Jorge Varela
El virus que ataca a Chile
Proviene de los “nidos” neomarxistas
La democracia en Chile está sufriendo fuertes estertores y convulsiones, mientras su escuálido poder político deambula errático, sus partidos e instituciones naufragan y sus extraviados dirigentes inclusive deliran. ¿Cuán grave es esta enfermedad que padece Chile? ¿Podrá recuperarse o pasará a formar parte de la nómina de países que tienen más problemas que recetas eficaces para solucionarlos?
Antes del fatídico 18 de octubre pasado, Chile se ufanaba de varios logros en el ámbito económico y era visto como un modelo de sistema democrático-representativo compatible con el funcionamiento de un mercado moderno de índole neoliberal. No obstante ciertos avances notorios en áreas concretas de la actividad productiva, las estructuras del edificio institucional chileno están a punto de derrumbarse, deterioradas no solo por la desigualdad social, sino también por la acción violenta de reconocidas ‘colonias termitas’ provenientes de ‘nidos neomarxistas’ cuyo gran objetivo es carcomer los cimientos de una democracia que hasta ayer parecía sólida e incombustible para fundar –desde cero, según se dice– un sistema democrático deliberativo.
Este proyecto perverso que no es nuevo ni liberador, ni participativo, impulsado maquiavélicamente desde cómodos salones, se afirma en un falso discurso prodignidad que no respeta la dignidad básica de millones de personas, quienes además de perder su libertad ignoran si van a seguir viviendo. Ha sido la experiencia trágica de todos aquellos ciudadanos abusados que se encuentran impedidos de ejercer su derecho fundamental a una vida libre y sin odio en países como Cuba, Venezuela o Nicaragua. Derechos esenciales en cualquier sociedad humana y que están siendo violados sistemáticamente sin sanción ni condena, en lugar de ser protegidos contra el avasallamiento criminal de autócratas que actúan de manera despótica y genocida.
¿Es esta la democracia igualitaria, deliberativa e inclusiva, con la cual se pretende intoxicar al pueblo chileno y aplastar su fatigado y agónico Estado de derecho? En la psiquis de tantos jóvenes soberbios, de barristas violentos, de anarcos, de vándalos saqueadores, de terroristas cínicos, y de quienes nutren y justifican intelectualmente el relato de sus acciones delictivas, existe conciencia plena de que ´el poder político ya no es poderoso´, pues entienden que el Estado dejó de ser ese gran ente unificador de instituciones ordenadas y jerarquizadas (Ejecutivo, Parlamento, tribunales, Fuerza Armada, Policía), lo que permite entender su anomia y su comportamiento rabioso y disperso. Si a lo anterior se agrega que para la escuela marxista la ley y el derecho nunca han sido una fórmula de seguridad, sino que desde su concepción dialéctica materialista el ordenamiento jurídico constituye una verdadera institucionalidad de la injusticia en su modalidad de explotación, el cuadro descrito más arriba está listo para su total consumación.
Después de varios intentos con avances y retrocesos, al fin las termitas neomarxistas han efectuado la faena antidemocrática de destruir el orden público en Chile e implantar un clima de barbarie e inseguridad que antecede a la instalación de un modelo de servidumbre, miedo y miseria denominado socialismo del siglo XXI.
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