Darío Enríquez
Cinco claves para entender una presidencia fallida
Gobierno del presidente Martín Vizcarra va a la deriva
En medio de la turbulencia política promovida, provocada y alimentada por quienes tienen interés en “pescar en río revuelto”, hay dos elementos instalados en el imaginario popular: rechazo mayoritario al Congreso y percepción también mayoritaria de que Vizcarra no da la talla como presidente. Aunque da la impresión de que la virulencia del rechazo al Congreso se trastoca en cierta indulgencia al momento de juzgar al presidente en ejercicio.
Cada día que pasa, muchas familias ven seriamente amenazada su estabilidad porque el crecimiento económico dejó de ser tal. La violencia urbana crece incontenible. Los servicios de educación, salud y seguridad que provee el Estado son cada vez más precarios. No se aborda problemas ya crónicos por la inacción: la reconstrucción del norte, la anemia infantil, el frío extremo en el Altiplano, etc. En las altas esferas del poder se juega con las carambolas de culpar a unos y otros de la situación, pero se pierde valioso tiempo para enfrentar con eficacia los retos de gobernar nuestro Perú.
Revisemos cinco elementos clave para entender lo que a todas luces es la presidencia fallida de Martín Vizcarra:
Uno. Vizcarra logró el apoyo de una aplastante mayoría en el referéndum de diciembre 2018. Sin embargo, desaprovechó la oportunidad. No se cuenta con ningún resultado efectivo, ni siquiera en términos de la reforma política aprobada por una ciudadanía probadamente desinformada que, ansiosa de una “mano fuerte”, entregaba una suerte de cheque en blanco al gobernante. Hoy, con su propuesta de adelanto electoral, Vizcarra da marcha atrás casi en toda esa reforma política, inaplicable si es que las elecciones generales se efectúan en 2020.
Dos. Vizcarra había consolidado una “fuerza de carácter” con la que sería capaz de enfrentar, someter e incluso disolver –si fuera necesario– a esa bestia negra de la política en que se ha convertido al Congreso, gracias a la incesante campaña mediática de demonización que ha sufrido. Sin duda, muchos congresistas colaboran ingenuamente con tanto desatino, despropósito y hasta delitos. Sin embargo, la difusión de audios en los que Vizcarra –de manera inverosímil, inédita y absurda– se somete a los dictados del gobernador de Arequipa y los colectivos que impidieron el inicio del proyecto Tía María, nos mostró un presidente timorato, entregado y débil. Muy poca gente sigue creyendo que Vizcarra tendría el “carácter” para cerrar el Congreso. Perdió todo.
Tres. La lucha contra la corrupción ha sido un elemento clave en la narrativa que el gobierno de Vizcarra despliega con el amplio apoyo de la red mediática ultraconcentrada en radio, TV, diarios, revistas e Internet. Sin embargo, hechos objetivos muestran a Vizcarra en una posición débil: 1) Vizcarra fue gobernador regional de Moquegua entre 2011 y 2014; 2) Vizcarra era propietario de la constructora CyM Vizcarra; 3) Por exigencias del cargo, tuvo que transferir propiedad a su hermano; 4) Durante su gestión, CyM Vizcarra no solo ganó muchas licitaciones con el gobierno de Moquegua, sino que lo hizo en asociación con corruptas Odebrecht y Graña & Montero, cuando este consorcio estaba en su apogeo; 5) Al dejar el cargo de gobernador, recuperó la propiedad de la constructora. ¿No sabía nada sobre la corrupción de Odebrecht? Se debilita su imagen, los ciudadanos observan con justificada desconfianza al presidente. Además, se hace muy vulnerable frente a ciertos operadores de Odebrecht y del aparato político-mediático que controla el flujo de información sobre la megacorrupción. La información corroborada sobre Moquegua podría liquidarlo. La presencia de ciertos personajes en el entorno presidencial, que despliegan poder real e inusitado sin tener cargo oficial en aparato estatal, es una señal muy peligrosa.
Cuatro. Vizcarra no perdía ocasión para invocar con frecuencia que “la calle habla”. Más de una vez mostró un perfil irresponsable, fomentando revueltas callejeras si golpeaban a sus adversarios políticos. Pero su última “bravata callejera” fue un fiasco. No ser consciente de que muchos siguen apoyándolo, pero sin la fuerza ni la convicción que se tenía hace 12 meses, lo hizo cometer el desatino de auspiciar abiertamente la marcha “Que se vayan todos”, que pretendía ser una manifestación popular multitudinaria para forzar el adelanto de elecciones y poner contra la pared al Congreso. Fue un fracaso ruidoso. Hoy se encuentra intentando hacer el control de daños para semejante error de cálculo.
Cinco. El escándalo de las incubadoras es una muestra de cómo el gobierno va a la deriva. Las cadenas de mando, control y supervisión en las entidades estatales muestran carencias que lindan en lo criminal. Aunque las fauces mediáticas al servicio del poder trataron de culpar absurdamente al Congreso por la punible negligencia que ha costado la vida de por lo menos un centenar de neonatos, son extremos imposibles de digerir. El gobierno tendrá que asumir plenamente el costo político de su ineptitud.
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