Heriberto Bustos
El pasado enseña
Las atrocidades históricamente cometidas con el pretexto del comunismo
Si en las sociedades tradicionales la asunción o práctica de determinados valores resultaban necesarias para el mantenimiento de sus modos de vida, en las actuales circunstancias, dada la complejidad y pluralidad de las comunidades, su presencia resulta indispensable para la vida en colectividad. Especialmente aquellos valores que hacen posible el cultivo o fortalecimiento de la cohesión social, que en nuestro caso se encuentra seriamente deteriorada como lo señalan una serie de noticias estos últimos días, que preocupan por el accionar distante de lo ético no solo de algunos funcionarios sino del propio presidente. En esa línea, un problema mayúsculo constituye el sentimiento de traición incrementado en la población al considerar que el gobierno le ha dado la espalda tras haber sido utilizada y engañada con el cuento del cambio o la lucha contra la corrupción. Una situación que resulta peligrosa pues podría actuar como catalizador de un rebrote de odio y desconfianza en la política y en un futuro más promisor, cuestionando seriamente ideologías atrincheradas en el gobierno.
Lamentablemente la asunción dogmática y por ende mal aprendida de un ideario elaborado hace más de 150 años por los alemanes Karl Marx y Friedrich Engels, asimilada a modo de credo por los autodenominados socialistas o izquierdistas peruanos, ha puesto en su interior a modo de sello una falsa interpretación en cuanto a la relación entre ética, moral y política, pues su existencia o práctica resulta contraproducente a los “cambios estructurales” que pretenden implementar. Para los progenitores del marxismo el problema central radicaba en la modificación sustantiva de la economía, considerada base de la estructura social, los demás aspectos como la política, ética, derecho, entre otros, al constituir parte de la superestructura se enlazaba con lo anterior y que para realizar algunas modificaciones o dar valor a elementos como los señalados, primero debería transformarse la economía, es decir confiscar las propiedades a los capitalistas y terratenientes para ser distribuida a todos los ciudadanos, ciertamente bajo el control supremo del gobierno, dicho en pocas palabras: pasar del capitalismo a la utopía comunista; de allí que no resulte extraña sino justificada (para nuestros híbridos socialistas criollos) las atrocidades históricamente cometidas so pretexto de conseguir la igualdad.
Felizmente la certeza del pasado no se cansa de tocar las puertas que adornan la endeblez de nuestro pensamiento para recordarnos acontecimientos duros. De allí que resulte oportuno mencionar al escritor ruso Alexander Solzhenytsyn, 11 años confinado en Siberia (1945-1956) acusado de oponerse a los denominados “cambios revolucionarios” en la época de Stalin, quien animado por el proverbio "No conviene recordar ¡no hay que revolver el pasado, quien recuerde el pasado que le arranquen un ojo y al que lo olvide que le arranquen los dos!, describe en su novela Archipiélago Gulag: miedos, sentimientos, pensamientos y angustias de los confinados en distintos campos de concentración diseminados en un inmenso, gélido e inhabitable espacio geográfico; mostrando de un lado, episodios de explotación, silenciamiento y muerte de millones de personas; y de otro, el ímpetu por la vida.
La voluntad, responsabilidad y búsqueda de libertad animaron al autor para narrar una experiencia cuya semejanza con los vejámenes hitlerianos no tiene pizca de distancia. Sugiriendo su lectura, resaltamos la actitud altamente ética cuya expresión posibilitó se conocieran verdades ocultas y engañosas de un régimen que emergía como ejemplo virtuoso a seguir y que desafortunadamente aún encandila a muchos.
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