Juan C. Valdivia Cano
Fragmentos de un discurso amistoso (III)
Una polémica sobre derecho y literatura
La teoría literaria nunca ha sido una metodología hecha y derecha, debido a su dinamicidad, a su apertura y heterogeneidad. Al respecto, B. Eikhenbaum, cita a A.P. de Candolle: «El peor, a mi modo de ver, es el que presenta la ciencia como hecha» (La teoría del “método formal”, “Theoríe de la litterature”, textos reunidos por Todorov, pag. 31. Collection Tel Quel. Seuil). Y Barthes dice algo semejante en “Le plaisir du texte” (según mi traducción) : «Tal vez haya llegado el tiempo de diferenciar lo metalingüístico —que es una adjetivo como cualquier otro— de lo científico, cuyos criterios son otros ( dicho sea de paso, tal vez lo propiamente científico resida en destruir la ciencia precedente)».
El mismo reproche dirige Willard Díaz, en general, “a profesores que hablan de personajes literarios como si de seres humanos se hubiese tratado, que explican y analizan cuentos y novelas como muestras de acontecimientos reales, que toman por ejemplos historias literarias para ilustrar fenómenos políticos o sociales”. Me pregunto después de leer frases como éstas: ¿Es que los personajes de ficción deben ser completamente irreales, falsos, inverosímiles productos del delirio del autor? ¿“La guerra y la paz no nos dice nada de la campaña napoleónica en Rusia? Otra vez aquí no sabemos con la precisión debida a quién y en qué caso concreto ocurre esto que se denuncia en general. Cita unos nombres (Rosa Núñez, Chávez y Chávez, Cornejo Polar, Víctor Vich, Nelson Manrique) pero no señala específicamente cuáles o en qué consisten sus pecados epistemológicos respectivos.
¿Por qué no se puede hablar de personajes como si de seres humanos se tratara?, ¿en todos los casos? ¿Qué hay de malo o problemático, por ejemplo, en la relación que Rosa Núñez establece entre El extranjero y el Derecho penal, aunque ella no se limite a eso? El asunto era, además, fundamentalmente ético jurídico, por tanto más amplio y comprensivo que lo puramente legal. Si la literatura es capaz de revelar cosas que las disciplinas especializadas no pueden, ¿por qué no utilizar ese poder de la ficción con objetivos extraliterarios, por ejemplo en vinculación con el Derecho?
Y también se puede dar la misma situación en otro tipo de ficción: el cine. Aunque se tenga claro que Filadelfia de Martin Scorsese es ficción cinematográfica y no la realidad (lo cual es desde ya discutible), cualquiera puede adoptar una posición frente al conflicto jurídico que es el tema del film (los derechos del sidoso) “como si fuera real”, porque este aspecto del film está tomado de la realidad jurídica anglosajona tal cual es, con todo su inseparable contexto ético existencial, etc, simplemente porque el director consideraba que ello convenía al film: la verosimilitud se alimenta de lo real. Y si queremos hablar de, o describir la familia jurídica anglosajona (la otra más importante en occidente) esa película es muy adecuada por su concreción (ficta) por así decir. La enorme calidad del director (Scorsese) y los actores (Washington y Hanks) la hacen ideal para una clase de derechos humanos o derecho constitucional.
La ficción se apodera de lo real para producir verosimilitud. Eso no la hace menos ficticia pero puede hacerla más “verdadera”. Parece valido como recurso artístico y, además, útil para los estudiantes de derecho como medio pedagógico y poderoso motivador y no niega la crítica y la consideración integral de la obra: Filadelfia como un caso judicial en un contexto tan concreto como la vida norteamericana, (concreto quiere decir con todas sus determinaciones). Y si el juicio al homosexual sidoso reproduce el sistema judicial norteamericano tal cual es, se puede aprender mucho más que leyendo el expediente respectivo, se puede conocer mejor el Derecho. Además, con un caso jurídico de estos (los derechos del sidoso) llegamos, como sugiere Kundera, al fondo mismo desde donde es posible la “recuperación del ser”. Ese film tiene que ver directamente con el sentido de la existencia y pone en cuestión el derecho mismo en su núcleo ético sustancial, y la moral establecida que condena prejuiciosamente al sidoso. Esa relación depende de los fines que cada uno se propone al vincular el arte con otra actividad extra artística.
