Raúl Mendoza Cánepa
Hablando de Alzheimer
La vejez: un estigma y una enfermedad mortal
La vejez: un estigma y una enfermedad mortal
Está mal que se asuma que cumplir setenta años descalifica a un catedrático, cuando muchos de mis grandes maestros superan tal edad. Si setenta años es el límite entre la lucidez y la nebulosa, tendríamos que prohibir que los gobernantes y legisladores sean septuagenarios. El impacto de una ley o de un acto de gobierno es mayor que el de una clase universitaria.
Es obvio que jamás propondría este columnista límite alguno para nadie, recuerden si no la sabia lucidez de Luis Alberto Sánchez, la de Roberto Ramírez del Villar, la de Mario Polar Ugarteche en el Parlamento, y la lista sigue. Pero no iba por el dislate (no lapsus, como leí) del congresista Bienvenido Ramírez sobre la edad, el Alzheimer y la lectura, sino por el drama de una enfermedad que solo atrae la atención cuando se trata de la anécdota. Vale dejar al Congreso y al congresista Ramírez a un lado para ocuparse de un mal cuyo origen es difuso. Se asume como una carga genética, como una conjunción de causas y como un mal de raíz inespecífica. Más es lo que se sabe de su evolución y de su dramático desenlace, temas para los cuales ni el Ministerio de Salud ni el Seguro Social parecen estar preparados.
En realidad, nada es más temible que saberse presa del servicio estatal de salud, ese que se escenifica con camas en los pasillos, incidencia de enfermedades intrahospitalarias, déficit de infraestructura, colas inmensas, citas tardías y costos en medicinas difíciles de sufragar para el asegurado o interno. No obstante, pareciera que los funcionarios palaciegos poco saben de ese drama y persisten en unos juegos panamericanos destinados a dejarnos costos inútiles y elefantes blancos. Cuánta falta nos hacen, por decir, cinco sedes como el Rebagliati, pero poco importa.
El congresista Ramírez se refirió al Alzheimer con ligereza y por tal, esa enfermedad debería ser la clave de su misión legislativa en adelante. Porque el Alzheimer es una enfermedad trágica que destruye el cerebro del enfermo y la integridad psicológica de los parientes y los cuidadores. Quien tiene un ser querido en tal situación lo sabe mejor que nadie: la difuminación de la razón y de la memoria se sigue de una crisis in crescendo. El cerebro se desactiva, se apaga como una máquina; y al hacerlo inhabilita el cuerpo, con lo que se apareja la inmovilidad, las escaras profundas y múltiples, las neumonías, las infecciones recurrentes y el final que deja heridas en los que estuvieron al tanto y en los que se quebraron viendo irse a un familiar.
Uno de los aspectos más delicados es que el Alzheimer requiere de cuidados permanentes, las veinticuatro horas con enfermeras especializadas y alternas. Quien no cuenta con un seguro privado o institucional, una pensión o una pequeña renta, no puede “darse el lujo de una enfermedad” que multiplica sus males cuando se es pobre; porque uno no se debe enfermar sino de lo que puede, y el problema es que la incidencia del Alzheimer crece por alguna razón. Actualmente se calcula en 250,000 personas con esta enfermedad en el Perú. Crece cada año en alto porcentaje, pero probablemente es escaso para los que poco les importa mientras no les toque a ellos o a los que aman. Una larga agonía, irreversibilidad y padecimientos que no tienen la opción de una cura, además de paliativos de retraso. El daño afecta al enfermo, pero devasta a la familia.
Es verdad que el espectro de enfermedades antes las cuales el sistema de salud es deficitario es amplio. Los privados exigen costos que el peruano promedio —informal, no asegurado— es incapaz de cubrir. La edad es un factor de incidencia, pero los privados no aseguran a los mayores, les espanta. Pareciera que a quienes superan los setenta hay que abandonarlos en las explanadas de hielo como hacen los esquimales con sus viejos. En el Perú no hay que estar enfermo para ser desahuciado; el testimonio de ancianos me indica que ellos, ya por tales, están socialmente desahuciados en un país en el que la vejez, cuando no es un estigma temprano, es una enfermedad mortal.
Raúl Mendoza Cánepa
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