Jorge Valenzuela
Ese maldito yo
Sobre el realismo yoísta como una enfermedad incurable
Ante el seguro agotamiento de los realismos personalistas e intimistas (sobre todo los autobiografismos) que vienen poblando la narrativa peruana hace unos buenos años, bien valdría la pena reparar en algunas salidas a ese atolladero en que nos encontramos. En esta dirección, otro ejemplo (diferente al de la novela negra que analizamos la semana pasada) es el de la novela total latinoamericana. Este modelo puede servirnos para recordar que nuestra tradición narrativa no puede ni debe agotarse en los avezados experimentalismos (en el mejor de los casos) en que ha venido incurriendo nuestro egoísta yo a través de libros de cuentos y relatos de amplio espectro.
Habría que comenzar recordando que la novela moderna europea, aquella que cancela la experiencia de la narrativa del realismo naturalista y que se produce en el contexto de la vanguardia, contiene ya los elementos programáticos de la que luego se constituirá en el proyecto de la novela total de los escritores latinoamericanos.
Es indudable que la experiencia revolucionaria de la vanguardia afecta al discurso de la novela y que en el caso de nuestra narrativa sólo puede hablarse de “nueva narrativa hispanoamericana” si se considera el modo en que nuestra novela dialoga con los principios que animaron esa revolución.
En este punto es relevante destacar la forma en que ciertas convenciones formales del realismo son puestas en cuestión, sobre todo aquellas en las que se sustenta el realismo yoísta y psicologista, que padecemos hoy como una enfermedad incurable. Empecemos por la concepción misma de la obra. La novela apuesta por la creación de un universo más permeable a la participación del lector quien, bajo este supuesto, es concebido como un constructor, como parte de la historia que es narrada. Además, a partir de la concepción de la obra abierta, los textos permiten múltiples lecturas y apuestan, mediante la explotación de símbolos y alegorías, por lo poético.
Con respecto al manejo de la perspectiva temporal, en principio, se renuncia a la dictadura de la cronología a favor de una narración articulada a una concepción del tiempo en la que el pasado y el presente establecen un diálogo productivo gracias al cual es posible postular una lectura de la historia (así sea personal). De este modo, el relato, a través de su narrador, adelanta o retrasa información de acuerdo a sus intereses y a los efectos de sentido que busca lograr en el lector. Sumemos a esto la forma en que se produce la subjetivación del tiempo a través de su interiorización, activada a partir de sucesos externos a la conciencia de los personajes cuya función es dejar fluir lo que los personajes guardan en su interior.
Con respecto a la perspectiva narrativa, se emplean diversos regímenes de focalización sin limitar la aproximación a la realidad. En efecto, tanto la exposición de la interioridad que busca la profundización en el universo íntimo e imaginario de los personajes, como la narración objetiva exteriorista que se limita a administrar información accesible a los sentidos, son empleadas para proporcionar al lector una representación asaz completa de lo vivido y percibido por el sujeto.
El narrador autoritario clásico del siglo XIX, de ilimitada capacidad para referir los contenidos del mundo representado, es reemplazado por la presencia de diversos narradores cuya función es relativizar la autoridad de quien se había constituido en la conciencia absoluta de la narración. De este modo, se opta por la multiplicidad de puntos de vista y de voces narrativas.
Habría que mencionar, finalmente, la crucial importancia que tiene la exploración en las estructuras narrativas en el propósito de abarcar un mundo en todas sus facetas. En este campo son relevantes el tratamiento de recursos como la circularidad, la discontinuidad, la fragmentación, las intercalaciones y la narración paralela. Sumemos a esto el empleo de técnicas como el monólogo interior, los vasos comunicantes y los diálogos simultáneos que buscan alterar la convención de la linealidad narrativa y de la lógica causalista que sustentaban las viejas prácticas del realismo.
Acerquémonos, pues, nuevamente, a la gran novela. Intentemos realizar, ahora que podemos ver mejor, un fresco de la sociedad. Que nuestros libros no sean una proyección de nuestro maldito yo.
Por Jorge Valenzuela Garcés
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