Jorge Varela
Boric y “ni un paso atrás”
Hay problemas de conducción en el Gobierno chileno
¿Ha sido resuelto definitivamente el destino de Chile para el curso de los próximos 30 años? ¿Cuáles son las verdaderas posturas de quienes han sido derrotados el 4 de septiembre (4S) y las de aquellos que se muestran inmerecidamente como vencedores? Si se desmenuzan los dichos y actitudes de ambos bandos es posible pronosticar que continuarán resoplando fuertes vientos de discordia, los que no serán fáciles de disipar.
El propósito de esta columna es no cansar a los sabios lectores que nos siguen, dando vueltas y vueltas en torno a un mismo tema. Sirva esta explicación para volver a analizar el delicado panorama social y político chileno.
La caída del discurso hegemónico
Vayamos entonces, sin más demora, al escrutinio sereno de las inclemencias del clima político austral y sus efectos negativos. Una primera constatación es que el presidente Gabriel Boric, en su calidad de ‘portaestandarte del apruebo’, sucumbió la noche del domingo 4 de septiembre en su defensa torpe e insensata de una propuesta de Constitución que 7,9 millones de ciudadanos rechazaron soberanamente, obteniendo el apoyo de 4,9 millones que estuvieron por aceptarla. Su escasa visión no le permitió entender que el proyecto sometido al veredicto del pueblo era y es un mamotreto desprolijo e indigerible, que recogía muy poco del acervo histórico democrático, republicano e institucional del país, pues obedecía a ideologías foráneas contrarias a la auténtica unidad nacional del pueblo chileno.
Su discurso hegemónico identitario –adornado de indigenismo, ecologismo, animalismo, feminismo y otros ismos– fue vapuleado con estruendo en las urnas. No obstante, ¿por cuánto tiempo se prolongará la apertura de este espacio de esperanzas renacientes? Este es uno de los dilemas. De allí que si el tsunami del rechazo no es canalizado inteligentemente, podrían resurgir los fantasmas horribles del pasado. Nada está resuelto aún.
El fijismo estéril de “ni un paso atrás”
Lo anterior permite explicar por qué Boric dijo la misma noche del 4S –aturdido por un resultado que no esperaba– esa frase desgraciada que recuerda tantos desaciertos históricos, y que al final es la bravata del pugilista que resiste: “Ni un paso atrás”.
Cuando la visión del desafiante se ha nublado y las rodillas comienzan a temblarle, la reacción instintiva primaria es “ni un paso atrás”. En el caso chileno esta arenga suena repetida. En la época de Salvador Allende y de la Unidad Popular se escuchó muchísimo. “Ni un paso atrás” es un eslogan representativo del ‘fijismo’ en política, reflejo de la intención de permanecer pegado al suelo; en definitiva, es un exabrupto que se traduce en no avanzar. ¿En qué quedó su preanunciado Plan B para el evento de que la alternativa del apruebo perdiera? La respuesta es concluyente: no se había pensado con seriedad en un plan alternativo. Por eso en “la noche del abismo”, al ver sus anhelos truncados y sentir que el corazón de la polis ya no latía al ritmo de la utopía colectiva inspiradora, su dolor fue aún más profundo e imposible de esconder.
¿Qué harán los derrotados?
“El gobierno debiera volverse prolijo, menos contradictorio, menos retórico y más concreto, y al mismo tiempo reconocer que la coexistencia de dos almas en La Moneda no da para más¨, ha escrito el excanciller Roberto Ampuero, un hombre matriculado con el rechazo (“Tres reflexiones post plebiscito”. El Líbero, 8 de septiembre de 2022). Pero, ¿hay espacio para avanzar hacia un proceso de socialdemocratización, tal como propusiera Ampuero?
En este momento no se avizora cómo una de esas denominadas ‘almas’ del oficialismo puede ceder en su lucha por lograr sus objetivos. En Apruebo Dignidad, el Partido Comunista –consciente de su fuerza orgánica– no está dispuesto a ceder el terreno ya conquistado. Recuérdese lo ocurrido con el nombramiento fallido de uno de sus cuadros militantes en la subsecretaría del Ministerio de Interior, para hacerse cargo del manejo de la seguridad y orden público del Estado. Una designación que era como si hubiera asumido en Chile un comisario para los asuntos internos encargado del control de la policía, un clon de Lavrenti Beria en pleno siglo XXI.
Del cansancio al hastío no hay mucho trecho
¿Y si la ciudadanía se cansara de tanta pugna y convirtiera su agobio en hastío? Si ello tuviera lugar, las palabras bonitas y el verso presidencial ya no bastarán, pues la cuestión básica sería otra: ¿se puede confiar en el gobierno y en el Partido Comunista, por ejemplo? Porque seamos claros: este es el eje troncal del actual gobierno, al que ha amenazado con abandonarlo y llevarse “sus cositas”. Lo demás es poesía, esa que entretiene a Boric.
Mientras tanto, en el otro sector del campo de juego se observan grietas. En la vereda de enfrente un sector de ‘ganadores no-ganadores’ ha endurecido sus planteamientos, trastocando parte de sus miedos en soberbia irracional y en torpeza extrema. ¿Es posible confiar en las agrupaciones políticas de oposición?
Qué peligroso sería que se instalara una especie de ‘ur-fascismo’ o ‘fascismo eterno’. (Umberto Eco, “Contra el fascismo”). Si la ciudadanía se hastiara, ya no habrá luna de miel. ¿Es este el desenlace para el cual trabajan con ímpetu revanchista algunos cerebros maquiavélicos?
Hay un problema de conducción
Al interior de la gran familia chilena hay un serio problema de autoridad, de conducción y convivencia, lo que explica sus dificultades para caminar sin tropiezos, sus caídas y recaídas. Desde Ricardo Lagos –ese padre gruñón al que no le agrada reconocer errores– pasando por la mami Michelle Bachelet –complaciente y astuta– o por el tío rico Sebastián Piñera, preocupado de los vaivenes del mercado bursátil, hasta el joven Gabriel Boric –aquel hijo bohemio y obsesivo– que no abandona su pulsión de rebelarse contra la casa ancestral que le ha cobijado entre algodones y le ha consentido sus defectos y maldades, pareciera que la inestabilidad y el desorden social se hubieran constituido en rasgos distintivos de la nación, esa casa común que no merece permanecer fragmentada.
A lo reseñado se agrega una crisis de credibilidad y de confianza entre los integrantes del cuerpo social, que afecta a la sana convivencia y que los nombrados no han podido reparar con eficacia. Lamentablemente tampoco se divisa, por ahora, quién puede ser el conductor humilde y preciso que requiere la presente coyuntura histórica, si en un ataque de narcisismo quien gobierna se declara un “adelantado” para su época. ¡Así no habrá salida!
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