Juan C. Valdivia Cano
Fragmentos de un mestizaje inconcluso (I)
La historia peruana está signada por el resentimiento
Introito
Estos fragmentos no aspiran a un desarrollo orgánico o sistemático; se vinculan entre ellos por insistencia o repetición. Es cierto que las repeticiones no gustan mucho, pero por lo menos significan. Y lo que se busca en todo esto son significaciones. Una de ellas, por ejemplo, es que aquí no interesa tanto la identidad como la salud. Peor que estar enfermo es ser una enfermedad. Es grave que una sociedad se corrompa; pero que una sociedad no sea una sociedad es más grave todavía, decía Ortega Gasset. Se reconoce de buena gana la subjetividad del enfoque. ¿Cómo evitar que estos fragmentos sean expresión de la historia de un sujeto, que, además, no tiene aspiraciones científicas? Su meta no es la objetividad, si se la entiende como el reflejo lingüístico de unos hechos, independiente del sujeto. Ni a la verdad, si sólo es “la solidificación de viejas metáforas”, como dice Borges.
Se intenta emular a un escenógrafo, modestia aparte, que hace un montaje con algunos elementos mínimamente indispensables. El padre Bartolomé de Las Casas, por ejemplo, queda aparentemente mal parado cuando aparece en escena. Pero sólo desde cierto punto de vista: de Las Casas fue una especie de primer izquierdista en América (identificación con un grupo social desvalido e igualitarismo a ultranza), y eso en el siglo XVI es un rasgo de genialidad – así como en 2003 pura obsolescencia. Lo cual no contradice el hecho que su discreto compañero de orden, Francisco de Vitoria, haya visto más lejos.
Por otro lado, la polémica con la historiadora María Rostworowski Rostworowski no excluye la admiración por su labor (en el frente ideológico solo es fructífera la lucha frente al contrincante más importante). Aquí solo se polemiza con una frase suelta, no con una obra que se considera ejemplar. Y lo mismo puede decirse de los demás autores citados. No olvidamos las demás culturas que con igual derecho conforman nuestra ecuménica identidad. Tampoco que desde hace algunas décadas toda esa herencia se ha fundido mucho más. Pero el Perú es parte de la cultura hispana que es predominante -no única- en tanto y en cuanto el conquistador impuso su cultura que ahora es la nuestra.
No se habla desde el punto de vista de la especialidad. Es el punto de vista de un peruano de carne y hueso y alma mestiza, con su propio lenguaje, con sus propias “claves existenciales” (Kundera) con su propio mestizaje. De ahí el énfasis en la herencia hispano- indígena (“Hispano” quiere decir cristiano, moro y judío, entre otros. Lo “indígena” significa, sentimiento, afecto, pasión). Como peruanos (quiero decir como mestizos) hemos nacido hace casi quinientos años junto a la modernidad (burguesa y capitalista, técnica y materialista, democrática y liberal…). Sin llegar a ser hasta ahora propiamente modernos, hemos accedido a la modernidad más por sus males, aunque también por beneficios relevantes.
Hemos echado raíces en una cultura colonial, formalista, dogmática, oscurantista, etc., es decir, pre moderna, que se aferra al pasado y la tradición, pero quiere ser moderna. Luego, si la modernidad ha muerto traicionada en sus propios principios, por sus propios representantes, desde el bombardeo nuclear sufrido por la nación japonesa, tal vez estemos listos para aprovechar nuestra juvenil vitalidad y nuestra negativa modernidad, para ir más allá de ella en busca de un destino más saludable.
