Heriberto Bustos
Entre la vida y la muerte
De la “noche de brujas” al Día de Todos los Santos
Sea por costumbre propia, ajena o como resultado del sincretismo religioso, entre hoy, mañana y pasado mañana, nos veremos envueltos o atraídos por celebraciones que evocan el tránsito entre la vida y la muerte. Una oportunidad en que los espíritus, siendo venerados, “cobran vida” en el ideario colectivo.
Hoy 31 de octubre la familia, los niños y –ni qué decir– los jóvenes se suman a las filas de quienes festejan la denominada “noche de brujas” (Halloween). Una fiesta ancestral, cuyas raíces provienen de un antiguo festival celta (regiones al oeste de Europa), que se celebraba hace más de 3,000 años al final del verano e inicio del otoño, en el cual se producía –según su creencia– una reunión o asamblea de los vivos con los muertos. Debemos señalar que se trata de una fiesta que para los estadounidenses y canadienses (por ejemplo) resulta una de las noches más importantes; en ella los niños salen a las calles disfrazados de fantasmas, demonios o duendes para pedir dulces y golosinas a sus vecinos.
Para nosotros constituye un evento impostado que pareciera ser asumido como una oportunidad para divertirse. Y coincide además con el día de la canción criolla, cuya intención es ser una contribución (desde la denominada cultura criolla) al afianzamiento de una conciencia nacionalista.
La Iglesia católica considera al Halloween una fiesta pagana y trató de reemplazarla por una fiesta religiosa, trasladando el Día de Todos los Santos, que se realizaba el 13 de mayo al 1 de noviembre durante el período de los Papas Gregorio III (731-741) y Gregorio IV (827-844). De ese modo, el 1 de noviembre se ha de celebrar en varias partes del mundo el Día de Todos los Santos, fecha católica que busca rendir homenaje a todos los santos que han existido a lo largo de la historia, e incluso aquellas almas que ya han pasado el purgatorio y se encuentran en el reino de los cielos. Con el correr de los años el significado de esta celebración cambió para rendirle honor a todas las personas que ya no están más (en forma física) en la tierra.
En el Perú, dada nuestra herencia cultural, la relación entre vida y muerte es muy cercana. La muerte es concebida como una continuidad de la vida, se trata de un paso más que da el ser humano, en forma natural, de “esta vida” a la “otra vida”. La muerte es un paso trascendental en la vida porque la vida retorna a su principio. En ese contexto se inscriben las fiestas del 1 y 2 de noviembre, días de los vivos y de los muertos: el 1 es festejado por los que aún permanecen vivos, mientras que el 2 de noviembre se recuerda el día de los difuntos con romería a los cementerios, presencia de grupos de música y danza, los deudos delante de la tumba del difunto brindan con bebidas y le ofrecen comida, frutas y todo aquello que en vida degustaba agradablemente el finado.
Esto es así porque la fiesta de los difuntos nos proyecta hacia un sentido de esperanza y realización de la humanidad, incluso más allá de la territorialidad temporal. Las almas contribuyen en la restauración de la armonía y el equilibrio de las relaciones existenciales; constituyendo estas celebraciones momentos propicios para el inicio de una vida nueva.
La muerte, misteriosa e inevitable, ha llevado a la humanidad a la búsqueda de explicaciones. Y ante la impotencia frente a este hecho, surgieron una serie de creencias y rituales que constituyen parte importante de las culturas. Estas festividades son una oportunidad para recordar a los que se fueron o se nos adelantaron. Asumiendo lo corto de nuestra existencia y apostando por una convivencia democrática, nuestro compromiso por la realización personal y social debe afirmarse en la defensa del bienestar colectivo y el respeto a la diversidad de pensamiento y credo.
COMENTARIOS