Rocío Valverde
Expectativas mileniales
Las generaciones y sus expectativas profesionales
Hace ya unos años llegó a mis oídos una charla grabada en la que un monje recomendaba a los espectadores reducir sus expectativas para que en el futuro no sufrieran decepciones. Así pues, preguntó a la audiencia si ellos pensaban que sus hijos eran intelectualmente superiores al promedio. La gran mayoría respondió que sí. El monje les dijo que les hacían daño a los pequeños al pensar eso. En el preciso momento que escuché ese audio pensé que era un discurso conformista dirigido hacia mediocres. Pensé en ese momento en mi abuela, quien —con su refranero a la mano— decía ante cualquier situación adversa que quien persevera triunfa. Y quién más sabio de una abuela ¿verdad?
Para este entonces estaba en mi último año de Biología. Fue en ese año cuando todos ya comenzaban a decir lo que querían hacer luego de la universidad, y los pasos que iban a dar para alcanzar su sueño. La mayoría podía contar con pelos y señales su plan de vida para los próximos cinco años. Todos iban a aplicar a su trabajo ideal con las calificaciones que obtendrían de la universidad, mientras que algunos iban a aplicar a másteres o doctorados. Además la mayoría iba a enviar sus currículos a empresas a modo de "candidato potencial". Todos también pensaban hacer voluntariado si no los escogían para algún empleo, para así potenciar su currículos. Todos estaban seguro de que lograrían sus objetivos a base de punche y dedicación.
Dos años después de terminar la carrera entendí las palabras del monje. Muchos de esos amigos no habían logrado conseguir sus metas a corto plazo. Muy pocos consiguieron el trabajo de sus sueños tras terminar la carrera. Muchos estaban muy decepcionados al encontrarse trabajando en un puesto técnico y no dirigiendo una investigación científica. Había muchos desempleados y muchos ganando lo justo para comprar cacahuetes. Solo en ese momento comprendí que existe un problema con las expectativas que se crean, y sobre todo que hay un problema de ansiedad que parece carcomer a mi generación. Creo que existe un problema si, por ejemplo, al empezar un curso de Biología Marina los estudiantes no entienden, o no se les explican, las salidas profesionales.
No es sorpresa para ninguno que, en el pasado, con una licenciatura o con un máster los baby boomers y la Generación X tenían las puertas del mundo abiertas de par en par. Esta generación es la que ha alcanzado un mayor grado educativo pero a la vez alcanza un mayor porcentaje de desempleo. No es algo fácil de digerir saber que el director de una planta empezó como un conserje y que tú, con tus ocho años de estudios a las espaldas, tienes crudo entrar a un puesto de nivel inicial. Es por ello que el networking es más importante que los muchos cursos en gestión clínica que hayas realizado.
Escuché a un amigo quejarse precisamente de que sus padres le habían dicho que ellos empezaron desde cero y tocaron puertas con veinte copias de su curriculum vitae en un sobre manila bajo el brazo. Hay una brecha generacional que les impide entender que una copia en papel de tu CV será triturada en minutos. Terminar tus estudios sin un voluntariado, una práctica de empresas o un empleo de verano es crucificar tu carrera profesional. El martirio de no ser contratado por tener poca ninguna experiencia es algo que han experimentado ocho de mis diez amigos encuestados. Todos han experimentado el loop de la experiencia: ¿cómo consigo experiencia si no me contratan por no contar con experiencia?
La ansiedad les ataca al saber o recordar que sus padres o abuelos a esa edad (la de mis amigos) ya habían sido ascendidos tres veces, comprado un terreno y planeado la llegada de su primer hijo. Ahora es más común ser becario hasta los treinta y tener un primer niño a los cuarenta. ¿Lo de comprar una propiedad? Mencionar el tema a una persona menor de 25 asegura con certeza desatarle palpitaciones violentas e hincones en el pecho.
En lo personal a mis veintipocos años he aprendido que como mis pares mileniales sí tengo ansiedad, como una doctora me diagnosticó de forma cachacienta tras dos minutos en consulta. Tras aceptar que soy una persona ansiosa me tracé metas de cinco, veinte y cincuenta años, y eso me ha funcionado. He aprendido a la mala que las habilidades transferibles cuentan más que tu cartón de magíster. Mis expectativas y prospecto laboral se transformaron completamente tras entender esto último. No son los años setenta, aunque alguno lleve puesto un foulard con gafas XXL. Una casa te va a costar muchísimo y te va a generar una deuda larguísima. A mis contemporáneos les digo que no vamos a recorrer el mismo camino que nuestros padres ni el de nuestros abuelos. Hay que apechugar con lo que nos ha tocado y hacer meditación más seguido.
Rocío Valverde
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