Raúl Mendoza Cánepa
Alguien tiene la razón
Un camino lleva a la verdad y otro a la opinión
En realidad, el título engaña. Permítaseme ser orteguiano y espantarme de las masas. Tengo más fe en los solitarios presos de sus dudas, en los odiados del mundo, en los antipáticos, en los que salen a demoler. En una sociedad que no delibera, se sigue al número. No hay problema para el hombre común. Es una manera de economizar la energía intelectual. En una que delibera, no necesariamente gana la autoridad del título o la oratoria cautivante. Hasta el más estúpido puede tener la razón, pero por efecto de una falacia, ha de ser rechazado de antemano porque es de habitué matar al mensajero. La verdad es lo que se corresponde fielmente con la realidad, decía San Agustín en buen latín. Nunca lo objeté, pero lo que no dijo es que resulta el más difícil de los retos aproximarse a ella.
Sin embargo, nadie llega a la verdad irrebatible, por más seguro que se sienta o porque esté en mayoría o unanimidad. Si atendemos el principio de “falsación” de Popper, hasta los bien aceptados paradigmas de la ciencia deben ponerse en permanente cuestionamiento, ¿qué será, entonces, de algo más gaseoso como nuestras ideas políticas o nuestra filosofía de vida? Si nada es tan cierto, de poco sirve entusiasmarse por el pensamiento. O en todo caso, ser un escéptico patológico es, paradójicamente, la actitud menos patológica.
Quien escribe columnas o comenta noticias en la televisión sabe bien que juega con la doxa, con la opinión, que según Parménides y Platón no nos asegura nada. Un camino lleva a la verdad y es difícil o imposible de encontrar, y uno lleva a la opinión, cuyo sustento es engañoso, ilusorio, dependiente más de la experiencia (también ilusoria) que de alguna ley inobjetable. Desde luego, pareciera que por la mente de los pensadores este razonamiento no pasa y lo que sí les es irrenunciable es la convicción de estar absolutamente en lo cierto ¿Qué es lo cierto en un mundo en el que hasta la ciencia ha quebrado viejos modelos? Newton cedió el paso a Einstein y Einstein no comprendió la esencia de la física cuántica, al punto de sugerir que existían demasiadas variables inexplicables.
Bueno, no se trata de escribir en “difícil”, pero bien viene de vez en cuando que todos nos coloquemos desnudos en ese llano para comprobar la miseria de nuestro conocimiento, contrastante siempre con la arrogancia de nuestras certezas. Son esas certezas las que nos hacen llevar la deliberación política o común siempre más allá, hasta colindar con el odio, la guerra religiosa o a asumir que nuestra razón convierte al adversario siempre en un idiota o un malvado.
Desde luego, la arrogancia no es solo un vicio del viejo poder de los reyes, lo es también de los intelectuales, de los filósofos y escritores que asumen que comulgan con la razón, la belleza, el genio y la sabiduría. A veces luego de lidiar en una discusión intelectual, aún con quien no tuvo la suerte de una amplia formación, vuelvo a aquella frase que llevo en la billetera como un memo y que me remite a las palabras que por orden, los esclavos transmitían al emperador romano detrás de sus carruajes vencedores: ¡Respice post te! Hominem te esse memento! o “Mira tras de ti. Recuerda que eres un hombre”. La frase real la hemos popularizado como Memento mori o “recuerda que morirás”, que es la gloria derruida en medio de la multitud, recordando que somos solo humanidad, humanidad finita y falible.
En medio de las guerras verbales en que me ha tocado participar, aunque sea como testigo, he desnudado errores propios y ajenos, tarea más fácil que descubrir verdades. El papel de un intelectual es destructivo, subversivo: rompe hielos, tala, hiende, lleva un hacha antes que una pluma o un cuchillo (por si de autodestruirse metafóricamente se trata). Ser un anarquista en una comunidad que acepta fácilmente lo que se le da —y más si viene desde un blog, una red, una revista o un diario— es más constructivo que seguir a la manada. Cuando me preguntan mi opinión suelo decir: “Que todos volvamos a cero, y allí conversamos”.
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