Uno
Cajamarca, 16 de noviembre de 1532. En el principio fue el poder. Su forma primigenia cultural o religiosa: Atahualpa y los suyos perentoriamente obligados a aceptar el credo occidental en el primer momento. No es ocioso recordar que el padre Valverde nos bautizó el mismo día que nacimos como peruanos –por coacción. “La jornada de la cruz” le llamaba el historiador Jean Descola autor de Les Conquistadors. De inmediato vino la violencia militar y seguramente la sexual: la espada y el falo. Era el designio. (Michael Foucault lo recuerda sin ironía en su último libro L’usage des plaisirs: “unos penetran y otros son penetrados”). No es poco dato si tomamos en cuenta algunas ideas del Dr. Freud, o la creencia japonesa según la cual los tres primeros años determinan el carácter. Máxime cuando se trata del día del nacimiento. Es obvio que no somos resultado de un “contrato social” –un acto jurídico sino de relaciones de fuerza, de poder –un hecho político, militar, religioso, sexual. ¿No ha sido así siempre? “El estado más antiguo apareció como una horrible maquinaria trituradora y desconsiderada y continuó trabajando de ese modo hasta que aquella materia bruta hecha de pueblo y semianimal no sólo acabó por quedar bien amasada sino por tener también una forma”, (así habló Nietzsche). ¿Cuál es entonces nuestro problema particular? Antes de abordarlo quiero dejar claro que aquí no hay ninguna antipatía pacifista por la fuerza. Sin ella nada grande hubiera sido posible; aunque sólo con ella no se hace nada que valga la pena.
Dos
En un artículo de El Mercurio de Chile, Octavio Paz no disimula cierta satisfacción por la derrota política de Mario Vargas Llosa en el Perú: recuperamos un gran escritor que, además, se ha librado de gobernar un país ingobernable, o casi. A pesar de las analogías culturales entre Perú y México, Paz encuentra una diferencia en el hecho que las clases populares peruanas no se han sacado el clavo de la ignominia, como las mexicanas con la Revolución campesina. Por el contrario, a los peruanos nos han hecho la revolución desde fuera, como se sabe. Jamás hemos hecho una por nuestra cuenta. Salvo excepciones, los grupos dirigentes se han opuesto más bien a ella. Por lo que se ve, ahora es tarde para revoluciones, en el sentido jacobino del término (el régimen de Fidel o el intento senderista, por ejemplo, ya son arcaísmos puros). Justo es reconocer que desde los años veinte Ortega y Gasset se anticipó proféticamente –contra su época– al ocaso de las revoluciones. Lo cual no niega la necesidad del cambio. Y el deseo de mejoría: la salud, sus relaciones. Solo sugiere que la política (la fuerza y sus usos) ya no es el medio privilegiado. No sirve de nada sin la imaginación, (olvidado el susurro de Fannon en Los condenados de la tierra:: “hay que crear, hay que crear...”). Pero el resentimiento es por definición la incapacidad de actuar, de imaginar y de crear justo donde se necesita. Y la historia peruana puede verse como una versión de la historia universal del resentimiento.
Tres
Ramón Sender, perspicaz escritor español, radicado varios años en México, nos sorprende cuando recuerda cómo logró dividir involuntariamente a los mejicanos en dos partes odiosamente antagónicas: cuates pro-Cortés y cuates pro-Moctezuma. El motivo: la publicación de Jubileo en el zócalo (1973), drama que se inspira en el detalle de la celebración del primer aniversario de la conquista de México, en presencia de Cortés, la Malinche y compañía. Dicha celebración consistió en una reproducción fiel y prolija de los hechos celebrados. Flora y fauna enteras fueron trasladadas al escenario para lograr la exactitud en la representación. ¿Cómo explicar la reacción de los actuales mexicanos? El ingenioso Félix Guattari decía que las subjetividades colectivas no son preclusivas sino transversales, lo que traducido del francés quiere decir: los muertos viven, colean, aman, odian y hablan a través de nosotros. Por eso, a pesar de los casi quinientos años de mezcolanza y mestizaje, no pocos hispanoamericanos viven los hechos de la conquista como si hubiera ocurrido el último fin de semana, identificándose disyuntivamente, (conquistados o conquistadores, españoles o indígenas, etc.). Por ejemplo, las