Octavio Vinces
Gustavo Adrián Cerati (1959 – 2014)
La incontestable vigencia de la máxima estrella del rock argentino
Estadio Nacional, 9 de diciembre de 2007. Durante la última fecha en Lima de la gira «Me verás volver» de Soda Stereo un generador de energía colapsa en plena ejecución de Texturas, el notable tema con el que finaliza Dynamo, el sexto trabajo que la banda publicó en el año 1993. Los músicos se ven atónitos sobre el escenario. En la arena apenas unos breves cuchicheos logran cortar el mayoritario silencio. Luego de unos segundos —tal vez un minuto— el problema es solventado, y Cerati y compañía reanudan una actuación notable.
Fue este un instante mágico, una especie de paréntesis o vacío que evocaba un paisaje lunar. Creí recordar que casi dos décadas atrás había leído en alguna revista argentina (tal vez la legendaria «Pelo», acaso la más moderna «Rock & Pop») una entrevista en la que Gustavo Cerati afirmaba que no sería extraño que en algún momento Soda Stereo grabara su particular The Dark Side of the Moon. Semejante referencia apuntaba, sin duda, al papel que la banda tenía proyectado jugar dentro del espectro amplio que el rock argentino ya tenía para mediados de la década de los 80.
Sin ánimo de soslayar el aporte de un par de músicos que se salían del molde —el baterista Charly Alberti siempre más espectacular que Zeta Bossio, un bajista en todas las de la ley, incluso en su estudiada actitud low profile—, el fenómeno musical de Soda Stereo puede ser entendido como el producto de la inagotable creatividad de Cerati. Y también de su innegable sentido de la oportunidad. El surgimiento de Soda Stereo significó un punto de inflexión en la historia del rock argentino, con efectos jamás vistos en Hispanoamérica, donde nunca antes un grupo de rock había tenido semejante trascendencia dentro del mainstream de la música popular.
Gustavo Cerati logró, como ningún otro músico antes, dejar atrás algunos de los grandes paradigmas sobre los que se venía desarrollando el rock argentino a partir de la década de los 60, y que encontraron su consolidación en los años inmediatamente posteriores a la Guerra de las Malvinas. En primer lugar, la denuncia social y el espíritu de protesta tan bien retratados en temas como Confesiones de invierno —esa especie de himno al «existencialismo adolescente» que encarnaban Nito Mestre y el primer Charly García—, o Todas las hojas son del viento, del legendario Luis Alberto Spinetta. También la fusión con el folklore representada inicialmente por Piero o León Gieco, y repotenciada en los 80 a partir de la «corriente rosarina», con músicos e intérpretes tan importantes como Juan Carlos Baglietto, Rubén Goldín, Silvina Garré y el joven Fito Páez. Y, finalmente pero no menos importante, la corriente barriobajera y contestataria del Heavy Metal local, con Norberto «Pappo» Napolitano como figura indiscutible.
En aquel contexto Soda Stereo apostó por la sofisticación musical, la libertad irrestricta en las temáticas de sus canciones y las estudiadas puestas en escena. Y fue este programa, también aplicado por el propio Gustavo Cerati en su carrera como solista, lo que nunca le permitió encasillarse en algunas de las fórmulas que le habían dado éxito. Fue así que durante el momentáneo apagón en medio del concierto, pensé que Dynamo tenía que ser el trabajo que Cerati proyectaba en aquella vieja entrevista. Por críptico, enigmático e indefinible.
Es cierto que los caminos de Pink Floyd y Soda Stereo son difícilmente equiparables. Sin embargo, en ambos casos El lado oscuro de la luna dejó de ser el mero título de un disco para transformarse en la metáfora de una peculiar actitud artística: la de la música popular que no renuncia a la complejidad ni al virtuosismo. Con su incontestable vigencia a través de los años, la obra de Gustavo Adrián Cerati se habrá de convertir en un hecho incomprensible. Una especie de antinatural fenómeno de masas.
Por Octavio Vinces
(09/09/2014)
COMENTARIOS