Eduardo Zapata
Donald, el sincero
El valor de la percepción de la sinceridad en el decir y el hacer
Vengo de pasar apenas quince días exclusivamente en la silenciosa Washington D.C. De vacaciones, conciertos, museos y —por cierto— la “frivolidad” de algunas compras. De distancia respecto a los signos ya habituales de nuestra agotada mentira política.
Pero el silencio de la ciudad y la amabilidad de su gente propician el decir de ella. Es fácil conversar con el hombre de a pie, que no suele desconfiar, que gusta hablar de política, que se ensimisma en la eficiencia de su trabajo, pero se da tiempo para constituirse en reportero espontáneo de su vida política.
Y a mí personalmente me gusta conversar con la gente común. Con el taxista, el empleado del counter del hotel, el vecino de la mesa de un café, las migrantes que atienden la limpieza de los cuartos del alojamiento elegido. Con el interlocutor ocasional del zoo, del metro o del Kennedy Center. Con todos aquellos, en fin, no atados al decir “políticamente correcto”. Ese decir de los diarios, ese de los políticos de siempre, ese que nos suelen reproducir aquí la mayoría de nuestros periodistas enviados para cubrir algún acontecimiento. Aquel decir de la agenda impuesta y de la respuesta esperada.
Y mientras uno ve en la televisión al febril Donald Trump firmando con decisión y cara de satisfacción uno tras otro decretos presidenciales, ello avalaría que los primeros días de su gobierno pareciesen satisfacer precisamente a los hombres desapegados de lo políticamente correcto con los cuales conversaba.
Y es que dejando atrás a ciertos errores y dejando atrás argumentaciones acaso débiles a su favor, esa gente de a pie percibe sinceridad en el decir y hacer de Trump. Frente al discurso “políticamente correcto” que en el mejor de los casos es visto como no verdad, cuando no mentira; frente al discurso del establishment político que solo parece ser más de lo mismo y que suena alejado de la agenda concreta del hombre común, el quehacer de Donald la gente lo percibe como sincero y cercano a la agenda de sus problemas cotidianos.
Precisamente en estos días una periodista quiso, por ejemplo, ponerlo en problemas enrostrándole cómo podía sentirse cercano a un señor que como Putin —cuando estaba a cargo de la KGB— había cometido atrocidades. Su respuesta automática —claro está, luego políticamente domesticada— fue: ¿acaso nosotros no hemos hecho lo mismo?
Comento esto porque considero que cada vez con mayor ahínco —y hasta cínica estulticia— lo políticamente correcto sostenido por los políticos y la prensa de siempre se encuentra cada vez más alejado de la problemática del hombre de a pie. Y cuando la gente ve que siempre los mismos firman y firman declaraciones acaso loables, pero que en nada contribuyen a mejorar su situación real, asoma en todo ello la sombra del engaño y se alimenta —por contraste— el valor de la percepción de la sinceridad en el decir y el hacer.
Eduardo E. Zapata Saldaña
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