Jorge Valenzuela

El juego de la imitación

El juego de la imitación
Jorge Valenzuela
28 de enero del 2015

Sobre Alan Turing y una reciente película sobre su vida.

En 1950, a los 38 años de edad, Alan Turing (1912-1953) publicó en la revista Mind, 59; pp. 433-460, el artículo “Computing machinery and intelligence” que puede leerse en español como “Los aparatos de computación y la inteligencia”, texto considerado esencial en esa rama de la ciencia que conocemos como inteligencia artificial.

Es este artículo, cuyo primer apartado se titula “El juego de la imitación”, están contenidas las principales ideas relacionadas con la posibilidad de reconocer alguna clase de pensamiento a las máquinas y, por lo tanto de inteligencia. Si bien en este artículo el objetivo es presentar su famoso test orientado a abrir la posibilidad de que una máquina pueda engañar al interrogador o de saber si algo es una máquina o un ser humano, lo más importante y enriquecedor en él es la forma en que Turing responde a las objeciones (entre ellas el argumento de la habitación china) que entonces presentaron quienes cuestionaron esa posibilidad. Desde luego para Turing era claro que las computadoras no podían pensar como los seres humanos, pero esa obvia constatación no lo detuvo en sus indagaciones. ¿Acaso no valía la pena preguntarse si algo que pensaba de modo diferente a un ser humano podía también desarrollar alguna clase de pensamiento? En todo caso, ¿no era cierto que los seres humanos pensábamos de manera diferente unos de otros y que era posible aprovechar esa constatación en el propósito de reconocer que la acción de pensar podía generarse en variadas formas?

Ya para entonces, a comienzos de los cincuenta, Turing había cumplido un papel relevante en la Segunda Guerra Mundial participando en el proyecto que lograría descifrar los códigos alemanes con los que se trasmitían las acciones de guerra desde la cruel máquina de la muerte llamada ENIGMA y se había convertido en una especie de mito viviente de la criptografía y de las matemáticas en Inglaterra. Solo, pues, faltaba un año  para que sufriera una de las más grandes humillaciones que los historiadores de la ciencia han registrado con respecto a un hombre de ciencia. En efecto, en 1951 Turing es acusado públicamente de indecencia por ser homosexual y se ve obligado a seguir una “terapia hormonal” o, mejor dicho, ser castrado químicamente, a cambio de no ir a prisión. Dos años después, como se sabe, su suicidó tomando cianuro.

Basado en el libro Alan Turing: The enigma del escritor y matemático británico Andrew Hodges (1949), el film, The imitation game dirigido por el noruego Morten Tyldum (1967) y escrito por el norteamericano Graham Moore (1981) nos presenta la azarosa vida de Turing  en tres tiempos: 1951, año en que está a punto de desatarse el escándalo público contra él por su orientación sexual; 1939, cuando Turing tiene 27 años y se embarca en el proyecto de diseñar una máquina que permita descifrar todos los mensaje alemanes durante la guerra y, 1928, cuando tiene 16 años y se enamora de Christopher, un solidario compañero de clase con el cual empieza a cultivar  su afición por la criptografía, medio que le permite comunicar sus sentimientos más secretos.

Notable por la edición fílmica y el papel de los actores entre los cuales destacamos a Benedict Cumberbatch, la película pone nuevamente sobre el tapete el conflicto entre el científico en su búsqueda de la verdad y la sociedad conservadora, incapaz de comprenderlo.

No es poco lo que le debemos Turing. Con sus trabajos, el concepto de algoritmo en el ámbito de la computación (ese conjunto de reglas definidas que nos permiten realizar una actividad sin dudar) alcanzó un alto nivel de formalización; su influencia en la forma cómo se debe entender la inteligencia artificial hoy es crucial en la psicología cognitiva; los teóricos de la mente, como Jerry Fodor, reconocen en su legado los inicios de las primeras aproximaciones a la organización funcional o modular de la mente y un lingüista tan notable como Ray Jackendoff, basado en la metáfora del ordenador, ha desarrollado su famosa tesis de la mente computacional.

El perdón real que en el 2013 la reina Isabel II le otorgó a Turing en base a sus logros científicos, es otro de los absurdos de una Corona como la inglesa. ¿Qué puede valer y qué sentido tiene ese perdón ahora? La vida de este científico está allí, interpelándonos con su sufrimiento y humillación. Ojalá su caso no se vuelva a repetir nunca más.

Por Jorge Valenzuela

(28 - Ene - 2015)

Jorge Valenzuela
28 de enero del 2015

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