Jorge Nieto Montesinos
De predicadores e indios remisos
A propósito del “electarado” y la racionalidad del voto ciudadano que no nos gusta
La democracia es un abuso de la estadística, dijo alguna vez con elitismo inteligente Jorge Luís Borges. Es imposible estar de acuerdo con él, por más que la frase sea seductora y menos simple de lo que aparenta. Salvo en una cosa muy implícita: la democracia, en cuanto sucesión de elecciones, es estadística. Y las elecciones una forma de existencia de las matemáticas. Pero contra Borges, la elección, el hecho íntimo de decidir, es decir, el voto, es un misterio. Aunque no es un asunto de fe, se adentra en el territorio de la hermenéutica. Un enigma que reclama ser interpretado.
Estaba sepultada la interpretación simplona del sentido del voto de la gente. El “electarado”, esa síntesis exitosa de la gracejada de Kuczynski sobre el ande, el oxígeno y el cerebro, ya ni da risa. Síntoma que todos sabemos, no solo que no explica nada, sino que tiende velos de prejuicios sobre un fenómeno complejo. Pero lo que parecía superado ha resurgido por vías inusitadas. Como es usual, se ha usado para “explicar” porqué la gente no vota como se supone que “debe” votar. Acudiendo a razones a veces psicoanalíticas –racionalidad disminuida-, a veces sociológicas –informalidad e ilegalidad-, a veces de moral pública –tolerancia a la corrupción-, o a veces de simple estética –son impresentables-, un sector de las elites criollas progresistas ha decretado la “irracionalidad” del voto mayoritario en la capital del país.
No es que me guste la elección de Castañeda. Tiene encima cuestionamientos éticos severos que un juez ha decidido –quién sabe cómo- no ameritan investigación. Pero no ha tenido explicación satisfactoria. Y habrá que exigírsela siempre y estar vigilantes para evitar que algo así se repita. Con esas sombras, que duda cabe, esta victoria puede ser punto en contra de la renovación ética de nuestra vida pública. De hecho ya algunos empiezan a cantar victoria porque todos los gatos que ganan son pardos. Todo ello es verdad. Pero atribuirle a la gente una racionalidad menor, o una irracionalidad a secas, o una racionalidad corrupta, por haberle votado mayoritariamente, es no entender lo que ha pasado. Y sobre todo no querer entender lo que han hecho –quienes así piensan- para que eso pase. Es cómodo. Evita la crítica. Evita el balance. Evita la razón. Todas –crítica, balance, razón- conquistas de la ilustración que parecían haber fincado en nuestras elites criollas, cuando menos universitarias. Como la política.
Pero, mutadas las palabras, por momentos uno parecía seguir los debates de Victoria, Sepúlveda, Las Casas. Solo que aquí el tema no es el alma de los indios. Nuestra polémica de naturales versa sobre la racionalidad del cholo informal emergente, que suena mejor y esconde más. Y lo dicho sobre la sociedad limeña vale igual para la de Cajamarca, la de Puno o la de Moquegua. Es decir, lo mismo a izquierda que a derecha. Si no entendemos las racionalidades que informan el voto que no nos gusta, seguiremos actuando como portadores de una civilización superior. Iniciando campañas de evangelización –operación política rentada-, o campañas de extirpación de idolatrías –perros del hortelano incluidos-, para tanto indio remiso que anda por allí votando a su libre albedrío. ¿No sería mejor asumir que somos iguales y empezar por el elemental respeto de escucharnos y entendernos? A lo mejor Aduviri y Madeleine descubren que tienen algo en común. Para empezar, seguro, el ADN…pero, acaso, también,…alma…
Por Jorge Nieto Montesinos
(7 - oct - 2014)
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