Arturo Valverde
Aquí escribían Maupassant y Chéjov
Dos ambientes completamente opuestos
Un impresionante dibujo de lo que sería el estudio donde el escritor francés, Guy de Maupassant, pasaba horas de horas creando sus relatos aparece en las primeras páginas del primero de dos tomos del libro Cuentos, novelas cortas y relatos, publicado por la editorial Editora Nacional de México, en 1968, y que conservo desde hace varios años en mi biblioteca.
Como en muchos años no he encontrado una ilustración parecida en ningún otro libro, deseo compartir con ustedes la imagen que, aunque aparece dibujada a tinta negra, nos permite adentrarnos en ese asombroso espacio que, en lugar de asemejarse al estudio de un escritor se parece a la habitación de un místico, de un sitio donde cualquiera pensaría que trabaja algún tipo de médium en vez de un escritor de novelas o relatos.
Creo que todos estaríamos de acuerdo en afirmar que el estudio o el lugar de trabajo de un artista influye bastante en sí mismo y en su obra. No es lo mismo escribir en la cama, que encerrarse en esta habitación rodeada de flores y lo que parecen esculturas religiosas, posiblemente del hinduismo; una pequeña cama, una silla y una mesa para escribir repleta de papeles. ¡Cómo no concebir un cuento como “El Horla” en un estudio como el de Maupassant!
Cualquier otro quizás se volvería loco con solo pasar unas horas en un lugar como aquél, pero debemos comprender que se trata del estudio de un genio, de un genio de la literatura y, desde mi punto de vista, me arriesgo a decir que los objetos son imprescindibles en casa de un artista. A falta de ideas, basta con revisar los objetos que nos rodean; yo los colecciono de toda clase: pinturas, estatuillas, máscaras africanas, armas antiguas, botellas, monedas...
Comparado con el estudio donde trabajaba Maupassant, el estudio de Chéjov resulta completamente diferente, se diría hasta el extremo opuesto. Todo parece guardar un orden: la disposición de las velas, de los cuadernos y papeles. ¡Es el cuarto de un médico! Minucioso, meticuloso, bastante ordenado y hasta las gafas le imprimen un carácter agudo a su expresión. Así, pues, uno aprecia el estudio de Chéjov, y rápidamente puede entender que una habitación como aquella es propicia para escribir cuentos como “La dama del perrito”.
Dos estudios que revelan el carácter de uno y otro escritor con finales opuestos. ¿No es una coincidencia macabra que de un estudio como aquél, Maupassant pase al castillo de la princesa de Lamballe, cuando se pretendía curarle la “locura”? Como se sabe, durante el terror que invadió a Francia entre 1789 y 1792, el cadáver de la princesa fue vejado y sus asesinos se extasiaban remojaban su pan en la sangre de su despellejada víctima; se dice que el paciente Maupassant, en su delirio, llegó a presenciar el espíritu de la princesa… pero, sin duda, eso ameritaría otro artículo donde podamos conversar acerca de cómo fueron los últimos días del escritor francés y del cuentista ruso.
Por ahora, a rodearse de muchos objetos, de libros, de una silla, una mesa, de máscaras, de fotografías, un ordenador y a empezar a escribir.
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