Juan C. Valdivia Cano

Garcilaso en el colegio (III)

El problema existencial del gran escritor peruano

Garcilaso en el colegio (III)
Juan C. Valdivia Cano
01 de marzo del 2023


Podemos no estar de acuerdo con el Inca Garcilaso con respecto a su visión sobre el mestizaje u otros, pero no negar que él no  apuesta por la occidentalización sino que se sabe y se siente occidental. Esto significa que asume sin complejos su predominante  hispanidad, que no  encuentra incompatible  sino complementaria con la indigenidad, de la cual, como lo manifiesta más de una vez, se siente también muy orgulloso. Pero él se sabe  occidental; es decir, que su lengua, su religión, su estructura mental, el derecho, son greco latinos y cristianos. Que no se puede ser cristiano  y no ser occidental a la vez.  

Hay un problema existencial en él, sí: la búsqueda de  reconocimiento ,  de su rango y sus derechos como  “hijo del capitán español Garcilaso de la Vega, de ilustre abolengo en las letras y en las armas”, gracias a quien, dicho sea de paso,  el Inca pudo gozar de una excelente educación  en el Perú y en España, tan  completamente occidental  que  hasta  olvida el quechua ( contra su voluntad)  en el que era un experto en su  primera juventud. Pero  como felizmente no lo carcome el bicho de la culpa,  lo cuenta todo en La historia de la Florida.

Al ocuparse de un español que participó en la conquista, Juan Ortiz, que estuvo cautivo durante diez  años entre los indios, los cuatro primeros   torturado y  muy mal tratado, el Inca cuenta :  “Porque con el poco o ningún uso  que entre los indios  había tenido de la lengua castellana,  se había olvidado hasta  pronunciar el nombre de la propia tierra, como yo podré decir también de mí mesmo que por no haber tenido en  España con quien hablar mi lengua natural y materna  que es la general que se habla en todo el Perú, aunque los  incas tienen otra particular  que hablaban entre ellos entre sí unos con otros, se me ha olvidado de tal manera que, con saberla   hablar tan bien y mejor  y con mas elegancia que los mismos indios que no son incas, que son los que mejor y más apuradamente hablan por haber sido lenguaje de la corte de sus príncipes y haber sido ellos los principales cortesanos, no acierto ahora a concertar seis o siete palabras en oración para dar a entender lo que quiero decir, y más que muchos vocablos  se me han ido de la memoria, que no sé cuáles son  para nombrar en indio tal o tal cosa”.

Aunque es verdad que, si oyese hablar a un inca, le entendería todo lo que dijese y, si oyese los vocablos  olvidados,  diría  lo que significan: empero, de mí mesmo, por mucho que lo procuro,  no acierto a decir cuáles son. Esto he sacado por experiencia por el uso o descuido  de las lenguas, que  las lejanas se aprenden con usarlas y las propias se olvidan no usándolas".  Tal vez sea Garcilaso el primer y último peruano que ha usado la palabra “indio” sin ninguna connotación peyorativa ni complejo de inferioridad: “nombrar en indio tal o tal cosa”.  Y si algo fue decisivo en su vida  y en su increíble destino, fue  el lenguaje. Inicialmente contra su voluntad el Inca se quedó en España desde los 21 años hasta que murió cerca de los ochenta  (estaba gestionando su permiso para viajar al Perú, que no prosperó).  

Su opinión sobre España no ha sido afectada por la “Leyenda Negra”, que  recién empieza a gestarse en su época y no alcanza todavía la difusión de los siglos posteriores. Él percibe al Perú como suyo, pero con cierta inocencia que no es ingenuidad infantil sino ausencia de complejos, de odio, de resentimiento. Garcilaso emana  generosidad y empatía por todas sus señas de identidad, aún cuando no lo hubiera dicho  expresamente. Pero lo ha dicho más de una vez.

 

¿Garcilaso Inca de la Vega, primer criollo?

Eso creía por lo menos Luis Alberto Sánchez (LAS) y así se llama un libro suyo: Garcilaso Inca de la Vega, Primer criollo (Editorial Pachacutec,1993) . Pero uno puede revisar todo el  agradable libro y no encontrar una razón para llamar “criollo”  a Garcilaso Inca. “Criollo” significa  en la imaginación social  y entre los entendidos —y nadie lo contesta—  padre y madre españoles nacido en Indias, y además   tiene una connotación racista, porque significa, así mismo, “blanco” o “blanqueado”. Los mestizos nunca han sido considerados criollos  y,  por eso, eéstos  los consideraban “menos iguales” que ellos. 