No creo que alguien sostenga que el arte o la literatura deba ser sólo para literatos, escritores o profesores de literatura especializados en la materia, (aunque en el país haya algo de eso debido a la miserable escasez de lectura). Los fines o funciones de la literatura no sólo son teórico-académicos, lúdicos o gozosos; la literatura es también poderoso medio de conocimiento, independientemente de su carácter ficticio. ¿Se insinúa que los aludidos no perciben las sacras diferencias epistemológicas entre realidad y ficción? ¿Son los que asumen o consideran a los personajes literarios “como si de seres humanos se tratara”? ¿Por qué no se puede explicar y analizar cuentos y novelas como muestras o resonancias de acontecimientos reales? ¿Sólo hay una lectura válida posible? ¿Las demás son incorrectas? Ese “cómo si de seres humano se tratara” debe aclararse en la discusión. Ni en literatura ni en derecho se trata con seres humanos “de verdad”. Todo es interpretación, todo es representación mental y con esas representaciones trabajamos, no con los hechos crudos.
Hay quienes gozan con la literatura no sólo por el prurito de evasión de la realidad a un mundo de ensueños, sino sacando todo el múltiple provecho que una gran obra puede motivar o producir. ¿Acaso las finalidades de la literatura son sólo literarias? . La literatura suele ser en la educación mucho más eficaz que los manuales de sociología u otras especialidades; sobre todo cuando uno quiere dar una educación integral en referencia a la realidad integral, evocada a través de la inevitable mediación semi visible del lenguaje, cuando las especialidades son insuficientes o impertinentes por inevitablemente abstractas: la vargasllosiana verdad de la mentira, en suma. Esa verdad profunda es la que sirve a literatos y a no literatos, con consciencia o sin ella de sus efectos. Es la verdad de la literatura. Es el amor por “la verdad” del que ama la literatura porque se enriquece con ella.
Veamos un poco la relación con la historia, que también se alude en el comentario de Willard Diaz.. Historia, se dice en el colegio, es el recuento o la descripción de los hechos del pasado. Nada más lejos de la ficción. Sin embargo, el historiador también interpreta por intermedio del lenguaje, por lo tanto también en su obra hay creación o producción como en la obra literaria, hay punto de vista y no sólo representación objetiva. La ficción no es radicalmente distinta a la historia, ni la realidad a la novela como eventos de lenguaje. ”No hay historia a partir de los hechos sino creación de la historia a través del lenguaje” (Barthes). Por eso no hay historia sin imaginación, sin creatividad, sin subjetividad, etc. No es posible negar dichas relaciones, aunque se puedan criticar sus confusiones, si la crítica es precisa y clara, porque también hay distinciones que hacer. La historia depende de la realidad, la literatura hace lo que quiere con ella
La condición para hacer vinculaciones o fusiones es, claro está, que en cada caso haya necesidad probada del recurso literario adoptado. Sin embargo, para un buen lector basta con el placer que obtiene leyendo. ¿Qué es lo que le da placer exactamente? Alguna vez hablando de la religión en Einstein, Leopoldo Chiappo recitó Subida al Monte Carmelo del poeta místico hispano San Juan de la Cruz (“Mi amado las montañas/ Los valles solitarios nemorosos/ Las ínsulas extrañas/ los ríos sonorosos…”), y puso en estado de exaltación al auditorio de una municipalidad limeña (incluido el agnóstico paisano que entonces tenía 30 años y pasaba por la capital). ¿No es muy saludable más bien que se pongan de manifiesto este tipo de vínculos con la literatura? En este caso con la poesía mística y la filosofía, en el sugestivo discurso de Leopoldo Chiappo (sabiendo que no todo es admisible, que no todo vale, ni la arbitrariedad, ni el capricho v.gr.).
Lo que quiero decir es que en ese caso hay una relación que parece válida y loable entre literatura y algo que no es literatura, pero que se hace más precisa, integral y más bella con la literatura, adquiere un valor agregado, (lo que no niega la posibilidad de la confusión de planos). Ese valor agregado no vale menos, por ser agregado, sino más por ser íntegro y concreto, aunque sea ficto Y la literatura, por su lado ¿no hace infinitos préstamos a la realidad “real”? No todo vínculo interdisciplinario es confuso per se. Del que haya confusión o malas lecturas jurídicas de las novelas, no se puede pasar a sostener que todas las lecturas jurídicas (o extra literarias) son malas o impertinentes o mal venidas. Eso hay que probarlo. Creo que no es necesario conocer a los futuristas rusos o a los estructuralistas franceses, para hacer un uso válido de la literatura que puede ser distinto al de la crítica literaria.
