Javier Agreda
Diablo Guardián
La novela del mexicano Xavier Velasco
Hace 20 años, en el 2003, el Premio Alfaguara de Novela le fue otorgado al escritor mexicano Xavier Velasco (Ciudad de México, 1964), entonces casi desconocido incluso en su propia patria, por la novela Diablo Guardián (Alfaguara, 2003). No era la primera obra narrativa de Velasco, pero sí significó su consolidación como escritor; incluso se hizo una serie de televisión basada en esa novela.
Diablo Guardián es la historia de Violetta, una mexicana de 25 años, narrada por ella misma ante una grabadora momentos antes de morir. La suya es una vida de aventuras: a los quince años escapó del hogar robándose todo el dinero de sus padres (clase media, no muy honrados), de ahí pasó ilegalmente a Estados Unidos, estableciéndose en diversas ciudades, estafando incautos hasta caer en manos de “Nefastófeles”, un traficante que la prostituyó y explotó. A cada etapa de la azarosa vida de Violetta, incluyendo su posterior regreso a México y sus ilegales negocios en ese país, se dedica un extenso capítulo de la novela; los que se intercalan con otros más breves, narrados en tercera persona, dedicados a la historia personal de Pig, escritor y publicista destinatario de las grabaciones.
Tanto el jurado que la premió como la crítica han elogiado en esta novela la acertada reproducción de la forma de hablar de los jóvenes mexicanos de entonces. Autor de libros como Una banda llamada Caifanes (1990) y Luna llena en las rocas. Crónicas de antronautas y licántropos (2000), Velasco ha sabido recrear literariamente ese lenguaje –con sus recurrentes localismos, anglicismos y referencias a la cultura de los medios masivos–, dejando la huella de su ingenio y creatividad personal. También se ha señalado que las aventuras de Violetta actualizan la antigua tradición de novela picaresca –que en España se remite a El lazarillo de Tormes y en México a El periquillo sarniento– pues en ellas vemos la lucha por sobrevivir de un personaje pobre en ámbitos al margen de la ley, en los dos países en que se desarrollan las acciones.
Pero ambas características, la oralidad y lo “picaresco”, son llevadas al extremo por el autor, afectando con ello la calidad de su propia ficción novelesca. En su reproducción del incesante fluir del habla de Violetta, Velasco parece estar más atento a los posibles juegos de palabras y detalles ingeniosos que a la expresividad y pertinencia del lenguaje. Casi no hay profundización en las emociones, ni evolución en la personalidad de la protagonista, al punto que su voz puede ser fácilmente asimilable a la de Pig (también a la del propio autor), a pesar de ser casi opuestos complementarios –la mujer de mundo y el hombre de letras, la que ha vivido todo y el que no ha vivido nada–, como se puede comprobar en el capítulo “Tac, tac, tac”, el único en el que ambos dialogan.
Lo mismo sucede con la trama. La acumulación excesiva de peripecias (el libro tiene casi 600 páginas), la interminable sucesión de aventuras y pormenorizada descripción de los vicios de Violetta, trivializa algunos de los aspectos temáticos más interesantes, diluyendo la crítica social inherente a la buena novela picaresca. Y como esas aventuras y vicios son bastantes similares entre sí, toda la segunda mitad del libro se sostiene únicamente en el interés que el lector pueda tener en el humor, talento verbal y buen manejo del ritmo narrativo por parte del autor. Son esas virtudes finalmente las que hacen de Diablo Guardián una buena novela, no de las mejores ni de las peores que hasta ahora han obtenido el Premio Alfaguara.
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