Dante Bobadilla
Fantoches democráticos
Políticos que en nombre de la “democracia” se llenaron los bolsillos
No me sorprende en lo más mínimo el destape de Alejandro Toledo. Desde un inicio pude ver claro la clase de sabandija que era: un embustero profesional que decidió probar fortuna en la política, un embaucador que supo venderse como el salvador de la patria, inaugurando una era de esquizofrenia en la que la gente prefería vivir de cuentos y despreciar la realidad. La desazón que produjo la caída de Fujimori fue aprovechada por este trepador. Si entonces el jefe de Los Injertos se subía al estrado con una vincha en la frente para guiar a la gente, lo hubieran seguido igual. Es prácticamente lo que ocurrió. Al final nos vendieron la alucinante idea de que habían “recuperado la democracia”. Toledo se disfrazó de padre fundador de la patria, un nuevo Pachacútec, con mascaypacha y todo. Así fue como el Perú ingresó al nuevo milenio y llegó a la isla de la fantasía, donde solo importaba el discurso y la pose.
Para que el cuento de la “democracia recuperada” pudiera funcionar fue requisito convencer que los noventa fueron una “dictadura”. Y no cualquier dictadura, sino una “nefasta dictadura corrupta”, como lo establece la CVR. El héroe Toledo había derrotado al villano, logrando rescatar a la doncella Democracia, y luego todo fue felicidad. Colorín colorado, el cuento está acabado. El nuevo milenio estuvo marcado por el predominio de los mitos y cuentos de terror sobre los noventa, por el discurso recargado de moralina, del eslogan repetido, de los ídolos baratos que salían de cualquier resquicio con la misma bandera antifujimorista y la misma prédica anticorrupción. Era lo que funcionaba. Salían toledos de todos lados para “defender la democracia” y “luchar contra la corrupción”. No pasaban de ser fantoches de medio pelo, trepadores improvisados y ansiosos por repetir la hazaña de Toledo, formando partidos que no eran más que bandas de arribistas liderados por algún desquiciado rodeado de adulones y chupamedias de última hora, que es lo que más sobra en este país. El antifujimorismo recalcitrante se convirtió en una estrategia de éxito político y mediático, en el discurso y la pose correcta y favorita de los más papanatas que no tenían nada más que ofrecer.
El tradicional empeño de todo presidente mediocre es echarle barro a la gestión anterior, pero Toledo fue mucho más allá. En alianza con la izquierda, Toledo le extendió una alfombra roja a la caviarada, dejándole un espacio de poder para dar inicio a la época más funesta de macartismo y venganza contra funcionarios del fujimorismo, y de persecución de militares combatientes en la guerra antiterrorista. Liberaron terroristas, se sometieron a los dictados de la CIDH sin defenderse, repartieron reparaciones, etc. La caviarada montó su Comisión de la Verdad para fabricar el relato oficial sobre el terrorismo de izquierda, dejando como único villano a Alberto Fujimori. Con ese relato machacaron el cerebro de los peruanos durante más de una década sin parar, incluyendo ceremonias, rituales, monumentos y museos. En adición se fabricaron las mentiras más disparatadas, aptas solo para idiotas, como las 300,000 esterilizaciones forzadas o los US$ 6,000 millones robados por Fujimori.
Mientras los farsantes de la moral celebraban la “democracia recuperada” y predicaban sus condenas a “la dictadura de los noventa”, engañando y mintiendo sin descaro, la realidad era que las cosas habían cambiado muy poco. Por ejemplo, se repartieron el Canal 4 (América Televisión) cual hienas hambrientas, arranchándose sus restos sin pagar un sol. Aparecieron los diarios chicha de izquierda, que en lugar de informar se dedicaban a campañas políticas de odio, utilizando la carátula para insultar y difamar diariamente. Hasta resultaba repugnante leer en La República condenas a los noventa por “la falta de libertad de expresión”, cuando ellos tuvieron suficiente libertad de expresión hasta para advertirle al MRTA que se estaba construyendo un túnel para rescatar a los rehenes. ¿Acaso no se ventilaron en la prensa con total libertad los casos Barrios Altos y La Cantuta apenas se descubrieron? En cambio hubo periodistas perseguidos por el régimen de Toledo y nadie dijo nada. Pregúntenle a Beto Ortiz, que tuvo que huir del país.
Resulta pues que la famosa “democracia recuperada” nunca fue nada diferente. Ha sido el propio Poder Judicial el encargado de arrojar a la basura los cuentos progresistas inventados para difamar al régimen de los noventa. Y ahora, lentamente, nos vamos enterando de que el salvador de la democracia era todo un “choro sagrado”. Pero todavía falta más por descubrir. Ya es hora de que la esquizofrenia creada tras la caída de Fujimori empiece a ser superada. Y de sentarse a ver pasar los cadáveres de los farsantes.
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