El asunto es no engañarse con la ficción, su carácter, sus finalidades, sus funciones, recursos, etc. Y si hay extrapolaciones naifs u ociosas o injustificables, hay que señalarlas con cierta exactitud. Mientras tanto, sólo tenemos más preguntas todavía. ¿Por qué no tomar como ejemplo “historias literarias para ilustrar fenómenos político sociales”? Quizá ello no vale tanto como crítica literaria especializada, pero puede ser una buena clase de filosofía política. El problema central está, según parece, en la confusión entre ficción y prosa realista, confusión que Willard denuncia y cuyo contenido polémico el suscrito todavía no se aclara con precisión (por lo que pide especificaciones y disculpas).
“Mi argumento en este ensayo sostiene que no es posible tomar novelas como si fueran documentos teóricos, históricos económicos, jurídicos o sociológicos sin suprimir la diferencia mínima entre textos descriptivos del mundo real y textos narrativos literarios (...)”. Mi argumento es que se puede o no suprimir la diferencia aludida dependiendo del grado de consciencia (o inconsciencia) de ella en el caso específico y de todos los objetivos. Estamos de acuerdo en que esa confusión es pueril y que no se puede suprimir las distinciones cuando las hay. Por supuesto que solamente alguien muy ingenuo puede llegar a confundir la ficción novelesca con la realidad. Sólo pido que se den ejemplos específicos (de la “vida real”) de esa confusión, donde y cuando se hayan producido. Ese es un caso; pero ¿qué ocurre con el que si distingue literatura de realidad y, sin embargo, apetece hacer alguna relación interdisciplinaria a pesar de las diferencias? Eso se puede hacer con alguna otra intención consciente que pueda ser válida en algún sentido ¿o no? Cuando se afirma que “no es posible” ¿se quiere decir exactamente eso?, ¿o quizá se quiso decir que “no se debe”?
Más adelante Willard aclara su comentario crítico: “Si bien todos hemos sido educados en la tradición occidental que distingue entre cuentos y novelas de una parte, y de otra los textos científicos o históricos —gracias a categorías como verdadero o falso, imaginario, real— y estamos dispuestos además a sostener que Blanca Nieves, Pinocho o Terminator son personajes ficticios; muy pocos adoptamos la misma actitud cuando se trata de novelas realistas (...) En particular la literatura nacional o regional nos evocan las vivencias del medio y es fácil por ello hacer comparaciones entre la obra y la vida común; pero igual de simple suele ser para un médico comparar los casos clínicos literarios y los de su experiencia personal, y para un abogado leer sobre juicios o sentencias en mundos literarios como si le hablaran de una corte lejana, pero existente (...)”.
Creo que Willard Díaz hace abstracción de “la verdad de las mentiras”, no la tiene en cuenta. Con esa verdad literaria se puede trabajar fuera de la literatura, porque es una “verdad” justamente, máxime cuando sólo la literatura puede proporcionarla. El parece pensar la ficción sólo como pura mentira y produce la impresión de un dualismo que absolutiza la diferencia entre realidad y ficción. No todas las comparaciones son confusiones, pero la confusión entre ámbitos puede ser tan ingenua como la exagerada desvinculación entre ficción e historia, derecho y literatura.
Fernando de Trazegnies, convocando a Braudel, Collingwood, Mircea Eliade, Umberto Eco, nos recuerda la necesidad de la imaginación y de las mentiras o ficciones en los trabajos históricos, generalmente demasiado monumentales o demasiado políticos o castrenses, como para fijarse en los detalles de la vida cotidiana de los seres humanos —es decir, en su vida concreta— que también son historia y que los historiadores han descuidado tradicionalmente. Me remito a los diáfanos argumentos y atinadas citas de su ensayo La verdad ficta, cuya idea central tal vez se pueda resumir en esta frase suya: “Es preferible falsear la verdad y utilizar la ficción que dejar escapar la verdad en aras de la abstracción científica”. “Le pouvoir du faux” (el poder de lo falso) le llama Gilles Deleuze, comentando la obra de OrsonWelles.
(Continuará)
COMENTARIOS