Juan Antonio Bazan
Abimael Guzmán, el espejo y el cadáver
El espejo de la sobreideología lo convirtió en un monstruo social
Abimael Guzmán tuvo una vida y una muerte utópicas, por el espejo y el cadáver. Sucedió así: El espejo es mentiroso, y ensayó sus mentiras más crueles con Guzmán, pues, en vida, lo devolvió convertido en “cuarta espada del marxismo”, “en “referente de la revolución mundial”; pero, derrotado y muerto, evaporó su cuerpo y su cadáver.
Michel Foucault define al espejo como un no-lugar, recogiendo la tradición del u-topos, de ese lugar ideal o utopía que no existe realmente, sino tan sólo en la imaginación. Señala Foucault: “Me veo donde no estoy, en un espacio irreal que se abre virtualmente detrás de la superficie, estoy allí, allí donde no estoy, soy una especie de sombra que me da mi propia visibilidad, que me permite mirarme allí donde estoy ausente”.
Guzmán, por el espejo de la sobreideología, se convirtió en un monstruo social. Precisamente, le rindió culto a la violencia a partir del espejo, pero jamás contra el espejo. Me pregunto: ¿Qué clase de ser es aquel capaz de destruir las máquinas para que perdure la supuesta semifeudalidad en el campo, y de ejecutar una estrategia de guerra popular prolongada a pesar de las decenas de miles de muertos al extremo de la crueldad del aniquilamiento? ¿Qué clase de ente es aquel enjaulado de traje a rayas numerado con el 1509 que da una soflama, encarcelado por casi treinta años hasta su muerte en un espacio de ocho metros cuadrados desde donde podía mirar un cielo minúsculo como única representación del mundo?
Es necesario recurrir a la clínica de Foucault: “Es gracias al espejo y al cadáver que nuestro cuerpo no es pura y simple utopía. Ahora que, si pensamos que la imagen del espejo se halla en un lugar inaccesible para nosotros, y que nunca podremos estar allí donde está nuestro cadáver; si pensamos que el espejo y el cadáver están ellos mismos en una lejanía inexpugnable, entonces descubrimos que la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo sólo puede estar oculta y ser clausurada mediante otras utopías… Mi cuerpo está siempre en otra parte, vinculado con todos los allá que hay en el mundo; y, a decir verdad, está en otro lugar que no es precisamente el mundo, pues es alrededor de él que están dispuestas las cosas; es en relación a él, como si se tratara de un soberano, que hay un arriba, un abajo, una derecha, una izquierda, un delante, un detrás, un cerca y un lejos: el cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios se encuentran”.
El espejo jamás le reflejó la verdad a Guzmán, y sus viudas, leales y no muy leales, se ven al espejo con él. Su cuerpo y su cadáver son su condena, pues desde que se convirtió en monstruo social, está siempre en el no lugar, o en cualquier otra parte. Guzmán, una vez derrotado, demostró que le tenía miedo a la muerte. Si bien en la llamada entrevista del siglo dijo que “uno lleva la vida en la punta de los dedos, para entregarla en cualquier momento”, lo cierto es que él cuidaba su vida y hasta le tenía miedo a la muerte. Si algo parece eterno en él es su hediondez post mortem, su putrefacción permanente. La tanatopolítica, o la atracción política por los cadáveres, no está proscrita; pero Guzmán no tendrá su lugar de la memoria, ni su ojo que llora. Abimael Guzmán, el espejo y el cadáver.
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