Victor Robles Sosa
El triste fin de Nadine
Sobre la caída de Heredia y el riesgo de votar por aventureros
Con la llegada de Ollanta Humala a Palacio de Gobierno, su esposa, Nadine Heredia, parecía proyectarse como el principal activo político del nacionalismo de cara al futuro, por su carisma, dinamismo y juventud. Hoy, cuatro años y medio después, se ha convertido en uno de los mayores pasivos políticos del régimen.
Desde que las encuestas comenzaron a medir por igual la aprobación ciudadana del presidente y la de su esposa, en el 2012 (algo insólito e inédito en la política peruana), la popularidad de ella estuvo siempre por encima, con niveles que hacían pensar en un futuro político expectante para Heredia. Hoy, según Ipsos, tiene 11% de aprobación, es decir, casi nueve de cada diez peruanos desaprueba su actuación.
Las razones que explican su caída ya las conocemos: su intromisión en los asuntos de gobierno, su afán por exhibirse como una persona amante del lujo, y las acusaciones de presunta apropiación de fondos donados por ciudadanos y otros al Partido Nacionalista.
Su intromisión se hacía cada vez más evidente, como cuando, en un acto público sorprendió a todos diciendo: “A ver, ¡dónde están mis ministras, que vengan aquí!”.
Empezaron entonces las críticas y reflexiones sobre al protagonismo excesivo de Heredia, su aparente intención de ser candidata en el 2016, y los peligros que entrañaba esa conducta para la institucionalidad democrática. Pero ella siguió en lo suyo con el apoyo de Humala, quien dijo que él gobernaba “en familia”.
Conforme se sentía más empoderada, más metía las manos en el gobierno. En febrero del 2014, César Villanueva renunció a la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) porque Heredia lo desautorizó al declarar que el Ejecutivo no pensaba reajustar el sueldo mínimo. Este hecho rebasó la paciencia del Congreso, por lo que el siguiente PCM, René Cornejo, tuvo que prometer que haría respetar su autonomía para obtener el voto de investidura.
Aun así, la Primera Dama persistió en su conducta y, cinco meses después, Humala también relevó a Cornejo por haber tomado distancia de Heredia. En julio del año pasado, en abierto desafío a la oposición y al Congreso, Heredia impuso a sus incondicionales Ana María Solórzano y Ana Jara como presidentas del Congreso y la PCM, respectivamente, contra la voluntad de sus propios parlamentarios. Fue una victoria pírrica porque desataría el desbande de su bancada.
Solórzano ganó la presidencia del Legislativo por dos votos, y al mes siguiente Jara obtuvo el voto de investidura después de tres intentos frustrados. Meses después, el Congreso la censuró por mayoría, en la primera censura a un Gabinete después de 50 años. Fue reemplazada por Pedro Cateriano.
Quizás otro punto de quiebre en la caída de Heredia haya sido su aparición, en abril del 2014, en una revista de sociedad, ataviada con trajes finos y joyas vistosas. ¿Qué podría ganar la líder de un partido político que se proclama “de abajo”, con ese acto de frivolidad, más allá de satisfacer su vanidad?
Heredia representa además un nuevo fracaso de los políticos que se proclaman abanderados de la honestidad y “superiores” a los “políticos tradicionales”, pero acaban envueltos en escándalos de corrupción y hundidos en su incapacidad para gobernar. Esta experiencia nos invita además a reflexionar sobre el riesgo de votar por aventureros políticos.
El afán de poder y notoriedad de Heredia le ha costado al nacionalismo al menos tres crisis ministeriales, el descrédito de sus líderes, un gran desgaste político, el desbande de su bancada: de 47 congresistas que tuvo, hoy le quedan 27. Y ni qué decir del daño ocasionado en estos años a la institucionalidad democrática y la gobernabilidad, en particular a la institución presidencial.
Hoy, cerca del final del gobierno, Heredia enfrenta dos investigaciones fiscales. Una por presunta usurpación de funciones y otra por lavado de activos en la que acaba de admitir que sí son suyas cuatro agendas claves para la investigación, tras haberlo negado por meses. Y, por si fuera poco, se ha convertido en un personaje impopular. Triste fin el de Nadine.
Por: Víctor Robles Sosa
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