La censura del ministro de Energía y Minas, Rómu...
Sobre el alto costo social del amor por las empresas estatales.
En una reciente entrevista, el presidente Ollanta Humala declaró su amor por el estado empresario. “No ha habido ningún gobierno en los últimos 30 años que haya apostado por las empresas públicas como lo ha hecho este gobierno”, dijo y luego agregó: “No puede ponerse en tela de juicio el amor y preocupación de este gobierno en fortalecer a sus empresas públicas”.
Claro que sí, Presidente. A ningún gobierno en los últimos 25 años se le ocurrió resucitar la tragedia del estado empresario que hundió en la pobreza a más del 60% de la población. Esa negativa a sacar del sarcófago a aquel estado que solo creaba déficits fiscales por las abultadas planillas del clientelaje que desató la hiperinflación de los años ochenta, que hoy es estudiada como una de los grandes yerros de la economía mundial.
Gracias a que privatizamos las empresas públicas, ahora la mayoría de los peruanos, por ejemplo, gozan de buenos servicios en electricidad y teléfonos y la pobreza se ha reducido a solo el 22% de la población. Nunca alcanzamos esos niveles de inclusión social en nuestra historia republicana.
Pero tal como lo dice el jefe de estado, el régimen nacionalista ha demostrado su amor a la empresa pública y los elefantes blancos. De allí que Petroperú se haya embarcado en el Proyecto de Modernización de la Refinería de Talara que suma la friolera de US$ 3,500 millones. Antes, durante los primeros dos años del nacionalismo, se intentó restablecer el monopolio de los combustibles con la compra de la refinería La Pampilla, y a todos los peruanos y a los inversionistas les quedó claro entonces el amor humalista a las empresas públicas. El resultado: la confianza empresarial se derrumbó, los mercados comenzaron a contraerse en el preciso momento en que los precios de los commodities caían, y se configuró la actual desaceleración de la economía.
En otras palabras, el amor nacionalista a las empresas públicas, diferente a la lógica económica del último cuarto de siglo, tiene mucho que ver con el actual frenazo económico. El economista Roberto Abusada acaba de explicar cómo Petroperú, por ejemplo, se zurra en las leyes empresariales del estado y en los precios de referencia que establece el Organismo Supervisor de la Inversión de Energía y Minería (OSINERGMIN) para los combustibles. Petro- Perú establece precios superiores en 19% a los que debería darse en condiciones de competencia, en perjuicio de los consumidores. Ante semejante regalo, Repsol sigue con naturalidad los precios de la empresa estatal. Abusada sostiene que los precios de los combustibles han contribuido significativamente al 4% de inflación de los últimos doce meses. Como se ve, la empresa favorita de Humala mete la mano a los bolsillos de los ciudadanos y sobre todo, como siempre sucede, de los más pobres.
El estado empresario hiede a fracaso total. No solo olió mal durante la experiencia velasquista que se prolongó durante los gobiernos democráticos de los ochenta y desató la hiperinflación y el derrumbe del sistema democrático, sino que gran parte de América Latina padece la misma tragedia que alguna vez sufrieron los peruanos. Argentina y Venezuela, con sus déficits incontrolables, inflación desbordada, y escasez de productos básicos, son hijos legítimos, incuestionables, del estado empresario que tanto ama Humala.
COMENTARIOS