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El presidente Martín Vizcarra se echó un mensaje a la Nación como si el Perú estuviese en fiestas nacionales. No era 28 de julio, pero el jefe de Estado pretendió dejar en claro que el cerca del 50% de la votación para el “sí, sí, sí, no” (27% de ausentismo, 9% de nulos, blancos y viciados; y 10% a favor del “no”) expresaba un nuevo mandato, tal como lo sostuvo antes del referéndum. Vizcarra puso un rostro demasiado severo a la hora de confrontar con el Congreso e insistir en que él es el gran legislador, pero suavizó la voz —como si revelara cierto pudor— cuando habló del crecimiento, de la reconstrucción, de la seguridad ciudadana y de la lucha contra la anemia. En los últimos temas casi no había nada que decir, menos en cuanto a las reformas pro competitividad que el Perú necesita.
El presidente anunció que presentaría la ley de desarrollo constitucional sobre la Junta Nacional de Justicia —esta última, aprobada en el referéndum—, saludó la decisión del Legislativo de ampliar la legislatura y enumeró todas las normas que el Ejecutivo había presentado y que el Congreso no había tramitado. Y, en el acto, dejó en claro que la guerra continúa: anunció una comisión de notables (léase representantes de las ONG marxistas) que presentarían iniciativas sobre el desarrollo constitucional del financiamiento de partidos, la inmunidad parlamentaria (peligrosa iniciativa que acabaría con cualquier posibilidad de equilibrio de poderes), y el voto preferencial. El jefe de Estado había dejado en claro que él era el legislador; de lo contrario, por allí se venía la cuestión de confianza.
Cuando el Ejecutivo desarrolla las reformas constitucionales, se convierte en el principal legislador y el referéndum reemplaza a las instituciones, ha surgido la democracia plebiscitaria que destroza la institucionalidad y encumbra a un caudillo. Es lo que ha sucedido en todos los sistemas plebiscitarios chavistas, que encumbraron a Hugo Chávez, Evo Morales y otros. Las instituciones reemplazadas por “el gobierno con el pueblo”.
Que las cosas podrían avanzar en ese sentido lo subraya el hecho de que el jefe de Estado convocó a las instituciones —es decir, a los presidentes del Congreso, del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional— y excluyó adrede —haciendo una gala de intolerancia plebiscitaria— al fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. Teniendo en cuenta que el Ejecutivo se considera el principal legislador de la República, la supuesta convocatoria a las instituciones mencionadas más bien parece un nuevo capítulo del intento de remover a Chávarry y encumbrar a un fiscal amigo del Poder Ejecutivo. El mensaje del jefe de Estado, pues, acrecienta las dudas y las interrogantes sobre la democracia.
Pero lo más sorprendente del mensaje presidencial navideño es que cuando el jefe de Estado se refirió a los problemas de gobernabilidad —es decir, a los asuntos del crecimiento, de la reconstrucción, de la lucha contra el desborde criminal y de la anemia— sus expresiones fueron futuristas: se hará, se conseguirá, se reconstruirá. No había nada que mostrar, como si el Ejecutivo no estuviese casi cerca de un año en el poder.
De otro lado, el jefe de Estado borró con la mano izquierda los anuncios presidenciales realizados en el último CADE acerca de que el Ejecutivo impulsará una reforma laboral. Abandonó cualquier posibilidad de reforma, no dijo nada sobre la necesidad de ampliar la vigencia de la Ley de Promoción Agraria y todo lo remitió a discusiones futuras con los gremios de trabajadores y empresariales, alrededor de las propuestas del Consejo Privado de Competitividad. En otras palabras, la popularidad sirve para seguir confrontando con el Congreso, persistir en la estrategia de controlar las instituciones, pero cero gobernabilidad y cero reformas para relanzar el crecimiento y acrecentar la competitividad.
El presidente Vizcarra, pues, parece que no utilizará la popularidad alcanzada para desarrollar un giro político constructivo en el país, convocar a todas las instituciones y proponer una agenda reformista que relance el crecimiento y aumente la competitividad. Lamentable.
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