Dialogar para avanzar

Un alto porcentaje de los seres humanos, por nuestra formación conductista en términos educativos y sociales, hemos terminando siendo sujetos reactivos. Respondemos sin razonar, sin informarnos o corroborar información, dejándonos llevar por los “dimes y diretes”. Nos constituimos, en la vida social, en masa de maniobra y caseritos de la manipulación. Cerca de un año nos han tenido en una especie de formación de dos filas entre los que quieren que se cierre el Congreso y los que critican al Ejecutivo, mirándonos con odio y renunciando a conversar sobre los verdaderos problemas del país. Claro está, acompañados del bullicio sonajero de una prensa distanciada del país y al parecer bastante comprometida con la maldad.

Entre tanto, los problemas sociales, económicos, políticos y culturales del país se fueron embalsando debido a la empalizada generada por la confrontación y ausencia de diálogo real. En ese trance fueron creciendo líderes de todo tipo, y en especial aquellos cuyas debilidades ideológicas los encaminan tras posturas anarquistas y antisistema, incentivados por la ilegalidad, la corrupción imperante y la ausencia del Estado en lugares alejados del país.

El reconocimiento público por parte de la autoridad máxima, en su discurso del 28 de julio, acerca de sus limitaciones para otorgar tranquilidad al Perú, debido a la serie de reclamos que se incrementan día a día, y su discutible propuesta de salida a la crisis de gobierno, vía adelanto de elecciones, pusieron sobre el tapete la necesidad de que los peruanos nos pongamos de acuerdo sobre el futuro del país. Pero ¿cómo ponernos de acuerdo?

No hay demasiadas salidas a la vista. No obstante, debemos rescatar la importancia y trascendencia del diálogo, aspecto al que las altas autoridades del país han renunciado, contagiando a las jerarquías intermedias. Muchos creen tener la razón y que ella los acompaña en todo momento, y actúan —en consecuencia— de manera arbitraria y dictatorial, poniendo de manifiesto serias limitaciones en cuanto a su capacidad de diálogo, así como su torpeza en el entendimiento de otras opiniones y la ausencia de caballerosidad para aceptar la necesidad de modificar su opiniones, de ser necesario. 

Las actuales circunstancias de violencia que reclaman el diálogo y por tanto la superación de odios, nos trae al recuerdo a dos personajes del mundo: en primer término a Martin Luther King(*) cuando señalaba. "Como un cáncer oculto, el odio corroe la personalidad y destruye la unidad vital. El odio destruye al hombre en sus valores y en su objetividad. Le lleva a considerar lo bello como feo, y lo feo como bello, a confundir la verdad con la mentira y la mentira con la verdad"; y en segundo lugar a Eduardo Punset(*) en su afirmación "El mundo puede cambiar de nuevo para bien si todos los esfuerzos y el dinero que se dedican ahora a convencer a los demás de las ideas propias se utilizaran para descubrir cuáles son las de la gente, cómo funciona su mente, qué estarán pensando, qué necesitan". 

Conscientes de que la confrontación es el arma de los chantajistas, débiles en principios colectivos y asumiendo que el diálogo implica tanto tolerancia como argumentación seria y razonada, los que aún creemos en la democracia y nos oponemos a la irracional violencia, esencia espiritual del antisistema, propugnemos y practiquemos el diálogo, superando los monólogos que, de tanto repetirse, han dejado de ser creíbles hasta para sus mismos propaladores. 

*Pastor y activista que desarrolló una labor crucial en Estados Unidos al frente del movimiento por los derechos civiles para los afroestadounidenses.
**Jurista, escritor, economista, político y divulgador científico español.