Juan C. Valdivia Cano
Garcilaso en el colegio (II)
Una aproximación a la obra literaria del primer escritor mestizo peruano
Los ejemplos del elogio o reconocimiento al carácter del conquistador, como el que hace de pasada y directamente al comienzo de la historia en relación a Hernando de Soto (“un varón tan heroico”) no niegan conductas reprobables y otros muchos y variados matices en sus juicios y descripciones de los hombres que el Inca jamás oculta y los ejemplos son reiterados: la descripción histórica y el juicio de valor. Así culmina, sin embargo, ese comentario a la muerte del conquistador y gobernador de la Florida: “Dije semejantes casi en todo, porque estos españoles son descendientes de aquellos godos, y las sepulturas ambas fueron ríos, y los defunctos las cabezas y caudillos de su gente, y muy amados de ella, y los unos y los otros valentísimos hombres, que, saliendo de sus tierras y buscando donde poblar y hacer asiento, hicieron grandes hazañas en reinos ajenos”.
“Un varón tan heroico” y “valentísimos hombres” y “grandes hazañas” no son calificativos que se conjugan con la “Leyenda Negra”, por lo pronto. Y quien lo acuse de pro hispánico, conservador o pasadista, que recuerde que un espíritu revolucionario, como el de José Carlos Mariátegui, también veía las cosas de manera muy semejante: “Garcilaso nació del primer abrazo, del primer plexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer peruano, si entendemos la peruanidad como una formación social determinada por la conquista y la colonización española”. Habla también de la “grandeza española”.
Y por eso decía: “que cerca estaremos de la España de Unamuno, de la España revolucionaria, agónica, eternamente joven y nueva”. De aquí pueden derivar muchas preguntas y habría que hacerlas. Pero el Inca no se ocupa solo de los más famosos y destacados conquistadores. Así, respecto a una misión puntual encargada a dos españoles que participaron en la conquista de la Florida, Juan López y Gonzalo Silvestre, a quienes no se puede calificar de famosos (salvo por la obra de Garcilaso que probablemente los sacó del anonimato total)
En la Historia de la Florida se puede leer esta opinión del autor: “En lo poco que de estos dos españoles hemos dicho, y en otras semejantes que adelante veremos, se podrá notar el valor de la nación española que, pasando tantos y tan grandes trabajos, y otros mayores que por su descuido no se han escrito, ganasen el nuevo mundo (…).” No se refiere solo a algunos conquistadores sino a “la nación española”. Ni rechazo, ni resentimiento, ni odio a España, como se puede ver. Y en otra parte agrega: “Por esto poco que hemos contado que pasaron en esta breve jornada, se podrá considerar lo que los demás españoles habrán pasado en conquistar y ganar un nuevo mundo, tan grande y tan áspero como lo es de suyo, sin la ferocidad de sus moradores, y, por el dedo del gigante, se podrá sacar el grandor de su cuerpo...” Nobleza y resentimiento, por lo demás, son polos extremos que no se tocan. Y ya se dijo que el Inca de la Vega es doblemente noble, lo que no significa “buena gente” o “bonachón” ni mucho menos sino un espíritu productivo, constructor y creador. Eso emana de su obra y no odio. Es un hombre del Renacimiento, el primer escritor moderno americano.
Garcilaso Inca recibe y quiere recibir su herencia completa, que no se limita, por supuesto, a los conquistadores. El reconocimiento de su propia nobleza empieza por el reconocimiento de la nobleza de su herencia incaica, en un sentido que él aclara cuando se auto titula Inca y cuando distingue “nobleza” de “caballería”. No pudo haber indios caballeros, pero sí nobles: “ese nombre caballero en los indios parece impropio porque no tuvieron caballos, de los cuales se dedujo el nombre, mas por lo que en España se entiende por los nobles, y entre los indios los hubo nobilísimos, se podrá también decir de ellos…” Hay una lengua garcilasista, y también una ética garcilasista, en la cual la etnia o la sangre no son decisivas: una idea aristocrática y democrática a la vez, como la de otros grandes peruanos. La democracia como preocupación apasionada por el conjunto. La nobleza como auto exigencia.
La capacidad de contar, que es motivo de placer y contento para el lector de Garcilaso adulto intelectualmente, se encuentra indiscerniblemente vinculado a la rica cultura que el primer autor de las letras hispanoamericanas expresa sin ninguna ostentación. A lo largo de varias décadas y tal vez compensando sus vacíos académicos, jamás descuidó su buena formación humanista, que incrementó en cantidad y profundidad en los cincuenta y seis años vividos en la España del Siglo de oro. Basta con tener en cuenta el carácter de su primera obra, la traducción de Diálogos de amor de León el Hebreo (Judah Abarbanel), para darnos una idea de en qué andaba el Inca, además de sus preocupaciones sucesorias. En sus narraciones históricas se trasluce esa sabiduría, un poco oculta en el enorme talante literario, que disimula casi completamente la erudición, poco reconocida a su vez.
