Carlos Rivera
El hombre que sabía demasiado
La popularidad de Marco Aurelio Denegri
Existió una prejuiciosa academia que detestó a Marco Aurelio Denegri (MAD) en vida por sus exuberancias con respecto a los temas que desarrollaba en artículos, libros o conferencias. En el fondo pensaron que dictar una cátedra, dominar una especialidad ya los hacía entelequias superiores frente a un comentarista gruñón, melómano, gallero y aficionado a la lingüística que dejó deliciosas entrevistas, acercándonos a los mortales a aquellos grandes temas de la cultura.
Ordenar al rebaño, adecuarlo en sus aprendizajes es una tarea muy superior que practicaba este viejito con pinta de maestro de escuela fiscal, que irrumpía en las noches a través de las pantallas televisivas con ilustración, descifrando entuertos, corrigiendo errores a los libros publicados o partiendo de una miscelánea humanística donde cabía de todo. Y en señal abierta. Eso era altamente subversivo, peligroso artefacto el de sacudir conciencias.
Desde luego que después de su muerte las diferencias y objeciones a sus premisas deben continuar más allá del mito o el cariño que se le tenga. Él discutió ideas y debemos discutirlas o contrastarlas. Pero, muchos académicos subestimaron a MAD porque no cumplía algún silabo formal o se adhería a alguna disciplina institucional. Detestaban ese espíritu pretencioso y esa pose snob, porque la gente común lo admiraba no gratuitamente sino por su perseverancia con la cultura en nuestro país. ¿Por qué MAD fue tan popular? Porque puso en la pantalla y frente a nuestros oídos y ojos las cosas reservadas para los entendidos. ¿Cuántas personas habrán conocido a José Antonio del Busto gracias a dicho programa? ¿Cuántos habrán sentido el deseo de tener entre manos el Diccionario panhispánico de dudas? ¿Cuántos mortales no intentaron saber quién era Ortega y Gasset (tantas veces citado por MAD)?
Pero lo que no entienden estos doctos es que no todos pretenden ser académicos. No todos deben tener un deber moral con la alta cultura. Hay gente modesta que desea aprender algo, cosechar cualquier aprendizaje e intentar mejorar su léxico o comprender la filosofía de la vida o los caminos del arte y la literatura. No quieren construir tesis u originales teorías sino dejarse arrastrar por el mar del conocimiento con y desde sus posibilidades.
En plena pandemia quería sortear las vicisitudes de sus horrores y la posibilidad de sobrellevar el tiempo que debíamos soportar por el encierro. Eran las 12 de la noche y sin poder dormir decidí poner en Youtube navegando en algunas conferencias y me detuve cuando Marcel Velázquez Castro fue entrevistado por Denegri. Entre el delirio por el virus puse una atención forzada al programa. MAD hizo una entrada muy detallada, una exposición (plena de un autoritarismo del saber) de estudioso y entusiasta. El preámbulo era porque el libro de Vásquez hablaba sobre racismo La mirada de los gallinazos. Cuerpo, fiesta y mercancía en el imaginario sobre Lima (1640-1895) y sugería una amenidad desglosándolo desde su referencia como un texto de microhistoria y para ellos puso como ejemplo la obra de José Gálvez Nuestra pequeña historia (tres series, 1929-1931, reunidas en 1966 en un solo volumen con el título de Estampas limeñas).
Comentaba Denegri: «Gálvez dedica todo un capítulo a la llegada de la bicicleta aquí al Perú y todo lo que significó: los modelos, la fundación del club Ciclista Lima y quienes eran los campeones de ciclismo en la primera década… etc. Eso es la pequeña historia. Así como digamos seria pequeña historia los dulces de las monjas. Yo creo que aquí en su libro pues hay mucha pequeña historia, que es muy valiosa, que es muy interesante pero también ha lo que Unamuno llamaba la intrahistoria que incluso es un término que ha sido acogido por la Academia (RAE: Vida tradicional de los pueblos que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible). Yo creo que en (Atanasio) Fuentes, (Ricardo) Palma en Arona hay mucho de pequeña historia e intrahistoria…».
Yo sabía quién era Marcel y lo recuerdo desde aquella entrevista que le hiciera Iván Thays en el año 2000 en ese programa llamado Vano Oficio que se transmitía por TV Perú, además de haberlo seguido en la revista de crítica Ajos y Zafiros. Entonces sabía que el invitado de MAD no era algún avispado o pretencioso sujeto que podía refugiarse en la menudencia o la sofisticación de especialistas (generalmente aburridos).
Había visto esa entrevista, pero no me detuve a pensar en el preámbulo de MAD. Ahora premunido de una súbita atención por los pavores del virus sobre nosotros tenía el tiempo suficiente para asimilar sus palabras. Fui directamente a mi anaquel a buscar aquel libro de Gálvez el cual no había leído porque me parecía una prosa sosa, tediosa con poca plasticidad y armonía.
Aquella madrugada me quedé leyendo el libro citado por MAD y guiado por la curiosidad del conductor avancé emocionado en su lectura. Lo de la bicicleta me parecía asombroso y reconocí aquellos valores literarios y culturales que me estaba perdiendo.
Denegri, nos enamoraba y deleitándonos con una manera sugestiva (un tanto paternalista) de clarificarnos un asunto. Tal vez desde una postura de imposición intelectual, o como un fiscal del saber, pero lograba invocar la curiosidad, hacernos mirar de otra manera algo que para muchos es conocimiento básico o parte de su sólida formación. Pero existieron hombres como MAD con una genialidad comunicativa, rigor de erudito, quisquilloso, inquieto merodeador de la filosofía y de la ciencia. Un día de julio del 2018 su cuerpo ya no pudo más y se marchó como un caballero. En la paz de sus libros, su cerebro múltiple y con su estoica soledad que le permitía saber y reflexionar de todo.
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