encontradas posiciones respecto a la celebración del Quinto Centenario del viaje de Colón; las opuestas reacciones chilenas a la visita del rey Juan Carlos (por igual motivo), las viejas posiciones prehispánicas, los diversos pro indigenismos, o las posiciones de los especialistas: la búsqueda del Inca por el historiador Flores Galindo, el llamado de María Rostworowski a revisar la historia desde el punto de vista de las culturas andinas, etc. Un conocido especialista pone en práctica ese llamado y hace afirmaciones que no revelan cariño por la cultura hispánica, aunque las hace en español, se llama Luis Guillermo Lumbreras y su texto revela una educación tan occidental como la de un berlinés. Pero por el tono se diría un nostálgico quinceavo Inca: “...nuestros sabios `amautas´ fueron estigmatizados y perseguidos como brujos y pervertidos idólatras, nuestra técnica despreciada..., nuestras costumbres envilecidas y nosotros convertidos en siervos... Nosotros pudimos dominar la alpaca y la llama, la papa, la quinua, la kañiwa…”( Lumbreras, Luis. G. “Esbozo de una crítica de la razón colonial” en En qué momento se jodió el Perú: Milla Batres,1990). No digo que las afirmaciones sean falsas. Me llama la atención el punto de vista. ¿No es esto a lo que Fernando de Trazegnies le llama “el falso nosotros”?
Cuatro
“Mi misión es ver las cosas tal cual son. Todo lo contrario de una misión”. (E.M.Cioran: Confesiones y Anatemas).
Cinco
La singularidad de la conquista está en su imagen (si dejamos de lado sus inmensas proporciones y su importancia histórica). En la imagen que la época construyó con los juicios provenientes especialmente de la propia España. Fue la más satanizada y la única auto difamada. La conquista nació con leyenda incluida. Dos fueron las fuentes de la “Leyenda Negra”: una de origen europeo y otra de origen hispanoamericano. La primera ligada a la conquista española del reino de Nápoles y Milán en Italia (de ahí los despechados sarcasmos y estereotipos contra “il capitano spagnolo”), y en Alemania y Países Bajos, ligada al odio hacia los españoles en tanto bastiones del catolicismo y enemigos de la Reforma, que será asimilada por Inglaterra y el conjunto de los países protestantes europeos. España es para ello el soporte de Roma; luego del diablo, del vicio y la corrupción (Romano,Ruggiero, Les mécanismes de la conquête coloniale : les conquistadores. Année 1972). Es la época del Papa Alejandro VI, Rodrigo Borgia, (padre de César y Lucrecia). También hay que tener en cuenta el papel de España como Imperio mundial y los celos que suscita entre las novísimas y competitivas potencias económicas. La otra fuente son los exagerados informes del padre Bartolomé de Las Casas al emperador Carlos, en relación con lo que el dominico llamo “la destrucción de Indias” (aquí también se cumplió el verso de Bactrina del que habla Unamuno: “y si habla mal de España, es español”. El emperador se impresionó tanto con las escandalizadas quejas del dominico que “se mostró dispuesto a abandonar las Indias. Pero otro dominico, dotado de gran serenidad y mucha mayor solidez teológica y filosófica que Las Casas, lo disuadió: Francisco de Victoria, creador de las bases del Derecho internacional y catedrático de Salamanca, quien llegó a planificar con equilibrio el problema de los justos títulos de dominio y el de la guerra en América”, según el ponderado historiador chileno Jaime Eyzaguirre, quien concluye: “aunque generoso en su propósito, la pasión ensombreció a Las Casas, al punto de deformar con frecuencia los hechos y transformar el Derecho Natural, de doctrina verdadera para todos los hombres, en el derecho propio de una de las partes –los indios”( Eyzaguirre,Jaime Historia del Derecho. Editorial Universitaria,2006). Hay una gran resonancia entre esta opinión y la frase que apertura la Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges, como se puede apreciar: “En 1517 el padre Bartolomé de Las Casas tuvo mucha lástima de los indios que se extenuaban en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas y propuso al Emperador Carlos V la importación de negros que se extenuaran en los laboriosos infiernos de las minas de oro antillanas”.
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