Dante Bobadilla
Corruptos de alta monta
La corrupción de este siglo es mucho mayor que la de los noventa
Hace quince años que estamos en manos de luchadores anticorrupción, y ahora nos enteramos de que también son corruptos. Para mí no es ninguna sorpresa. Estoy viejo para creer en luchadores anticorrupción, en circos de investigaciones y payasos de la moral despotricando contra corruptos. Hasta los “indignados” que salen a marchar y lavar banderas, en lucha anticorrupción, me causan risa y algo de lástima.
El solo hecho de que se hayan dedicado a cargarle el sambenito de la corrupción a un solo sector político —el fujimorismo— ya era bastante absurdo y sospechoso. La corrupción no es algo que pertenezca a un partido. Es ridículo. Que los años noventa tuvieran un zar de la corrupción que dejó evidencias fílmicas de su accionar, solo revela un estilo. Pero los farsantes vendieron la idea de que esa era y así era la corrupción, mientras elaboraban nuevas y exquisitas modalidades para robar.
Cuando los tontos útiles marchaban contra el fujimorismo, los farsantes cobraban suculentas coimas por faraónicas obras que ni siquiera servían al país. También recurrían a la compra de medios, a través de la millonaria publicidad estatal, y alquilaban periodistas bajo la modalidad de contrato de servicios. También la proliferación de trolls en las redes pasó a formar parte de la burocracia y la planilla estatal, como la famosa Oficina de Social Media de la Municipalidad de Lima durante la gestión de Susana Villarán, quien incluso creó la Gerencia de Cultura para asegurar el apoyo de reconocidos artistas a su gestión. Todo muy lícito.
Las mafias operan igual: compran medios, alquilan periodistas, artistas y trolls; se aseguran el apoyo de políticos comprándolos en efectivo o bajo excusas burdas como “garantizar la gobernabilidad”. Ninguna mafia de gobierno opera sin el control de los mecanismos básicos del Estado y de algunas instituciones. No seamos ingenuos. Por eso tenemos hoy a mucha gente nerviosa y a los tontos útiles desconcertados.
La mafia de Montesinos es chancay de a veinte céntimos comparada con la megacorrupción brasileña. El fiscal Avelino Guillén habla de US$ 200 millones de dólares en coimas en el Perú. Esas sí son cifras razonables y no disparates febriles como los “US$ 6,000 millones robados por Fujimori”, según el mito montado por los delirantes chacales del antifujimorismo rabioso, para el consumo de su plaga de pulpines ignaros. Lo detectado a la mafia de los noventa luego de quince años de investigación y persecución implacable no llega ni a la décima parte de las coimas que se ventilan en estos días. Es por eso que las instituciones internacionales que hacen estudios reales colocan al Perú como uno de los países más corruptos en estos tiempos. Y no se trata de un ranking trucho, como ese donde Fujimori está séptimo sin que nadie le haya encontrado un sol en cuenta alguna en el mundo. Esa fue otra de las patrañas que montaron para engatusar a los incautos.
En resumen, nos han estado tomando el pelo durante quince años con el cuento de la lucha anticorrupción, dedicados a satanizar al fujimorismo mientras armaban su mafia con modalidades lícitas, pues todo lo hacían con una ley, una resolución, un contrato, y comisiones depositadas en el extranjero. La era de las megaobras llegó cuando el país estaba rebosante de dinero. Una época muy diferente a la escasez lacerante de los noventa y con las urgencias de un país devastado por el estatismo y el terrorismo de izquierda. En cambio, la corrupción de este siglo si que tiene grandes dimensiones, modernas modalidades con gastos faraónicos y hasta suntuosos. La pregunta es si veremos todo el gran despliegue de lucha anticorrupción que vimos a principios de siglo. Por lo menos hay algunos conocidos payasitos que han asegurado su show unipersonal, escoba en mano; aunque convendría revisarle las manos y las uñas.
Por Dante Bobadilla
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