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Es imposible organizar una democracia representativa, un sistema republicano basado en el equilibrio de poderes y en el gobierno de las instituciones, con el nivel de fragmentación política que arrojan los resultados de las elecciones regionales y municipales. De alguna manera, el Perú y sus instituciones republicanas están a merced de las mayorías circunstanciales y los caudillos redentores que suelen surgir en medio de una crisis general de representación del sistema político.
Para decirlo con simples y pocas palabras: en el país formalmente se ha organizado un sistema de democracia representativa, pero existe una devastadora crisis de representación de la sociedad. Casi nadie se siente representado en el Ejecutivo, en el Congreso y en las instituciones republicanas. La consecuencia de esta situación es la fragilidad extrema de las instituciones republicanas y el surgimiento de poderes fácticos de todo tipo (desde los económicos y las oenegés hasta, incluso, economías delictivas).
¿Cuál es la explicación de la extrema fragmentación que muestran los resultados de las elecciones regionales? ¿Por qué los movimientos regionales son desconocidos a nivel nacional, entre región y región e, incluso, en la propia área regional? A nuestro entender una explicación de esta situación reside en la ausencia de una reforma cultural e ideológica de los partidos nacionales del siglo XX y del XXI. Y el asunto vale para las derechas y las izquierdas. Por ejemplo, la sociedad peruana ha cambiado radicalmente en las últimas décadas: las migraciones han convertido a Lima en la principal ciudad andina y las ciudades de la costa se han teñido con los colores y gestos de los Andes; sin embargo, los partidos nacionales se han resistido a representar el mundo emergente y popular en las ciudades.
Es decir, se han negado a representar al 80% de la población que bulle en las ciudades y que, en medio de las economías formales e informales, ha construido un emprendedurismo al que nadie representa en el Perú oficial. Si los partidos nacionales no se reforman ideológica y culturalmente, ¿cómo van a sobrevivir a los mayores cambios económicos y sociales de nuestra historia republicana? Parece imposible. El debilitamiento del aprismo o del socialcristianismo solo pueden explicarse desde esas perspectivas.
De otro lado, las reformas electorales progresistas, igualmente, han favorecido a la destrucción del sistema de partidos políticos. La actual legislación electoral ha sobrerregulado en extremo la actuación de los partidos nacionales y ha establecido requisitos y aduanas que convierten a la militancia partidaria en un vía crucis de trámites. Sin embargo, lo que sorprende, lo que impresiona, es la manera como se ha desregulado y liberalizado la formación de movimientos regionales, como si se pretendiera adrede balcanizar el sistema política.
En el Congreso y en la sociedad civil, entonces, se debería entender que se debe emprender una reforma electoral de fondo para fomentar la organización de un sistema de partidos que posibilite el avance hacia la solución de la grave crisis de representación de la sociedad. Y el debate debe darse a todo nivel. En el propio Congreso se fomenta la destrucción de los partidos cuando se tolera el transfuguismo de los congresistas, algo que es imposible e inaceptable en las democracias más consolidadas.
Bajo esta perspectiva, todos los movimientos que han logrado buenos resultados en las elecciones regionales del domingo –tales como Alianza para el Progreso, Somos Perú, Renovación Popular y Avanza País– deberían considerar la urgencia de avanzar hacia una reforma ideológica y cultural, y de respaldar abiertamente una reforma de la legislación electoral.
De alguna manera, entonces, queda claro que para salvar la democracia, las libertades y la economía de mercado, el Perú necesita construir un sistema de representación predecible, empezar a trazar un borrador de sistema de partidos políticos de cara hacia las próximas décadas. No hay futuro, no hay libertades, sin un sistema de partidos estable.
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