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Domingo de resurrección

Alan García, el nuevo mito de la política

Domingo de resurrección
Víctor Andrés Ponce
21 de abril del 2019

 

Leo La República y El Comercio y se percibe que hay un intento de evitar que el suicidio de Alan García se convierta en un fantasma aterrador para el establishment que ha gobernado en los últimos 20 años y que ha llegado a controlar el sistema judicial hasta generalizar las detenciones sin acusación fiscal ni juicio. Hay desesperación porque si Jorge Barata no dice nada de García, se viene algo impredecible. La República se pregunta: ¿A quién le entregaron los US$ 14 millones restantes? El intento es claro: salvar al aparato judicial que nos ha llevado a este nivel extremo de polarización.

Pero también hay terror en los fiscales del caso Lava Jato, que deben justificar la detención preliminar contra García. El suicidio del ex jefe de Estado anuló la posibilidad de que “las estrategias fiscales” consigan colaboradores que inculpen a García —por decirlo de alguna manera— antes de que hablara Barata. Con García acusado por los colaboradores, las declaraciones de Barata se volvían intrascendentes. Todo parece indicar que los adversarios de García seguirán estrellándose contra el cadáver del ex jefe de Estado, con el desprecio del líder aprista, quien murió —como lo dice en su carta— habiendo cumplido su deber.

Sin embargo, lo trascendente de la coyuntura ya no es el futuro de los fiscales y la posibilidad de que el circo judicial continúe hasta el 2021. Sin García el circo ya no es el circo, por más que se encierre sin acusación fiscal ni juicio, a Humala, Heredia y Villarán. Aquí lo decisivo es que la inmolación de García ha posibilitado la resurrección del pueblo aprista. Ese pueblo que todavía existe, que hibernaba en medio de una feroz demolición del liderazgo de García, desde el 2011 hasta la fecha, por el nadinismo y el vargallosismo.

En algún momento García entendió que su destino no solo estaba ligado a su familia (los fiscales pretorianos, por ejemplo, iban a humillarlo despojando a la familia de sus propiedades), sino también al partido que había legado Víctor Raúl Haya de la Torre. Si lo enmarrocaban y lo mostraban con chaleco de recluso, la figura de García consolidaba su demonización y el partido del pueblo del siglo pasado desaparecía para siempre. Un hombre que solo había vivido para las multitudes y que, de una u otra manera, también había contribuido a la práctica desaparición del aprismo, en realidad, tenía pocas opciones frente a la arbitrariedad fiscal.

El suicidio de García, pues, resucitó al pueblo aprista. Y, de una u otra manera, el dos veces presidente en plena democracia posibilitó la resurrección del aprismo también en dos ocasiones. La primera, luego de la muerte de Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando el partido aprista se desangró por una feroz lucha interna, y García ganó las elecciones en 1985. Y la segunda, cuando el aparato judicial y mediático de las izquierdas lo liquidó sin compasión, no obstante que en su segundo gobierno el ex jefe de Estado buscó a toda costa limpiar su nombre. Hoy el aprismo está de pie y respira fuerte.

Luego del debilitamiento del fujimorismo por las guerras Ejecutivo-Legislativo, la resurrección del pueblo aprista es una extraordinaria noticia para la democracia. ¿Por qué? Porque IDL-Reporteros y las ONG marxistas —que han llegado a controlar el Estado— solo pueden avanzar con la destrucción de las colectividades políticas, como lo hizo el montesinismo en los noventa.

Se intentó destruir al fujimorismo y al aprismo, pero el suicidio de García lo cambia todo. La muerte de García es el regreso del pueblo aprista y de los partidos. ¿No lo creen? Hay que leer Historia. Claro que los comunistas buscarán convertirlo en un Zar Nicolás II —quien era un pan de Dios—, en un demonio con colmillos, pero el suicidio de García, casi crístico, es demasiado poderoso, demasiado conmovedor. Hay, pues, Domingo de Resurrección laico.

 

Víctor Andrés Ponce
21 de abril del 2019

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