Pedro Corzo

El crimen político, una tradición ruso-soviética

Sobre la reciente muerte de Alexei Navalkny, líder de la oposición rusa

El crimen político, una tradición ruso-soviética
Pedro Corzo
26 de febrero del 2024


En ninguna medida debe sorprendernos el asesinato de Alexei Navalny, el opositor más importante a Vladimir Putin, quien lleva mandando en Rusia con mano de hierro cerca de un cuarto de siglo, incluido cuatro años como primer ministro y reformulado la constitución nacional las veces que le ha convenido, como hacen sus aliados de Managua, Caracas y La Habana. 

Navalny empezó a correr hacia la muerte a inicios de este siglo, al mismo tiempo que el antiguo coronel de la KGB, Putin, arribaba al poder y se entronizaba a sangre y fuego. El hoy asesinado dirigente opositor estudió derecho y finanzas. Llamó la atención del público por sus firmes denuncias contra los altos niveles de corrupción de la nueva clase dirigente rusa. Organizó protestas callejeras y hasta se postuló para alcalde de Moscú en el 2013, cuando el coronel se estaba convirtiendo en el nuevo Zar de todas las rusias y le devolvía a esa nación, el hambre imperialista que la caída de la hoz y el martillo habían adormecido.

Cuatro años más tarde, Navalny intentó postularse a las elecciones presidenciales, pero fue inhabilitado por una corte que lo acusó de fraude. Durante años fue imputado con distintos cargos y encarcelado por breves periodos. En cada ocasión, su excarcelación le prestaba al autócrata Putin, un aire de tolerante que no se asistía con la realidad, ya que sus enemigos desaparecían y no precisamente por voluntad divina. Cuatro años más tarde, en 2018, Navalny intentó postularse a las elecciones presidenciales, pero fue acusado de fraude e inhabilitado por una corte.

La regla de oro que impuso Fidel Castro en Cuba en 1959. La muerte de Navalny,47, con independencia de cómo se produjo, hay que sumarla al largo prontuario de asesinatos de los jerarcas rusos y soviéticos, porque, a fin de cuentas, la cultura del homicidio político fue una práctica regular bajo el zarismo que se convirtió en sistema cuando el Kremlin pasó a ser gobernado por los comunistas.

Quizás dos de los asesinatos más notables del Kremlin soviético fue la masacre del Zar Nicolas, esposa y cinco hijos, 1918, y León Trotsky, México, 1940, muerto por mandato de Jose Stalin, sujeto que al parecer es el modelo de tirano que reproduce Vladimir Putin. Los jerarcas del Kremlin siempre han estado convencidos que muchos crímenes quedan sin castigos, razón por la cual nunca han dejado de cometerlos.

Ellos jamás han padecidos las angustias de Rodión Raskólnikov, personaje de Crimen y castigo de Fedor Dostoievski, porque se consideran con el derecho de acabar con la vida de los otros por tal de conservar sus privilegios como ha acontecido con Alexei Navalny, muerto en prisión, un lugar ideal para asesinar opositores como ha ocurrido en Cuba, Rafael del Pino, Nicaragua, Hugo Torres y Venezuela, Fernando Alban, solo un ejemplo entre los muchos asesinados en prisión en estos países.

El listado de crímenes de Vladimir es impresionante, pero el de asesinatos es más que relevante, tantos, que se podría decir que tiene un cementerio particular. Recordemos a Alexander Litvinenko, ex oficial del servicio de inteligencia ruso; Anna Politkovskaya, reportera que denunció crímenes de guerra cometidos por el ejército en Chechenia; Boris Berezovsky, oligarca cercano a Putin, encontrado ahorcado en el baño, aunque los expertos dijeron que las heridas en su cuello eran compatibles con asesinato.

El nuevo zar también tiene enemigos descuidados que caen por las ventanas, como Scott Young, socio de Berezovsky; Pavel Antov, diputado de la Duma Estatal, y el presidente de la firma energética Lukoil, Ravil Magnanov, murieron después que declararon contra la criminal invasión a Ucrania. Por supuesto que el mandante ruso no es infalible. El agente Sergei Skripal fue encontrado envenenado en Londres junto con su hija y la oportuna y confusa muerte de quien fuera el mercenario mayor de estos tiempos, Yevgueni Prigozhin, ex jefe del Grupo Wagner, y su lugarteniente Dmitri Utkin, quienes sirvieran fielmente al excoronel Putin en muchas de sus tropelías, hasta que quisieron morder a su despiadado amo.

El jerarca ruso intentó asesinar a Alexei Navalny, en varias ocasiones, quien con sobrado coraje, dicen, dijo a sus potenciales asesinos, algunos de los cuales probablemente participaron en su muerte, “Hola. Sé quiénes quisieron matarme. Sé dónde viven. Sé dónde trabajan. Conozco sus nombres reales. Conozco sus nombres falsos. Tengo sus fotografías”.

Pedro Corzo
26 de febrero del 2024

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