Creo que el olvido de Garcilaso tiene que ver con el estigmático empeño peruano en ignorar o ningunear completamente a varios de sus grandes seres humanos en el pasado cuando no son ni piensan como ellos, en la imposibilidad de comprenderlos e identificarse con ellos: lo que a su vez tiene que ver con la mala educación, la baja estima nacional, pero también las ideas indigenistas en su vertiente popular y las de la izquierda cristiana. En el fondo, problema de valores encontrados. Las Iglesias santifican al hereje, aunque no sea iglesia religiosa. Así se neutralizan eficazmente sus efectos subversivos. Y ni se diga de la ideología conservadora de tufo oligárquico, que nunca ha querido saber nada con el pensamiento revolucionario (Gonzales Prada, Mariátegui, Vigil). Dicho olvido tiene que ver directamente con los profesores de historia que probablemente no aman la historia y, sin embargo, tienen que enseñarla porque de algo hay que vivir. ¿Cómo podrían enseñar a amarla?
Reconocido o no conscientemente, el indigenismo como ideología (como falsa conciencia) se ha extendido a las capas populares peruanas, que difícilmente entenderían y más difícilmente aun aceptarían la posición del Inca Garcilaso frente al mestizaje, si la conocieran. Y menos aún se identificarían con su opinión y consideraciones acerca del conquistador español, a pesar de su justicia y veracidad y los variados ejemplos históricos que ofrece a través de su narración y de los variados matices en sus opiniones, según las versiones o tipos de conquistador y en sus diferencias y nuances.
Algunos de los conquistadores se aproximaban a la estructura mental del último hombre medieval, otros parecían más bien los primeros hombres modernos, como el capitán Garcilaso de la Vega, padre del Inca mestizo, que fuera uno de los conquistadores mejor educados que llegó a América. Y, entre ambos extremos, esos diversos matices. Procreó un hijo que creó una gran obra. Importa mucho más el valor intrínseco de esa obra y no lo que no parece que importe mucho el valor intrínseco de la obra, sino lo que representa en el escenario de las relaciones de fuerza político sociales de la coyuntura. Es otra cuestión de poder y de ideología que se niegan como tales.
Por eso se ha impuesto socialmente una visión distinta e incompatible con el punto de vista y la cosmovisión del Inca Garcilaso respecto al mestizaje y la imagen de los conquistadores, que resalta claramente en esta divergencia. Habría que hurgar en las diferencias respecto al valor de los conquistadores. Las bien fundadas opiniones positivas de Garcilaso de la Vega sobre ellos abundan, sean famosos o no. No hay como negarlo si se lee su obra. ¿Qué valores se juegan y quiénes compiten en tan significativa disyunción?, ¿qué representa la aleccionadora divergencia?
En nuestra hipótesis Garcilaso veía y sentía la realidad histórica con suma lucidez y calma, entre otras razones, por su alto nivel educativo , por su genio intelectual y porque en su perspectiva no había resentimiento, rechazo u odio o complejo de inferioridad frente a su fuente de identidad más decisiva, la hispana (ni a la incaica, ya se dijo) no estaba obnubilado por el re sentimiento, como ocurre ahora con el indigenismo que se ha convertido en parte del subconsciente colectivo peruano: la “Leyenda Negra” se complementa y deviene indigenismo “pop”.
¿Podría estar resentido el Inca hispano –que no es lo mismo que estar enojado con la burocracia judicial española de la época– con la holgada, larga y rica vida espiritual y material que vivió? ¿No tenía una caballeriza de finos caballos en Montilla? ¿no dejó una herencia material más o menos cuantiosa? Y a pesar de los relativos fracasos judiciales o administrativos, en el trámite de reconocimiento de “las mercedes que le correspondían por los servicios de Garcilaso (su padre) y la restitución patrimonial de la Palla Chimpu Ocllo”, su madre, nieta de Túpac Inca Yupanqui, prima de Huáscar y Atahualpa. El Inca no inventaba sus derechos, todo indica que los tenía. ¿Quién está feliz cuando no se le reconocen sus derechos?
Hemos dicho en otra parte respecto del resentimiento que se trata de un boomerang letal. Un odio que puede tener su origen en la realidad o en la fantasía, en el delirio o la ficción, en una mentira o en una leyenda, pero que puede tener efectos de verdad más potentes que la verdad “objetiva” misma.
Es castigo y odio a uno mismo, auto venganza. Hay gente que no siente que vive si no sufre (Spinoza). Es una pócima que debilita y paraliza, que bloquea la creatividad y todo cambio renovador. Ejemplo mayor: el resentimiento anti hispano y una suerte de vergüenza por lo andino, a pesar del discurso indigenista. Si tenemos en cuenta que se trata de nuestras raíces básicas de identidad, las consecuencias tienen que revestir una gravedad equivalente a su importancia.
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