Ricardo González Vigil y Max Hernández recuerdan en un excelente programa televisivo dedicado al Inca Garcilaso, que en la colonia la palabra  mestizo tenía un  sentido claramente peyorativo (no ha cambiado mucho). Un mestizo era un “chusco”, es decir, un hibrido no logrado, no cuajado, no concluido, un “cholo”  (como el Perú entero). Sin embargo Garcilaso de la Vega, el arquetipo del mestizaje hispanoamericano plenamente realizado, se honraba  en él y  se lo aplicaba  a sí mismo y lo pregonaba  “a boca llena”, como  decía él  ¿Por qué llamarle “primer criollo”? 

Claro que habría que saber qué significaba para Luis Alberto Sánchez la palabra “criollo”, qué sentido específico le daba él. Teníamos entendido desde  el colegio, por el diccionario, que “criollo” era el hijo de españoles nacido en América, el blanco  no español, no el mestizo,  aunque eso sea sólo con los criterios racistas  de la etnia y el color de  la piel cuando se les prioriza,  porque  en realidad  todos los peruanos somos cultural o espiritualmente mestizos. Y eso es lo que determina,  decide y manda :  el espíritu o la cultura, los paradigmas o la cosmovisión, la ideología en sus dos sentidos.  El mestizaje es ante todo y sobre todo un problema cultural y se puede prescindir de la etnia y el color.  Como dijo Uriel García, el español que vino a América y se quedó a vivir se hizo mestizo. Y con cultura  me refiero a la lengua, la religión, la estructura mental, el derecho, el arte,  etc.

¿Por qué “primer criollo”? Lo pregunto  porque él mismo sostiene  simultáneamente  que Garcilaso es  “el primer mestizo peruano,   nuestro primer cholo, nuestro primer descielado  —según  Unamuno lejos del propio cielo—   es también un hijo del  exilio”.   No sé  cómo  conjugaba   don Luis Alberto lo de “primer criollo” con “primer mestizo”, no  queda claro y distinto en su libro. Se tendría  que forzar demasiado el sentido de la palabra “criollo”  para que el concepto se ajuste a la vida, cuerpo, espíritu y obra del “primer mestizo peruano”. 

El libro es ameno  y revela un rico conocimiento de la historia peruana y transluce  la buena  documentación y  erudición, aunque no haga ostentación de ella, y eso porque felizmente  no adopta la  forma académica o  “científica”, muchas veces tediosa,  sino la literaria. No es ni siquiera un ensayo libre sino algo que funde  sin confundir  las verdades históricas con los  recursos de la imaginación,  situándonos ante una  fructífera  conjunción. La historia deviene narrativa. Una narrativa  asentada en la historia peruana realmente existida y en una oportuna y consistente  ficción.  ¿Dónde termina una y donde comienza la otra?  No parece tan  importante como el conjunto de la obra.   Y eso mismo ocurre con Garcilaso: su “método histórico” no rehúye el recurso a  la literatura porque es su recurso , que en esa época empieza a usar el lenguaje llano,  el lenguaje común y corriente que se habla fuera  del mundo académico. 

Así LAS  nos presenta, por ejemplo,  al padre de Garcilaso (y a su madrastra Luisa Martel)  y el ambiente juvenil  en el que se crio,  en un contexto integral que sólo es posible expresar por la literatura, los hechos pueden o no ser reales:  “El 13 de noviembre de aquel año de gracia de 1552 realizábase la ceremonia  matrimonial  de don Alonso de Loayza,  sobrino del Arzobispo de Lima y del  Cardenal de Sevilla, don García, que fuera presidente del Consejo de Indias, con doña María de Castilla, hija de Nuño Tovar, teniente de Soto y nieta del Conde de la Gomera (…)  Desde lo alto de un murallón de piedra, el Inca Garcilaso atisbaba la escena. Iban y venían los criados, vestidos de mil colores. Hasta la cima del muro llegaba un  rumor  confuso de conversaciones y risotadas (…)   Por la noche, para festejar el casorio, los padres de doña María invitaron a una cena feérica  en la suntuosa casa que ocupaban. Solícitos criados hacían circular  vinos generosos en garrafas  de plata maciza, viandas suculentas en azafates  también de plata; los pebeteros ardían  esparciendo  en la atmósfera perfumes raros (…) El capitán Garcilaso y su mujer, doña Luisa Martel, asistieron lujosamente ataviados y llevando consigo al mestizo…”

Como se puede ver, no tenía mucha   vergüenza el capitán Garcilaso de la Vega  de presentar en sociedad al “mestizo”, al hijo que dio nombre de Gómez Suarez de Figueroa (el mismo nombre de su tío de alta alcurnia)   y  de afirmar su paternidad de hecho,  aunque fuera por  puras razones egoístas,  sobre todo tratándose de tan tremebundo acontecimiento social.  Escenario  imposible entre los puritanos de las colonias norteamericanas, por ejemplo.  Comparación que quiere resaltar la apertura para el mestizaje de los conquistadores, opuesta al prejuicioso y escrupuloso asco racial de sus pares del norte.

