Manuel Erausquin

Esos queridos dioses licenciosos

Esos queridos dioses licenciosos
Manuel Erausquin
20 de agosto del 2014

Mitos, leyendas y realidades sobre las estrellas del Rock & Roll

He crecido escuchándolos y los invoco todos los días para que me acompañen en el camino de mi cotidianeidad. Me ayudan a combatir a los espíritus del sectarismo y a quitarles el antifaz que cubre el rostro del doble discurso. También colaboran con placer para expulsar de mi ruta a algún idiota de turno que quiere pasarse de vivo. Muchas veces no es fácil, pero se intenta con vigor. Ahí el disfrute de tener convicción.

Ellos se impusieron con su música, pero su actitud es la que sedujo y lo sigue haciendo. Los dioses del rock en sus ascensos celestiales o en sus destierros en los profundos infiernos todavía viven. No tienen previsto morir. Es más, ni siquiera lo piensan. Malo o bueno, esa es la realidad de estos seres que se inmortalizan a través de canciones que millones de personas hacen sonar para que sus vidas tengan otro tipo de intensidad, o también un poco de luz.

En el libro del periodista argentino Sergio Marchi, Room Service (Planeta, 2014), las cosas están bien claras: los mitos y leyendas sobre estos queridos dioses licenciosos son reales y se expone en detalle sus experiencias más extremas. Una galería de triunfos, mucho dinero, mucho sexo, excentricidades, peleas entre amigos e inevitables desavenencias amorosas. Todo un cóctel de frenesí emocional que los ha ido definiendo. Casos como el de David Bowie, el Duque Blanco, que buscaba respuestas en las ciencias ocultas. Largas noches de rituales y experimentaciones tóxicas lo tuvieron prisionero algún tiempo. Después, liberado de las seducciones del ocultismo y las recreaciones psicotrópicas, retomó su carrera con una visión menos estridente. Pero el viaje que hizo nunca lo olvidó.

Otro ejemplo ilustrativo sobre desbordes y situaciones provistas de perplejidades se configuran de manera precisa en Keith Richards, uno de los perfiles más llamativos de la publicación por múltiples aspectos. Su vida, que ha transitado por una montaña rusa, se alimentaba de lindas chicas, bastante whisky, pinchazos de heroína, interminables giras y despropósitos de alto riesgo. Su excesivo consumo de drogas y alcohol no es algo extraño a estas alturas, se podría decir que es el lugar común de su recorrido vital. Lo extraño que es a pesar de ese vértigo vivencial donde todo era posible y no existía el temor a nada, este sano y vivo. Hoy anda de gira con los Rolling Stones y festeja más de cincuenta años rodando con la banda por el mundo. Explicaciones no hay, solo conjeturas que apuntan a una buena estrella. Los maledicentes y alucinados siempre dirán que el diablo juega a su favor. Cuestión de percepciones.

En la historia del rock así son las cosas, el exceso ha sido parte esencial de los músicos más importantes. Que nadie mienta o trate de dorar la píldora. Ahora, excepciones existen. Cat Stevens es una de ellas, brillante músico británico que abrazó el islamismo y sintió que su búsqueda espiritual no era compatible con la locura del rock. Tenía toda la razón del mundo. Iba a ser bien difícil: ángel en el infierno es un desafío muy duro.

El libro, que dispone de un caudal informativo muy nutrido y variado sobre las estrellas de rock, deja en limpio la idea que ese brillo ha tenido en la turbulencia un protagonismo esencial, igual que la buena música que han hecho y siguen haciendo muchos artistas. Por ejemplo, que Guns N' Roses fuera denominada como la banda más peligrosa del mundo no es gratuito. Su look desenfado y agresivo no era una pose, era genuino y daba miedo. Eso sí, luego se destruyeron entre ellos. Aunque amasaron considerables fortunas, algo que habrá aliviado el rencor.

Esa es parte importante de la historia de estas estrellas, adoradas y seguidas por sus fans. Pero quizás esa rebeldía contra lo establecido y contra los prejuicios sea uno de los mejores legados del rock. Esa furia y también esa seducción. Un espíritu salvaje y joven por siempre. Esa actitud ha sido el secreto de su inmortalidad. Pero cuidado, no es para todos. El precio a pagar puede ser muy alto.

Por Manuel Eráusquin

Manuel Erausquin
20 de agosto del 2014

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