.
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