Garcilaso padre no fue el único que tuvo hijos en Indias.  Aunque no en condiciones de igualdad, por supuesto, que vendría  varios siglos después, pero tampoco a partir de la violencia solamente, como en el caso de los conquistadores más conocidos o famosos que se enamoraron y convivieron (Cortes, Pizarro, Lope de Aguirre o el capitán Garcilaso de la Vega, con la princesa Chimpu Ocllo, madre del Inca ).  No todo fue violación.

En medio  de una serie de posibles sentidos, interpretar a Garcilaso, como se puede ver,  es un problema de valores y valoraciones. En este caso don Luis Alberto  se pone determinista y quiere explicar toda la obra,  la vida y  la temática  del Inca por sus afanes y angustias de reconocimiento jurídico y económico (títulos y  herencia a los  que se creía con derecho).  Es casi la imagen de un resentido  que escribe por la herida , aunque no utilice el término felizmente.  Sin embargo, Garcilaso es para LAS,  textualmente,  víctima de una “espantosa mutilación espiritual”, afectado por “la soledad, la bastardía, el menosprecio del mundo paterno y la melancolía de su chafado  linaje  materno de imperial estirpe…”, según él. En suma, “un mutilado espiritual”.  

Es una visión peyorativa,  injusta y desproporcionada. No encontramos en el libro  razones  que justifiquen a Luis Alberto Sánchez cuando intenta  explicar la vida,  la obra, el estilo y la temática del Inca Garcilaso,  solamente  “por la espantosa mutilación espiritual”   que el supone,  en la hipótesis negada que hubiera habido “mutilación espiritual”. Se puede mostrar exactamente lo contrario: que no hubo ninguna “mutilación” sino más bien plenitud espiritual, cuya mejor prueba es el tono de su obra y su genio expresivo. No hay  odio ni resentimiento alguno, sólo reconocimiento del valor de las dos culturas  a las que pertenecía. Garcilaso fue todo menos un rebelde. La “mutilación espiritual” o el resentimiento es incompatible con la creatividad y la afirmación de sí. 

En cuanto a su vida, uno puede imaginársela teniendo en cuenta la fortuna que  se evidencia en  las buenas  cantidades de dinero que dejó  a diversos parientes relacionados y amigos.   Su vida fue más bien holgada y no tuvo necesidad de trabajar  (y así cualquier ser humano normal tiene la mitad de la felicidad y con mayor razón un hombre de carácter e inteligencia poco común) Parece  propio del genio aprovechar todas las circunstancias vitales, favorables y desfavorables,  para cumplir bien su destino:  un predestinado.

Y aunque los deterministas tuvieran razón y toda la obra del Inca mestizo se explicara por la neurosis sucesoria, eso también mostraría que una obra genial puede ir más allá de las supuestas tristes condiciones humanas que la gestaron,  y que el autor se sobrepuso olímpicamente a ellas por la salud, la limpieza, la serenidad que transmite su franca y  lúcida  escritura. Pero basta con mostrar que Garcilaso no encaja por ningún lado en la categoría de resentido, entonces todo  determinismo se desbarata.

No se comprende el disimulado ninguneo de Luis Alberto Sánchez: explicar toda una  vida y una  obra genial por las angustias o neurosis de una conflictiva herencia (sin negar su influencia). Porque si Garcilaso no es un resentido ¿qué reproche  queda?  ¿qué cosa le achaca LAS? ¿Sería incorrecto   demandar reconocimiento jurídico o derechos,  cuando uno cree merecerlos de  buena fe?  ¿No merecía Garcilaso  esos derechos y  ese reconocimiento? ¿Es reprochable que un  ser humano reclame la herencia que cree le corresponde, sobre todo cuando le corresponde?  ¿que se angustie por las injustas negativas del poder judicial español? ¿Culpa LAS a Garcilaso de no haber sido feliz?  ¿No habría que juzgarlo por sus obras, como a cualquier prójimo?  Sólo necesitó tres libros (uno tan voluminoso que podría ser varios: la segunda parte de los Comentarios) para mostrar lo que podía hacer en español.

Pero si no fue feliz, todo indica que en general su vida fue serena, sensata, inteligente y creativa. Pero, además, podemos preguntar:  ¿se puede creer  que un hombre que se preparó tanto para escribir, que empezó a hacerlo  a los sesenta años y que llegó a escribir como él escribió, no haya saboreado los goces y placeres de la escritura?  ¿Escribir no es y ha sido una forma de felicidad para algunos seres?

Juan C. Valdivia Cano
01 de marzo del 2023

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